¿Me da un pan?

Autor: padresycolegios.com

Estando de vacaciones, la familia de Nerea (seis años) decidió ir a almorzar a la terraza de un restaurante. El establecimiento estaba lleno y los camareros tenían mucho trabajo, así que, aunque ya habían servido la comida, el pan tardaba en llegar. Viendo que sus padres comentaban el retraso, la niña se levantó y, acercándose al camarero más cercano, le dijo toda seria: Por favor, ¿no tendría usted un poco de pan para mí y para mi familia?

Me muero muy bien

Autor: padresycolegios.com

El tío de Paula (cuatro añitos) es director de cine y está preparando un cortometraje en el cual tiene que aparecer una niña pequeña. Piensa en su sobrina, pero como el personaje tiene que morir asesinado y no sabe si eso le puede crear problemas a la niña, decide llamar a la madre para consultarle su opinión. Cuando Paula se entera, no sólo se muestra entusiasmada sino que, de espaldas a su madre, corre a llamar por teléfono a su tío y le dice muy seria: ¡Te advierto que yo se morirme muy bien! ¿Y quién es el que me mata? ¡Ah, un amigo tuyo! ¡Pues si es un amigo no hay ningún problema, que me mate! ¡Que sí!

La bandera

Autor: padresycolegios.com

Francisco se escapó de casa para ir a la playa, pero a la vuelta, y temiendo que su madre se diera cuenta de que entraba con el bañador húmedo, no se le ocurrió otra cosa que intentar tirarlo por la ventana, con tan mala suerte que se le quedó enganchado en la persiana. Cuando su madre lo descubrió, él se defendió como pudo: ¡Es que en casa no teníamos bandera!

Llegó la hora de apretarse el cinturón

Para sobrevivir a la temida cuesta de enero todos, padres e hijos, deben contribuir en el ajuste de los gastos del hogar como el agua, la luz, el teléfono, los móviles e internet. Seguro que hay consumos que se pueden aplazar para tiempos con mayores disponibilidades monetarias.

Autor: Miguel Ángel Valero

Hace poco que se apagó la iluminación navideña de las calles y ya no suenan los villancicos. Se acabaron las vacaciones (para el que tuvo la suerte de disfrutarlas) y el año nuevo ha resucitado la rutina del trabajo. La cuesta de enero, tan temida, hace olvidar los buenos deseos que repartíamos a discreción. Han vuelto los agobios, los atascos, las prisas, y los quebraderos de cabeza para ver cómo llegamos a final de mes.
Tras los excesos llega, siempre fiel a su cita, la cuesta de enero. En muchas familias se tiene que afrontar la difícil papeleta de que los ingresos no llegan para acabar el primer mes del año. De la paga extra de Navidad sólo queda un lejano y borroso recuerdo. Éste es el mejor momento de plantearse si tienen sentido determinados gastos, si no iría mejor la contabilidad familiar si se cambian algunos hábitos consumistas.
Los números son tozudos. En enero llega la subida de la factura de la luz, del gas, del teléfono, de los transportes públicos, de la mayor parte de los alimentos básicos. Esto significa que el primer mes del año va a generar más gastos que otros meses. Es verdad que también se van a incrementar los ingresos, vía subida del salario. Pero habrá que hacer malabarismos para que la cuenta corriente soporte un peso mayor de lo habitual.
Por tanto, es el momento ideal para ver si es racional pagar tantos canales de televisión cuando al final sólo se ve uno o dos. Si es lógico contar con más de una tarjeta de crédito. Si utilizando más el metro o el autobús, en vez del coche, se ahorra dinero además de llegar antes al trabajo. Si la familia adopta un consumo responsable del agua, la luz, el teléfono, los móviles e internet. Si hay gastos que se pueden aplazar para tiempos con mayores disponibilidades monetarias.
Pero la cuesta de enero es para toda la familia.

Una labor compartida

Los sacrificios deben compartirse entre todos, padres e hijos, como también se disfrutaron de las alegrías y del consumo en las Navidades. Aquí los hijos pueden facilitar la labor, siempre incómoda e ingrata, de ayudar a los padres a apretarse el cinturón.
Así, es el momento ideal para reducir el gasto en música, internet, copas o juergas, porque además los exámenes de febrero están muy cerca. También es la época más adecuada para demostrar que se puede utilizar menos el teléfono móvil. Y para pedir menos dinero a papá, a mamá, a la abuela… Y para demostrar a los padres que se es capaz de realizar un consumo responsable.
Además, para tratar de sobrellevar la cuesta de enero, los establecimientos comerciales inventaron las rebajas. Los hijos pueden tomar la iniciativa y pedir sólo lo que realmente se necesite y dejar los caprichos para momentos mejores.
Aunque siempre es una satisfacción ahorrarse (presuntamente) dinero en la compra de ropa, no parece que sea urgente la adquisición del último CD del cantante de moda. Si todos ayudan a apretarse el cinturón, todos se beneficiarán luego de los momentos de vacas gordas.

La mirada de un niño que lee

Regalar libros a los hijos es una responsabilidad y un privilegio. La fuerza de las letras, de los mundos posibles a los que dan vida, supone todo un reto. Un reto inevitable. El niño va a leer en cualquier caso. Y si no lo hace, buscará sus referencias en algunas de los múltiples instituciones que escupen mensajes sin cesar y con poco criterio. Pero no hay que alarmarse. Con un poco de sentido común y bastante mano izquierda –la imposición es siempre un mal recurso en estos menesteres– podremos orientar su necesidad de historias. Aquí van algunas ideas al respecto.

Autor: Ángel Peña

«No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee». La frase del Nobel alemán Günter Grass expresa un sentimiento lleno de ternura y de futuro. Un libro, en manos de un niño, es parte de su historia por contar.
Por eso, la elección de lo que queremos que lean nuestros hijos supone una doble responsabilidad. Por un lado, las primeras letras serán vitales para su aprendizaje en el sentido más amplio: su forma de ver la vida. Pero por otro, y siguiendo más de cerca la apreciación de Grass, pocas veces conseguiremos hacer algo tan puro como despertar el placer de un niño ante un libro.
El peso de la responsabilidad tiene su reverso más agradable en el despertar de uno de los vicios más saludables del ser humano: regalar. Pensar cómo acertar con ese niño que tan bien conocemos puede servirnos de reflexión sobre sus gustos, su personalidad, su mundo. En cualquier caso, nunca viene mal algún consejo.
Aquí proponemos varios, siempre conscientes de la limitación y arbitrariedad, –y consiguiente injusticia–, que supone cualquier selección. En ocasiones, el criterio es la actualidad, tanto en creadores como en ediciones; en otros casos, la fuerza de la tradición, que ha ido cristalizando historias universales.
La clasificación tiene una lógica función sistemática… y la consiguiente esperanza de ser bombardeada por la realidad.
Así, los grupos de edad son meramente orientativos: la madurez no es una ciencia exacta.
Una vez inmerso el niño en la lectura, nuestra misión ha terminado.
Aunque siempre estaremos dispuestos a explicar y matizar, en el fondo ya sólo están el libro y él. Pero siempre nos quedará la mirada de un niño que lee.

De 3 a 8 años

Cuentos de toda la vida

En la primera fase de aprendizaje, los niños escuchan. Para las primeras historias, la tradición ha cristalizado en cuentos tan perfectos que resisten el paso del tiempo como un encantamiento. Son los clásicos. Antonio Rodríguez Almodóvar, último Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, explica que hay que contarlos con toda la crudeza de sus historias, pero siempre con la presencia cercana de un referente familiar que haga que el niño se sienta protegido.

1. Cuentos de la media lunita, Antonio Rodríguez Almodóvar, Editorial Algaida. Colección de cuentos rescatados por el «Grimm español», tal y como lo definió la prensa alemana. 2. El libro de los 101 cuentos, Christian Strich, Anaya. Recopilación de las más bellas historias que circulan por Europa. 3. 25 cuentos tradicionales españoles, José María Guelbenzu, Siruela. Pequeñas joyas sacadas de nuestra tradición oral. 4. Cuentos y leyendas hispanoamericanos, Anaya. Libro único en España y América, en el que aparecen representados un total de dieciocho países.

Para empezar a leer

Otra opción, perfectamente combinable con la anterior, es confiar el niño a un libro que le lleve de la mano: los álbumes de prelectura le pueden enseñar su mundo cotidiano ya mezclado con alguna letra. Las ilustraciones adquieren una importancia primordial. Los contenidos buscan la orientación en una realidad que llega repleta de promesas pero que también puede traer alguna incertidumbre. La relación con los colores y los estímulos sensoriales juegan un papel crucial.

1. Cómo crecer con Félix, Didier Lévy y Fabrice Turrier, SM. Nuestro amigo Félix nos ayuda a descubrir el truco de muchas actividades de la vida cotidiana. 2. ¡Estoy creciendo!, Aliki, Juventud. Oh, misterio: un niño descubre que la ropa ya no le queda bien. ¿Cómo ha sido? 3. Tigre trepador, Amushka Ravishankar, Thule. El color y el tacto de la exótica india. 4. Buenos días, Jan Omerod, Serres. La nada fácil tarea de despertarse y empezar a funcionar por la mañana. 5. Casi todo, Joëlle Jolivet, El Aleph. Un acercamiento con dibujos a la individualidad y usos de los objetos.

De 8 a 11 años

Los valores

Ya con las letras bien dominadas, el niño dispone de su propia autonomía. Es el momento de fomentar una sana voracidad por los libros. Pero cuidado, porque como dijo Chesterton, «el fin de tener una mente abierta, como el de una boca abierta, es llenarla de algo valioso». No todo resulta nutritivo. Aunque no es el momento de los grandes discursos solemnes, siempre viene bien introducir buenos patrones de conducta a través de su recién descubierto amigo, el libro.

1. Pinocho, Salvador Bartolozzi, Edaf. La saga completa del popular personaje de madera se compone de cinco libros con 48 historias de mucho provecho. 2. Tres viajes, Jordi Botella, Diálogo. 3. El árbol rojo, Shaun Tan, Fioni Editora. Para acompañar a la niña protagonista en uno de esos días en que todo sale mal. 4. La jardinera, Sarah Stewart, Ekaré. 5. ¡Buenas noches, abuelo!, Carmen Peris Lozano, Lóguez. La triste historia de Marta, que pierde a su abuelo, adquiere sentido con una sensible narración. 6. Las noches del mundo, Corinne Albaut, La Galera.

Para entretenerse

El crecimiento debe nutrirse de valores positivos, pero también necesita de una ajustada costumbre de pasarlo bien, de disfrutar. Uno de los errores más comunes en la lucha de muchos padres y educadores por insuflar en los niños el amor a los libros tiene que ver con la abuso del concepto «útil». Si el niño no siente que con los libros puede, además de aprender, pasárselo bien sin más, probablemente huya de ellos. La aventura y el humor son, aquí, buenos compañeros.

1. La palabra impronunciable, Antonio Sánchez-Escalonilla, Libros libres. La salvación del universo depende de un niño que debe aventurarse por misteriosas puertas. 2. El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, T.S. Elliot, Pretextos. Quince poemas escritos en verso libre por el célebre autor británico para sus hijos. 3. El pequeño Nicolás. ¡Diga!, René Goscinny, Alfaguara. Una nueva aventura del genial personaje, pleno de humor. 4. Iván de Aldénuri, Juan Antonio Pérez Foncea, Libros Libres. Una moneda le proporciona podéres mágicos a un niño.

De 11 a 15 años

La fantasía

La entrada en la temible adolescencia es un pasaje clave. La realidad se vuelve confusa, y el niño busca refugio, se siente solo ante un mundo que no comprende. Aquí habla Schiller: «Ningún hombre carece de amigos mientras cuenta con la compañía de buenos libros». Esos amigos le ayudaran a escapar y a comprender y comprenderse mejor con las alas de la fantasía. El cine, últimamente tan proclives a los clásicos de este género, pueden servir de acicate.

1. Crónicas de Narnia, C.S Lewis, Destino. Los siete libros de la saga de Lewis con una lujosa encuadernación y las ilustraciones originales. 2. El Señor de los anillos, J.R.R. Tolkien, Minotauro. Hobbits, elfos, orcos, espadas y héroes. ¿Qué mas se puede pedir? 3. Harry Potter y el príncipe mestizo, J.K. Rowling, Salamandra. La última aventura del niño mago, ya no tan niño, sale a la venta en febrero. 4. Eragon, Christopher Paolini, Roca. El joven Paolini sorprendió con la creación de un mundo a lo Tolkien. 5. Los libros de Terramar, Ursula K. Le Guin, Minotauro.

Mundos posibles

Además de los territorios habitados por la imaginación pura y dura, que constituye la más amplia demandada en esta edad, los nuevos amigos pueden abrir las primeras rendijas a la sociedad actual, la historia… Pueden ser, incluso, una buena manera de enfrentarse a aspectos tan duros como la guerra, el dolor o la injusticia. También empiezan a aparecer sentimientos no siempre fáciles de comprender y asimilar. En los libros encontrarán a otros que sufren o disfrutan como ellos.

1. Un saco de canicas, Joseph Joffo, Mondadori. Inolvidable peripecia de dos niños judíos en la Francia ocupado por los nazis. 2. Cielo abajo, Fernando Marías, Anaya. El desastre de la Guerra Civil española. 3. Ilión y Odiseo, Imre Dros, Salamandra. Introducción novelada al mito por excelencia y una de las aventuras más sugerentes de la literatura. 4. Hermano lobo: crónicas de la Prehistoria, Michelle Paver, Salamandra. 5. Mujercitas, Louise May Alcott, Lumen. La sentimental historia de siempre, incluida la segunda parte y con las ilustraciones de la primera edición.

De 15 a 18 años

La entrada a la gran literatura

Disparadero hacia la madurez, el niño empieza a ser hombre. Tiene ante sí la inmensa biblioteca del universo. Pero como avisa Séneca, «no interesa leer muchos libros, sino buenos libros». Es el momento de acercarse a los clásicos. Pero sin empachar, poco a poco, administrando ese tesoro de novelas de siempre, con estructuras sencillas y contenidos evocadores. Aunque es muy posible que empiece a elegir sus propios rumbos. Siempre estaremos ahí para orientarlo.

1. Viaje al centro de la tierra, Julio Verne, Anaya. Las maravillosas ilustraciones de Pere Ginard completan el fascinante viaje hacia las entrañas del mundo. 2. Zalacaín el aventurero, Pio Baroja, Anaya. Historias con genuino sabor español. 3. El hombre que fue jueves, G.K. Chesterton, Valdemar. Surrealistas avatares de un londinense . 4. La Odisea, Homero, Alianza. Aunque oficialmente duro de roer, la mejor épica de todos los tiempos. 5. El arte de comprender el mundo, Véronique Antoine-Andersen. Serres. 6. El Quijote. Cervantes, Everest. ¿Por qué no?

La actualidad de la novela juvenil

Los primeros pasos hacia la Literatura con mayúsculas deben equilibrarse con el desarrollo de un criterio sólido en la elección de las novedades. El joven tampoco debe perderse, por tanto, la oportunidad de tomar contacto con los últimos logros de un género pensado especialmente para su edad. La producción es vasta y algunos títulos son de calidad, pero hay que hacer criba. Es interesante que vaya elaborando, mentalmente, una lista de sus autores favoritos.

1. Tan lejos como los pies me lleven, Josef Martín Bauer, Edhasa. Basada en la historia real de un periodista bávaro que sobrevivió en la Siberia soviética. 2. El parque prohibido, Andrés Ibáñez, Montena. Fridolín sabe que no debe entrar ahí, pero… 3. El último tren a Zurich, César Vidal, Alfaguara. Emocionante narración ambientada en la Viena de 1937, llena de nazis. 4. Carta al rey, Tonke Dragt, Siruela. Tiuri, un chaval de 16 años, emprende un viaje durante la Edad Media. 5. Diario de Paula, José Ramón Ayllón, Bruño.

Hikikomoris, cautivos en casa por propia voluntad

Desde hace algunos años, un número creciente de jóvenes y adolescentes japoneses optan por recluirse en sus habitaciones para evitar todo tipo de contacto social. Son los hikikomoris, chicos cuya vida trascurre durante meses e incluso años entre electrónica de última generación y comida basura. No van al colegio, no tienen amigos… Impotentes, muchas familias optan por dejar pasar el tiempo.

Autor: Rodrigo Santodomingo

En Occidente, el rechazo de las sociedades actuales al juego colectivo es un lugar común. No en vano, PADRES describía hace unos meses (ver número de noviembre) ese traslado de los lugares abiertos y compartidos (la calle) hacia la soledad de la habitación como entorno de ocio habitual entre nuestros niños y adolescentes. También contábamos que el juego físico e interpersonal había dado paso a la vídeoconsola, el ordenador y la tele.
Pues bien, lo que en Europa parece un proceso lento y de efectos aún inciertos, en Japón lleva tiempo como preocupación nacional de primer orden.
Y es que la segunda potencia económica mundial ha generado (de forma casi exclusiva a nivel global) una curiosa y exótica tipología de comportamiento: los hikikomoris, un colectivo de varones entre 15 y 25 años que, según algunas estimaciones, suma más de un millón entre una población de unos 125 millones.
Ryu Murakami, uno de los escritores nipones de más prestigio, define con precisión y desapego el estado hikikomori: «Chicos retirados de la sociedad que se encierran en su habitación y rechazan cualquier tipo de contacto con el mundo exterior. Viven al revés: duermen todo el día, se levantan por la tarde y se quedan despiertos toda la noche viendo la televisión o entretenidos con videojuegos».
Al parecer, la paranoia puede llegar hasta el punto de negar toda relación con los padres, de manera que estos se ven obligados a suministrar comida a sus hijos y poco más.
En muchos casos, el encierro es a cal y canto durante meses e incluso años. Buena prueba de ello son los 50.000 alumnos de Secundaria que, según el Ministerio de Educación de Japón, dejan de asistir a clase por tiempo prolongado cada curso aduciendo «motivos emocionales».
Competencia extrema en la escuela y en el trabajo, timidez e introversión inherentes al carácter japonés , acoso escolar, incompetencia comunicativa en una sociedad ultra-tecnificada…

Absentismo escolar

La mayoría busca causas instaladas en el tópico y la superficialidad. Otros, como Murakami, ofrecen explicaciones no tan evidentes. Para él, el país alcanzó sus objetivos de desarrollo y bienestar en los años 70. Desde entonces, «perdimos buena parte de la motivación que nos había mantenido tan unidos. Los japoneses pudientes no saben qué tipo de vida llevar. Sin duda esto ha empujado a muchos al aislamiento y ha causado una buena ristra de problemas. Naturalmente, los hikikomoris es uno de ellos».
Por su parte, el psiquiatra Tamaki Saito declaraba en una reciente entrevista que el problema tiene raíces históricas, ya que «la música y la poesía [japonesas] tradicionales suelen celebrar la nobleza de la soledad».
Por supuesto, todos asumen que los hikikomoris son un producto sólo posible en los llamados países ricos. Resulta evidente que sin padres adinerados suministrando aparatos electrónicos y comida de sobra, pocos japoneses podrían optar por la reclusión voluntaria.
Sea cual sea el factor de más peso para explicar un fenómeno desconcertante como pocos, hay quien apunta que la solución es difícil, ya que la cultura de la vergüenza impide a muchas familias japonesas reconocer que tienen un hikikomori en casa. Muchas optan, simplemente, por dejar pasar el tiempo.

Dr. Grubb: «Yo tiraría la puerta abajo»

Por el momento, prácticamente nadie cree que el fenómeno hikikomori pueda reproducirse en ningún estado occidental, menos aún en un país con la extroversión y la cultura de calle que atesora España.
También parece claro que este tipo de comportamiento sólo es posible si los padres se abstienen de intervenir. Para algunos, son la inhibición sentimental y la cultura de la vergüenza las que impiden coger el toro por los cuernos a un buen número de padres nipones.
El doctor Henry Grubb, experto en la materia en la Universidad de Maryland (EEUU), ilustra la incomprensión que esta pasividad provoca a ambos lados del Atlántico: «Si mi hijo estuviera en su habitación y no me dejara verle, tiraría la puerta abajo y entraría dentro. Pero en Japón todo el mundo dice que es cuestión de tiempo, que es sólo un período».
En un foro catalán sobre los hikikomoris, un usuario reforzaba, de manera más explícita, la opinión del Dr. Grubb. «Me imagino qué hubiera hecho mi padre si me niego a ir al colegio sin estar físicamente enfermo; dos sopapos y a la calle».

Cuándo no llevar a los niños al colegio

A menudo dudamos si debemos o no enviar a nuestro hijo al colegio cuando tose un poquito o nos dice que se encuentra mal. Tomemos la decisión que tomemos será esencial extremar la higiene para evitar contagios e incluir la medicación del niño en la mochila.

Autor: Alejandra Rodríguez

Si usted ha llevado a su hijo, o lo hace en la actualidad, a una guardería o escuela infantil, le habrán advertido que el crío no puede asistir al centro escolar cuando padezca alguna enfermedad infecto contagiosa. Asimismo, seguramente habrá pasado por la experiencia de que le llamen para que vaya a buscarle cuando la fiebre sobrepasa los 38 grados en el termómetro.
Sin embargo, una revisión publicada en el último número de la revista Ambulatory Pediatrics ha revelado que ni los padres ni los responsables de los centros educativos tienen demasiado claro en qué casos los chavales deben permanecer enclaustrados en casa y cuándo pueden asistir a clase con total normalidad, incluso aunque estén enfermos.
Para elaborar el estudio, se envió un completo cuestionario a 132 familias y a 36 pediatras. En él se recogían preguntas acerca de la salud infantil y se preguntaba, además, si pensaban que sacar al niño del colegio mientras esté enfermo es una medida pertinente y eficaz para evitar que el resto de los compañeros se vea contagiado.
Pues bien, según parece, el 60% de los encuestados desconocía con cierta precisión los motivos por los que los escolares deben quedarse en casa por enfermedad. Por otra parte, la gran mayoría de los progenitores se mostró partidario de la exclusión del menor en caso de sufrir cualquier enfermedad. Sólo un 33% cuestionó la eficacia de esta medida con el argumento de que la mayoría de las enfermedades suele incubarse durante un periodo de tiempo (varios días e, incluso, semanas) en el que, a pesar de ser transmisible, no da ningún síntoma aparente que permita adoptar medidas profilácticas con respecto a los demás alumnos. De esta manera, los autores del seguimiento aconsejan seguir un viejo consejo para tratar de evitar, en la medida de lo posible, la expansión de los microorganismos patógenos que amenazan la salud de nuestros pequeños: lavarse las manos antes de comer y después de ir al baño. «Emplear las medidas higiénicas es mucho más eficaz que el aislamiento a la hora de evitar la transmisión de patologías», afirman en su investigación, al tiempo que recuerdan que, en muchas ocasiones, este comportamiento no se sigue todo lo estrictamente que sería deseable.

Sí con hepatitis

Por otra parte, aclaran que, al contrario de lo que muchos sanitarios y progenitores creen, un alumno puede asistir perfectamente a clase aunque tenga hepatitis B, sida o una infección ocular, siempre que ésta no segregue un fluido purulento. También puede acudir a su centro educativo con trastornos en la micción provocados por virus o bacterias, ya que éstos no son fácilmente transmisibles. Por el contrario, es mejor que permanezca en el hogar siempre que la conjuntivitis sea purulenta, si ha tenido tres o más episodios de diarrea en las últimas 24 horas (este factor eleva considerablemente el riesgo de transmitir episodios de gastroenteritis, incluso aunque se extremen las pautas higiénicas), rubeola, sarampión o varicela; así como hepatitis A, tuberculosis, gripe o infecciones respiratorias.
Para concluir, los investigadores recuerdan que los motivos que realmente impiden que un chaval acuda al colegio con normalidad no llegan a 30 y que tanto los progenitores, como los pediatras y los responsables del centro, deben hacer un esfuerzo por conocerlos bien para poder aplicarlos con buen criterio. Además, recuerdan que en caso de duda siempre se debe consultar al médico antes de tomar una decisión al respecto de enviar o no al niño al colegio.
En todo caso, las circunstancias que rodean a las familias españolas actualmente (ambos progenitores trabajan y no disponen de ayuda para cuidar a su pequeño enfermo de un día para otro) hacen que las guías pediátricas no siempre puedan aplicarse a rajatabla. Por este motivo, los centros educativos se convierten en más de una ocasión en pequeños hospitales de campaña, sobre todo en esta época del año, en la que los resfriados constituyen el pan nuestro de cada día.
Por este motivo, los pediatras aconsejan enviar al pequeño con la medicación que le haya recetado su facultativo y adjuntar instrucciones precisas en cuanto a su administración para que los fármacos le sean administrados durante el horario lectivo. Esto es especialmente importante en el caso de los antibióticos, ya que el seguimiento estricto de la terapia condiciona el éxito de la misma. Por estas mismas razones, muchas escuelas infantiles ya incluyen entre sus servicios la asistencia pediátrica; una garantía de tranquilidad tanto para los padres como para el propio centro.