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Familia, valores y sentimientos

“Colaboración” y “respeto” son las dos ideas clave para que las relaciones entre profesorado y padres den unos resultados óptimos que se alejen de la discrepancia y el enfrentamiento que, en ocasiones, tiñen un sistema educativo que se debe centrar sólo en los alumnos.
Miércoles, 13 de febrero de 2002
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“Ese era el pan de cada día: recriminaciones, acusaciones, advertencias. Tanto su padre como su madre; casi parecía que jugasen a quien pensaría más nuevas prohibiciones. No le había pasado por la cabeza considerar la posibilidad de que, todo aquello, sus padres lo hicieran en un intento de inculcarle el código ético de honestidad que ellos ya poseían”.

Este texto es un fragmento de Scarface, una clásica novela negra norteamericana que nos cuenta como un joven de origen italiano se convierte en el capo de los gangsters de Chicago o, lo que es lo mismo, en el alter ego literario de Al Capone. Se trata de una traducción de la edición catalana, publicada por Ediciones 62, pues es difícil encontrar determinados títulos de este género en castellano a no ser que uno esté dispuesto a sumergirse en el mercado de segunda mano.

Y de los Estados Unidos previos a la Ley Seca, pasamos a la convulsa España de los primeros años 80. El Pico y El Pico 2, películas dirigidas por Eloy de la Iglesia, pusieron el dedo en la llaga al mostrar cómo una familia era destruida por un demonio llamado heroína.’

Delincuencia y drogas. Cualquier día, cualquier periódico: un grupo de jóvenes da una paliza a un inmigrante. Noticia que por desgracia se repite en demasiadas ocasiones. En los tres casos, nunca falta ese dedo acusador que culpa a la Escuela y a los docentes de todos los males. Absurdo. Grotesco. Malintencionado. ¿Cómo pueden ser sólo los profesores los culpables de todos los males? Drogodependencia, delincuencia juvenil y racismo son problemas a los que debe hacer frente toda la sociedad, lo que implica a docentes, familias, administraciones y medios de comunicación.

Una idea: colaboración

“No se puede concebir la familia sin la Escuela y la Escuela sin la familia”, contaba Antonio Arasanz, vicepresidente de Cofapa (Confederación de Padres y Madres de Alumnos) y presidente de Fapel (Federación de Asociaciones de Padres y Madres de las Escuelas Libres de Cataluña) en una entrevista. Sabias y certeras palabras. “Colaboración” es la idea y el concepto a seguir.

En una reciente conferencia que tuvo lugar en Barcelona, Martín Carnoy, profesor de Educación y Economía de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), analizaba la cuestión desde otro punto de vista al señalar que asistimos a un clara bipolarización entre las familias: por un lado están las que son demasiado intervencionistas en el trabajo que llevan a cabo los docentes y, por otro, las que no pueden, o no quieren participar en un trabajo mano a mano con el profesor cuando es necesario o que, sencillamente, delegan toda la Educación de sus hijos en la Escuela. Esto lleva a otra conclusión de perogrullo: hay de todo en la viña del Señor. Profesores buenos y competentes, docentes dejados, familias que se preocupan en exceso de sus hijos, otras que no les prestan la más mínima atención, etc. En fin, pisamos un terreno donde las generalizaciones se hacen francamente peligrosas.

Todos los extremos son, por supuesto, poco recomendables. Recientemente, en Cataluña, el sindicato CSI-CSIF presentó una campaña con un lema bastante claro: “Si te importa el futuro de tus hijos, colabora con sus profesores”. El verbo vuelve a brillar con la misma luz con la que lo hizo el sustantivo una líneas atrás: “colaborar”. No “dirigir” ni “dictaminar” ni “fiscalizar”. Recurriendo por segunda vez al siempre certero refranero castellano: cada uno en su casa y Dios en la de todos. Tampoco se debe rechazar la opinión de los padres por sistema, pero el profesorado, en particular el de Secundaria, se siente solo y cuestionado. Y a los docentes, desde la sociedad, les debemos apoyar, porque en sus manos está el futuro. Nuestro futuro. El consejo escolar y la tutoría son los mecanismos creados para que esta relación se lleve a cabo con fluidez. Hay muchas Apas y direcciones que han cosechado excelentes resultados, lo que prueba que todo se reduce a una cuestión de sentido común.

Familia y Educación

Hasta ahora, uno de los pocos estudios –al menos, el más completo– que ha dado algo de luz sobre esta cuestión es La familia española ante la educación de sus hijos, publicado por la Fundación “La Caixa” y dirigido el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Víctor Pérez-Díaz. Este extenso trabajo, en el que también han colaborado los profesores Juan Carlos Rodríguez y Leonardo Sánchez-Ferrer, se ha basado en una muestra realizada a 2.500 padres y madres de estudiantes de Primaria y ESO entre mayo y junio del 2000.

La principal conclusión es que la mayor parte de los padres y madres españoles se muestran satisfechos con los profesores de sus hijos y con la contribución de los colegios a su formación. Pese a ello, esta opinión lleva consigo el convencimiento de que la Enseñanza Pública necesita más recursos.
Si analizamos los datos de cerca, se comprueba que un 74 por ciento de los padres y madres encuestados cree que la Enseñanza Pública debe mejorar “mucho o bastante”. En este porcentaje se hace perceptible una clara falta de confianza.

La afirmación se complementa con el hecho de que un 38 por ciento de los encuestados estaría dispuesto a pagar “unos pocos impuestos más” para reforzar a la Pública. Frente a este “apoyo débil”, un 10 por ciento se mostraría partidario de pagar “bastantes más impuestos”.

Otra conclusión que se extrae del informe es que los padres, en palabras del propio Pérez-Díaz, prefieren una educación “poco estresante” para sus hijos. La generación de padres, marcada por el espíritu de mayo del 68, no quiere ser “tan rígida” como la generación precedente.

La mayor parte del profesorado de Secundaria, en cambio, no comulga con esta opinión y se muestra más proclive a reducir la optatividad que, en algunos casos, había llegado al terreno de lo absurdo. Además, los docentes no ven que repetir curso sea una medida represiva, sino sencillamente fruto de la lógica. Incluso en los pasillos, la palabra “disciplina”, demasiado ligada a aquellos castigos de reglazos en la mano, comienza a ganar popularidad. No se trata de introducir la “tolerancia 0” en el aula y convertir una clase en un pequeño Guantánamo, pero sí de poder expulsar a un alumno por una falta grave sin tener que ahogarse en una tormenta de papeles y burocracia.

Por su lado, las familias están cada vez menos preocupadas por las notas de sus hijos porque confían en que, a pesar de las malas calificaciones, el sistema garantiza su escolarización. Esto tiene una explicación sencilla: vivimos en unos tiempos que padecen de “titulitis”. Expresado de otra forma: todo vale con tal de conseguir el título académico que nos abrirá las puertas de un futuro trabajo. Error. Los títulos deben ser algo que cuesta conseguir y aquí hay que abogar por la cultura del esfuerzo y no por la del pasar curso.

Soluciones conjuntas

Existe, huelga decirlo, un problema de fracaso escolar que se debe solucionar no bajando el listón sino adoptando medidas y uniendo a todas las fuerzas implicadas. Y esto incluye, no sólo a familias sino también a los medios de comunicación, en particular a la televisión, esa “caja tonta” en manos de muchos e instrumento de Educación y cultura para unos pocos valientes. ¿Dónde está aquella serie de dibujos animados llamada Érase una vez el hombre que explicaba la historia de la humanidad de una forma didáctica y amena?

Es la unión de todos estos factores –acción conjunta de familia y docencia, políticas educativas responsables y programaciones televisivas más adecuadas– la que evitaría la proliferación de problemas como la violencia en los centros donde algunos chicos y chicas –sí, han leído bien, porque la violencia femenina es creciente– ya juegan a ser pequeños Al Capone. Y no olvidemos la droga, sin crear alarmismos innecesarios, pero sin cerrar los ojos, porque el problema sigue existiendo. 

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