“La Administración tiene que liderar la lucha anti-bullying”
Autor: Débora GARCÍA
Dos palabras definen básicamente a José María Avilés: riguroso y amante de su trabajo. Doctor en Psicología, orientador escolar, profesor desde hace más de veinte años y responsable de Salud Laboral de la Confederación STES son algunos de sus datos académicos, curriculares y profesionales. En el 2002, cuando a penas se conocía el bullying, él ya estaba inmerso en la elaboración de su tesis doctoral sobre este fenómeno.
—¿Cómo definiría el bullying?
—Es un comportamiento que consiste fundamentalmente en producir diferentes acciones negativas sobre una víctima por parte de un agresor o un grupo de abusones con la intención de hacer daño, de generar una sensación de arrinconamiento social, de rechazo grupal de forma mantenida y repetida en el tiempo. Por tanto, las dos características que definen el bullying son, en primer lugar la existencia de un desequilibrio de poder entre el agresor (fuerte) y la víctima (débil) en el que el agresor desea dominar a la víctima y ésta no sabe y no puede defenderse, y en segundo lugar, que se repite en el tiempo.
—¿En qué se diferencia de otros comportamientos violentos?
—Es cierto que posee semejanzas con otras conductas violentas o de acoso en otros ámbitos sociales como en el laboral con el mobbing, o en familiar con el maltrato físico de mujeres, pero el bullying es un ejercicio de dominio, posesión y de implantación de un esquema de perversión moral en un grupo de iguales que sucede a los ojos de un grupo que mantiene ese bullying, lo alimenta, lo oculta, lo planifica y que conduce a una relación enfermiza con la víctima.
—¿Cómo es posible que en la escuela, los profesores, o en casa, los padres, no se percaten de esta conducta?
—Existe un código de silencio que el grupo “aprende a entender”, aprende que la víctima se lo merece, que la víctima es un “pringao”, y que el agresor –el grupo– tiene derecho a imponer su fuerza porque para eso la tiene. Digamos que el agresor o agresores transmiten que la víctima es eso, una víctima y obligan al grupo a entender que esto es y debe ser así y que tienen que respetarlo. Indudablemente es una perversión moral.
—En esta perversión, ¿qué papel tienen los padres?
—Aunque sea curioso, esta perversión hay que romperla desde el mundo de los adultos, teniendo en cuenta que además este fenómeno se produce lejos de sus ojos. Por este motivo, es interesante que los centros hagan su mapa de riesgos, que estudien cómo es su centro, qué espacios tiene, en qué sitios hay personas adultas y en cuáles no.
—Hay datos que cifran el bullying un 30 ó 40%. ¿Estas cifras son reales?
—Éste es uno de los problemas. Esos datos se refieren a una investigación de la violencia en general que ha dado a conocer el Defensor del Menor. Decir que el bullying se enmarca dentro de esas cifras es un barbaridad porque los porcentajes son mucho menores y puede producir una alarma social que no es real. Hay que diferenciar el bullying de otros comportamientos violentos y atender a sus características.
—¿De qué porcentajes hablaríamos en el bullying?
—Los datos de mi investigación, delimitada en esos parámetros –las dos características principales– arrojan que el 5,7% de los alumnos de la ESO reconoce que ha sido víctima de sus compañeros de forma sistemática y el 5,9% reconoce que agrede a sus compañeros también de forma muy habitual. Entonces hablaríamos de en torno al 6% de alumnos de la ESO.
—¿Cree que el caso de Jokin ha provocado esa alarma social?
—Lo que creo es que no tienen que salir a la luz pública sucesos tan dramáticos como el caso del suicidio de un niño para que nos pongamos a trabajar en ello y se despierten nuestras conciencias. El bullying ha existido siempre y va a seguir existiendo, y lo que me parece muy importante es que lo tomemos desde esa perspectiva: de que hoy en día sigue habiendo agresores, víctimas y espectadores en los centros escolares que son los tres personajes que participan en esta situación.
—¿Cree que existe una confusión en la sociedad?
—Lo que sí que existe es un peligro de que se pueda confundir, por eso hay que dar información correcta de lo que es el bullying, y el segundo paso es aportar formación a quienes, de alguna manera, estamos cerca del fenómeno. Formación a las familias, a los profesores, a los centros educativos, a la comunidad educativa, al alumnado y los participantes directos de este fenómeno: los agresores, las víctimas y los espectadores.
—¿La clave está en la educación?
—Por supuesto, la clave está en educar e intervenir con los espectadores, con los sujetos que contemplan lo que pasa aunque no estén implicados directamente, para que no aprendan a mirar hacia otro sitio y digan “esto no va conmigo”, un mensaje que a veces lo refuerzan los padres. Y estos mensajes hay que unificarlos desde una posición moral, y posicionarnos en el lado del agresor o en el lado de la víctima que vive unas agresiones y vejaciones injustas.
—¿El posicionamiento parece claro?
—Es la práctica es otro cantar porque hay un gran déficit, parece que nos pilla de sorpresa. Tenemos bagaje para luchar contra los conflictos y no contra el bullying porque en éste no hay defensa de la víctima, no hay ninguna justificación de que se produzca, es gratuito y es perfectamente evitable.
—¿Cómo se podría evitar?
—Es todo un proceso, primero información, luego formación y finalmente recursos para que las comunidades educativas elaboren planes anti-bullying como una herramienta para avanzar en este terreno, que es algo prioritario. En este sentido, la Administración tiene que liderar este combate, no cuatro locos a los que nos preocupe el tema. Está demostrado que con estos programas específicos y prolongados en el tiempo el ratio de bullying disminuye creando un entorno seguro y saludable, así lo demuestran los planes llevados a cabo en otros países como Australia o Suecia.
—¿El texto borrador sobre la Ley de Calidad incluye medidas para combatir el bullying?
—No, y es decepcionante que no se mencione. Yo, a través del sindicato al que pertenezco –STES– he ofrecido una aportación para que se incluya en el texto de reforma el fenómeno y que se den recursos para poder organizar programas de desarrollo moral, emocional, que se fomente la creación de planes anti-bullying en los centros… Instrumentos de este tipo para que se pueda abordar el fenómeno.
—¿Los resultados se verán largo plazo?
—Desde luego, es una inversión a largo plazo en la que todos nos tenemos que poner las pilas contra el bullying aportando soluciones de trabajo y cooperación y que, evidentemente, no se soluciona de un día para otro. Es un proceso largo que hay que hacer en plan hormiguita invirtiendo sin esperar resultados inmediatos.