fbpx

Escapando sin salida

Según Naciones Unidas, el tráfico de niños afecta a 1,2 millones de menores anualmente. Aunque África y Asia son los continentes donde el traslado forzoso o fraudulento de niños para fines de explotación es más habitual, ningún país del mundo queda completamente indemne frente a una plaga que la globalización no ha hecho sino acrecentar.
Miércoles, 5 de mayo de 2004
0

Autor: Rodrigo SANTODOMINGO

Sorteando los peligros de la selva colombiana, en un continuo zig-zag por las rectas fronteras que cortan África, viajando en carro desde las zonas rurales del sureste asiático hacia alguna megalópoli del continente. También en furgonetas fletadas desde Bucarest dirección Berlín o en barcos que parten de Albania y atracan en Bari, en la Casa de Campo de Madrid cuando cae la noche.

Para prostituirse, robar o emplearse en labores indignas, mal o nulamente pagadas. Para luchar en el frente. Quizá con el fin de encontrar un marido impuesto que no aman porque ni siquiera conocen. Casi siempre con la falsa esperanza de un futuro mejor en la maleta.

Por desgracia, no hay un patrón que explique el tráfico de niños como fenómeno homogéneo y más o menos localizado. Directa o indirectamente, afecta a todos los países del mundo. Unos son origen, otros destino y muchos (sobre todo en África) ambas cosas. La mayoría de gobiernos lo prohibe sin fisuras, pero no todos lo persiguen con la misma determinación, ya sea por falta de medios o por la ausencia de una voluntad política clara.

Según datos de la ONU, cada año se producen 1,2 millones de movimientos de personas con menores involucrados que responden a su propia definición de tráfico: “el reclutamiento, transporte, encubrimiento o recepción de un niño con fines de explotación”. Y añade: “la explotación debe incluir, al menos, la prostitución u otras formas de explotación sexual, los trabajos forzados, la esclavitud o prácticas similares o la extracción de órganos”.

Sin papeles

Hace escasos días, Unicef presentaba un desolador informe sobre el tráfico infantil en África elaborado desde su centro de investigación Innocenti, en Florencia. En los 53 países analizados por el organismo de Naciones Unidas dedicado a la protección de la infancia, el traslado forzado o fraudulento de seres humanos era una práctica más o menos corriente, aunque no en todos revestida de los mismos tintes trágicos.

No existen cifras fiables sobre el número de niños traficados al año en el continente negro. Sí se sabe, no obstante, que los países que reconocen la existencia del problema dentro de sus fronteras doblan en número a los que afirman lo mismo para el caso de las mujeres, el otro gran grupo de riesgo a la hora de engrosar la lista de víctimas.

El informe de Unicef no ofrece una clasificación de países según el nivel de incidencia, y se muestra muy cuidadoso a la hora de señalar con el dedo las regiones especialmente afectadas. Sin embargo, sus páginas proyectan una visión sobre varios países de la costa oeste que hace pensar que el tráfico es allí parte inherente del tejido social y de la estructura socioeconómica.

Es el caso de Togo, Benin, Gabon, Ghana… Territorios delimitados con escuadra y cartabón por los antiguos colonizadores europeos y tremendamente permeables a la entrada y salida de individuos sin que medie ningún tipo de control oficial. Es, entre otras razones, esa ausencia de facto de pasos fronterizos vigilados y las dificultades para registrar a la población lo que hace imposible conocer el verdadero volumen del tráfico infantil entre Tánger y Ciudad del Cabo.

Caza y captura

El escritor César Vidal viajó recientemente a África para investigar el tráfico humano y la trata de esclavos en Togo y Sudán. Un trabajo de campo de que ha volcado su última novela, Primavera en el camino de lágrimas, una historia de ficción con la cruda realidad del continente vecino como trasfondo.

Vidal advierte sobre el error de uniformar la situación del África subsahariana bajo el prisma de una “masa de negros todos iguales”, una imagen que aún perdura en la mente de muchos europeos. Sobre su experiencia en Togo, por ejemplo, el autor madrileño compara la compra de niños y niñas en ese país para trasladarlos del campo a la ciudad con lo que “ocurría en este país con las criadas hace 50 años. Una forma de promoción social perfectamente legítima que en los últimos años se ha visto pervertida por la llegada de mafias, en especial la nigeriana, que utiliza métodos de extorsión que harían sonrojar a los capos sicilianos”.

Los niños y niñas de Togo ya no cambian de residencia para realizar labores domésticas en las casas de la capital, Lomé. En manos de los traficantes, engañadas las familias y amedrentada la víctima, vía vudú o castigo físico, su destino podría ser la prostitución en cualquier lugar del país o en naciones vecinas, en Europa, Oriente Medio… De hecho, según el informe de Unicef, el 34% de países africanos donde existe tráfico (todos de los que se tienen datos) exportan a Europa, y el 26%, a países árabes.

Muy distinto es lo que Vidal vio en Sudán, país de mayoría islámica en ruinas tras décadas de conflictos armados en el que la “caza y venta de esclavos” (hombres, mujeres y niños) está a la orden del día. “Las autoridades”, indica, “hacen poco porque es una industria muy rentable”, de forma que la esclavitud ha quedado institucionalizada, con el agravante, según la opinión de Vidal, de “que está práctica es legítima desde un punto de vista coránico”.

Costumbres

Para explicar qué demonios está ocurriendo más allá del estrecho de Gibraltar, Unicef divide las causas entre “factores que impulsan” y “factores que atraen”. Entre los primeros, la pobreza, la descorazonadora pobreza que define al continente, sobrevuela, condiciona y explica al resto. Por ejemplo, las arraigadas costumbres que hacen del tráfico algo “moralmente aceptable”, como señala el informe. O el anhelo de una vida “a la europea”, un deseo que aumenta más si cabe la vulnerabilidad de las víctimas.

En el lado de la “demanda” (siguiendo la terminología utilizada por Unicef), aparte de las razones obvias –explotación sexual y laboral–, Unicef destaca la expansión del SIDA como un factor que ha aumentado las peticiones de jóvenes esposas vírgenes por parte de los propios africanos. No hay que olvidar que gran parte del tráfico infantil en África nunca traspasa sus propias fronteras.

África, como el sudeste asiático o algunas zonas de Centroamérica, son sólo el campo más fértil para una de las prácticas más abominables jamás concebidas por el hombre. Una práctica que ni siquiera conoce las fronteras de la vergüenza.

De Tirana a la Casa de Campo: EL DRAMA DEL ESTE

Hace escasas semanas, Dominique Ambiel, consejero de imagen y comunicación del primer ministro francés, Jean Pierre Raffarin, se vio obligado a dimitir tras conocerse que había contratado los servicios de una prostituta eslava menor de edad en las calles de París. El caso de Ambiel ha atizado las conciencias de miles de europeos occidentales que se niegan a creer que la prostitución con menores esté tan cerca de sus casas; todos los días del año en la Casa de Campo de turno, en polígonos industriales, en cualquier oscuro burdel de carretera.

Aunque el desembarco masivo en la UE de prostitutas venidas del antiguo bloque soviético comenzó a principios de los 90 (las famosas carreteras que unían las dos alemanias convertidas en prostíbulos autoservicio), el fenómeno no se ha extendido a todas las grandes capitales hasta finales de la pasada década. Con el aumento de los contigentes, empezó a bajar la edad de las jóvenes. Ahora, según denuncian las organizaciones que trabajan con prostitutas en España, las menores que venden su cuerpo en la Europa rica han dejado ser la excepción.

En un reciente informe, la Organización por la Seguridad y la Cooperación en Europa cifraba en 200.000 el número de individuos que traficaban anualmente del este al oeste continental, muchos de ellos niños. El informe destacaba que algunos venían a trabajar en el servicio doméstico o en empleos mal remunerados y sujetos a explotación, aunque la mayoría terminaba su periplo en alguna red de prostitución o a sueldo para el crimen organizado.

Según la ONG francesa Terre des Hommes, unos 6.000 niños y niñas entre 12 y 16 años llegan a la UE cada año para satisfacer los extraños deseos sexuales de europeos pudientes. La organización añade que Albania es el principal país de origen, aunque otras opinan que naciones como Rumanía o Bulgaria no le van a la zaga. Todos países con altos niveles de marginalidad y fragmentación social en una zona que pasó de tener 1 millón de pobres de solemnidad (menos de dos euros al día) en 1987 a 24 millones en 1998, según datos de la CIA. Dice Terre des Hommes que, por cada niña importada, las mafias pagan entre 2.000 y 4.000 euros, 10.000 si la chica es virgen.

Juan Merín, coordinador de programas Unicef-España: «Hay al menos 1.200 niños traídos por mafias a España»

Juan Merín, encargado de coordinar todos los programas elaborados desde la oficina de Unicef en España, reconoce que el tráfico de niños afecta gravemente a muchos países, pero se muestra confiado sobre las posibles soluciones al problema.

—¿Qué datos existen sobre tráfico de menores en territorio español?
—La verdad es que las informaciones son poco concluyentes. Tenemos constancia de 1.200 niños llegados aquí sin familia, casi todos magrebíes y muy probablemente traídos por mafias, es decir, sujeto de tráfico. Suelen ser niños muy problemáticos: cuando se les interna en algún centro para ofrecerles protección, se escapan continuamente.

—¿Y dedicados a la prostitución? ¿Hay evidencias de chicas africanas o provenientes del Este de Europa menores de edad?
—Sabemos que el problema está presente en Europa, pero en España la verdad es que no disponemos de cifras. De todas formas, basta con darse un paseo por la Casa de Campo para comprobar que, casi con seguridad, algunas de las chicas son menores.

—A pesar de las dificultades para registrar los casos de tráfico, Naciones Unidas ofrece una estimación de 1,2 millones de movimientos anuales. ¿Cómo se obtiene esta cifra?
—Es muy difícil de conseguir, desde luego. Hay que tener en cuenta que los niños más vulnerables a este tipo de prácticas son los que no son registrados cuando nacen, lo que dificulta mucho la tarea del recuento. Estimanos que cada año nacen 40 millones de personas que no son registradas, en Sudamérica son dos de cada tres… En fin, la cifra se obtiene a través de extrapolaciones y otro tipo de mediciones más o menos fiables.

—¿Es África el continente más afectado?
—Sin duda. Allí es frecuente reclutar a niños y, sobre todo, niñas, para trabajar en el campo, para matrimonios arreglados…

—¿Y en Asia?
—También hay muchos casos, la mayoría para prostitución en el sudeste, en Tailandia, Camboya, Vietnam… Las fronteras de la India son otro “punto caliente” de Asia, en este caso sobre todo para el servicio doméstico de las familias pudientes.

—¿Hay gobiernos que legitiman de alguna forma el tráfico de niños?
—En ocasiones, los gobiernos lo justifican por las tradiciones locales, sobre todo en el Cuerno de África: Etiopía, Somalia… Otros países ni siquiera reconocen que el problema exista en su territorio.

—¿Existe siempre el engaño, o hay niños que saben a lo que se exponen?
—Las dos cosas. Cuando las opciones son pasar hambre o prostituirse, es lógico que haya niñas que elijan lo segundo. Lo que hay que explicar es que la prostitución es otra forma de marginación aún peor.

—¿Hay solución?
—Yo la veo muy clara: cambiar las reglas del comercio internacional, erradicar la probreza y hacer que se cumplan las leyes. Esto requiere una buena dosis de voluntad política tanto en el Norte como en el Sur. 

0