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Insiders y outsiders

“La Educación general en España”, de Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez, presentado recientemente en la Semana Santillana, es uno de los libros que traerá cola en los próximos meses.
Miércoles, 26 de noviembre de 2003
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Un sabor amargo deja la lectura de este informe, tercero de la serie que estos autores han dedicado a la Educación española: Universidad, Formación Profesional, enseñanza general, bajo el patrocinio de la Fundación Santillana.

Y si los anteriores crearon polémica, este va por el mismo camino. Primero, porque denuncia la iliberalidad del sistema educativo español, tal y como se ha ido conformando en los últimos cincuenta años: las presiones que lo han ido moldeando nunca provenían de los máximos interesados en la Educación, los padres. Segundo, porque pintan un sistema blindado a los cambios y a cualquier tipo de innovación (quién lo diría, cuando es una de las palabras más pronunciadas). Un sistema, en fin, en que son los que viven de él (profesores, sindicatos, políticos) los que lo han conformado, dejando muy poco espacio a la decisión o el interés de los beneficiarios, padres y alumnos.

Para muestra un botón

El ejemplo de una medida que ha ido avanzando desde la LGE de 1970 hasta la Logse –y sólo en parte rectificada por la Ley de Calidad–, la postergación de la enseñanza de la lectura y las primeras cuentas en la Infantil es sólo una muestra. ¿A quién le interesaba esta medida? A los padres no, pues todavía siguen enseñando a sus hijos las primeras letras en casa. ¿Entonces? Todos sabemos que fue una conjunción ideológica la que hizo posible que se retrasase el enseñar a leer a Primaria.

Este caso, como otros tantos, aparecen sin cesar en el libro: con respecto a la elección de currículo, de escuela, de jornada, de objetivos… Pocas de las decisiones políticas y técnicas han respondido a una presión ejercida por los padres o por amplios sectores de la sociedad.

Y es que la bajada de exigencia del sistema educativo –desde el punto de vista histórico, evidente–, que se ha ido acentuando constantemente desde la década de los 60 paralelamente al abandono de los contenidos en favor de la pedagogía, les lleva a un análisis ideológico que no tiene desperdicio: han sido los intereses de ciertos grupos (docentes o no), marcados por una ideología concreta, la que ha llevado al sistema a bajar sus niveles de exigencia, sin que ello respondiera a demandas sociales.

Más bien, muchas de estas medidas se tomaron en contra de muchos grupos de profesores, como la desmembración de la Secundaria y el Bachillerato, y al margen de la sociedad.

Sin embargo, los autores chocan con alguna de las dificultades más importantes a las que se enfrenta cualquiera que pretenda saber qué ocurre en nuestro sistema educativo: la ocultación de datos de todos aquellos sectores que disponen de ellos: Ministerio, consejerías de Educación de las comunidades autónomas, servicios de Inspección.

Análisis sin datos

Esta circunstancia obliga a basarse, para las conclusiones sobre rendimiento del sistema, en datos fragmentarios y análisis de menor alcance del deseado. Sin embargo, las principales fuentes utilizadas por los autores son los informes periódicos del INCE y los estudios internacionales como los de la OCDE.

Basados en ellos, las conclusiones son claras: no gastamos tanto como otros países de nuestro entorno, pero los resultados son incluso inferiores a lo gastado.

Las causas que “La Educación general en España” apunta son, como no podía ser de otro modo, múltiples. Hay causas sociales –que afectan especialmente a los alumnos–, pero también de gestión: la pésima política de personal de los responsables educativos, que desincentiva al profesorado o le obliga a impartir enseñanzas para las que no están preparados (ni les dejan tiempo para ello). Y que dé lo mismo que lo impartan mal, porque no hay ningún control sobre ello.

O, en definitiva, la presión de los grupos interesados en que las cosas sigan como están: como apunta el estudio, un conformista es un reformista que ha conseguido lo que quiere.

Falta de evaluación

Una de las fallas principales del sistema para los autores es la imposibilidad de innovar fuera de los cauces oficiales y, cuando esta innovación se produce (casi siempre de arriba –políticos– abajo), no se evalúa. O no se hace caso de la evaluación, que también ha ocurrido.

La conclusión más importante es que no está tan claro que nos encontremos con la generación más formada de la historia española, como tanto dicen políticos y otros representantes sociales, sino sólo la que más tiempo pasa dentro de la escuela. Lo cual es lógico, a juicio de los autores, mientras no deje de ser lo mismo hacer las cosas bien que mal, mientras no existan espacios de libertad y responsabilidad para todos los sectores implicados. 

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