Las medicinas, al alcance sólo del Primer Mundo
Autor: José M. LACASA
Las denuncias se suceden entre ONG y asociaciones, mientras las farmacéuticas miran hacia otro lado: no hay medicinas al alcance de los más pobres. Pero no sólo las farmacéuticas miran a otro lado, pues la concienciación del problema va muy despacio en las mentes aseguradas socialmente.
Las tímidas reacciones sociales van encaminadas a pedir a las empresas farmacéuticas para que abaraten los medicamentos: de hecho, sus beneficios en 2002 rondaron los 500.000 millones de dólares, algo que el mismo Vaticano ha considerado “escandaloso”, calificando la situación de “genocidio”.
Beneficios y derechos
La situación es la misma cada vez que entran en conflicto los intereses empresariales y los derechos humanos. El problema es que la respuesta suele ser unívoca: las empresas deben renunciar al dinero y favorecer que se cumplan los derechos humanos. Así de sencillo.
Pero no es tan sencillo: primero, esos medicamentos no existirían si nadie hubiera invertido en ellos, y quitar los beneficios pararía la industria de investigación farmacéutica. Es lo que aducen las empresas. Y si los beneficios son altos, también los son los riesgos, terminan.Y es que alterar las reglas del libre mercado suele traer consecuencias.
Pero los defensores del otro lado aducen que muchas de estas empresas se han beneficiado de dinero de la sociedad para desarrollar cuanto antes los medicamentos que ahora venden a precio de sangre. Y que mantienen prácticas bastante alejadas del libre mercado cuando les interesa (información privilegiada, grupos de presión, etc).
Sin embargo, lo que cada vez parece más claro es que no sólo las farmacéuticas deben correr con los gastos. Son muchas las soluciones propuestas que han pasado a mejor vida: subir el precio de los medicamentos en los países occidentales para pagar el bajo precio de éstos en el Tercer Mundo pone los pelos de punta a los sistemas de salud europeos, ya de por sí bastante tocados financieramente; un intento de bolsa para “medicamentos solidarios” por la que las farmacéuticas debían competir se fue al traste por su escaso atractivo.
Y es que la solución no es sencilla, pero pasa por la presión social y por la concienciación individual: lo que está claro es que si las farmacéuticas son ricas, también lo son los países occidentales. Por tanto –eso es algo que en Occidente deberíamos de tener claro–, los derechos humanos no son gratis, sino que cuestan mucho. Afortunadamente, aquí ya sólo económicamente.
Queda sólo decidirse: dinero o derechos. Pero no desde la postura maniquea de que paguen otros. Cumplir los derechos humanos es tarea de todos, empezando por usted.