En Afganistán sólo estudian las niñas que viven en zonas militarizadas
La primavera comenzó en Afganistán con esperanzas renovadas. Tras el 21 de marzo, día de Año Nuevo, comienza tradicionalmente el curso escolar en este asolado país, aunque 2002 era distinto: muchos alumnos –principalmente alumnas– acudían por primera vez abiertamente a clase desde hacía siete años.
Para los dos millones de alumnos, muchas cosas habían cambiado. Tanto el gobierno provisional afgano como los organismos de la ONU, la ayuda al desarrollo estadounidense, las ONG y miles de donantes anónimos cooperaron para que la apuesta más importante del país, un sistema educativo que llegara a todos para levantar la nación sobre una base firme, comenzara con buen pie.
Millones de libros
EEUU editó más de diez millones de libros en las lenguas pasthu y dari para alumnos de Primaria, mientras que Unicef, además de encargarse de la distribución de todo el material escolar, acondicionó edificios como escuelas y plantó tiendas de campaña con letrinas allí donde no era posible otra situación.
Un ejemplo es la zona rural a unas decenas de kilómetros al noroeste de Kabul, aún en la orilla izquierda del Helmand –zona controlada por las fuerzas internacionales–, donde se alza la escuela que podemos ver en la fotografía, restaurada gracias a la ayuda internacional y equipada con pupitres y material escolar donados por algunas parroquias españolas.
José Luis es uno de los cooperantes españoles que ha podido observar cómo se desarrollan las clases en esta y otras escuelas: “Aunque al principio todo parecía normal, pronto te dabas cuenta de que no todo iba bien. Por ejemplo, los cuadernos y bolígrafos que se habían enviado desde España hacía meses permanecían almacenados y tan sólo los hijos del director los utilizaban”.
“Todos los profesores llevaban varas flexibles –parecían de fresno– con las que conducían a los niños a base de golpes, como si fueran ganado. Incluso vi cómo un profesor propinaba una paliza a uno de los chicos más mayores que había hecho ademán de revolverse”.
Sin embargo, la situación de estos niños era envidiable, comparada con las zonas más pobres o más alejadas del control de las tropas internacionales: “Desde los vehículos –los movimientos son a menudo en caravanas fuertemente escoltadas– se veía a niños de cinco años que llevaban de la mano a otro que apenas había echado a andar, y que tan sólo mendigaban agua o comida. En los dispensarios se veían enfermedades que sólo los veterinarios habían visto antes en animales de granja. Y eso sin contar con los heridos por minas”.
Infancia poco valorada
Aunque se ven niñas escolarizadas en Primaria en las zonas controladas, son más difíciles de ver en las zonas controladas por los señores de la droga o con una fuerte implantación talibán en el pasado reciente. “De todas formas, en casi todos los sitios les ponen el burka a los doce años, y es raro ver a mujeres adultas sin él incluso en Kabul”. Situación aún más triste si consideramos que Afganistán permitió el sufragio femenino en 1923, diez años antes que en España.
De todas formas, el mayor problema con que se enfrentan los menores afganos es el escaso valor que se concede a la vida de un niño. José Luis nos cuenta cómo, paseando por una zona, se detuvo en seco –no es difícil meterse inadvertidamente en un campo minado– cuando escuchó a un grupo de afganos adultos que gritaban en son de chanza “bum,bum”. “Cuando miré, vi que el objeto de las burlas era un niño que había entrado en la zona minada. Nadie le dijo que saliera de allí, sólo continuaron con las burlas”.
Una terrible situación de partida
Los cuatro millones de niños afganos en edad escolar se enfrentaban a un primer curso con enormes dificultades humanas y materiales: un informe de Unicef cifraba en un 80% las escuelas gravemente dañadas tras los 23 años de conflicto, que había costado la vida aproximadamente al 40% de los maestros del país, y eso sin contar con los exiliados y los desplazados. Antes del régimen talibán, el 60% de los profesores eran mujeres, cifra que se elevaba al 80% en el caso de Primaria; fueron despedidas y llevan una media de cinco años sin cobrar sus sueldos. El material escolar es inexistente: los libros fueron quemados en su mayoría por el régimen integrista, los pupitres y sillas han desaparecido con el tiempo y no hay dinero ni posibilidad de comprar un cuaderno o un bolígrafo. Y no existe nada parecido a un programa escolar, ni planes viables de formación del profesorado…