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Ordenadores en el aula: y ahora, ¿qué hacemos con ellos?

La entrega masiva de ordenadores en los centros hace que los profesores se pregunten cómo utilizarlos. A muchos les falta la formación técnica y metodológica necesaria para sacarles partido más allá del uso habitual que todos sabemos.
Diego FranceschMartes, 2 de marzo de 2010
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“La semana pasada nos trajeron un montón de ordenadores, para todos menos para el profesor. Nos pusimos muy contentos porque pensamos que también nos pondrían aire acondicionado en verano (nos morimos de calor) y que traerían una pizarra nueva, sin reflejos y en la que se pueda escribir sin que la tiza resbale, sillas y mesas nuevas adecuadas a nuestra estatura, estanterías y una taquilla para nuestras cosas. Pero no, sólo trajeron ordenadores. Y sin lupa porque son muy pequeños, pero eso da igual”. Esta redacción de Marta, una alumna de 5º de Primaria de un centro de Cataluña, bien podría reflejar la opinión en muchas de las aulas donde estos días las distintas administraciones están entregando ordenadores de forma masiva. Sólo tres comunidades se han desmarcado de la iniciativa ministerial Escuela 2.0 –Murcia, Valencia y Madrid– un programa de incentivo económico más que pedagógico, al menos hasta ahora.

Y aunque es difícil valorar aún el efecto de la implantación de los equipos, sabemos por la experiencia de otros países que los ordenadores, por sí solos, no cambian nada si no van acompañados de la metodología adecuada. Es más, se pueden convertir en un estorbo si se emplea la pedagogía habitual.

La informatización de las aulas es una necesidad derivada de la modernización, pero debe abordarse dentro de un plan completo de cambio de mentalidad, de formación del profesorado y de adaptación a cada etapa educativa.

Lo dicen todos los informes, como éste de la Fundación Encuentro sobre tecnología y aprendizaje: “El problema principal no es técnico, sino educativo: para qué, cómo y en función de qué concepción de la enseñanza se utilizan los ordenadores”. La cuestión central no es tener más o menos ordenadores sino sobre el modelo pedagógico y su transformación a través de las nuevas tecnologías.

Hasta ahora, el modelo de enseñanza es de carácter transmisivo. En este modelo, el ordenador puede servir para que el alumno amplíe información, realice ejercicios o establezca alguna relación interactiva.

Pero el ordenador demanda un cambio en esta metodología tan arraigada entre profesores y alumnos. Una metodología basada en un proyecto de aprendizaje que exige la cooperación entre los alumnos, la búsqueda de la información y la utilización de diferentes estrategias de solución de problemas.

Los profesores comprueban que existen dificultades para la normal incorporación de las tecnologías. Por ejemplo, con o sin ordenador mantienen el mismo tipo de evaluación de conocimientos. Pero la evaluación condiciona todo el proceso anterior. Son los propios alumnos los que demandan una respuesta sobre cómo se les va a evaluar y de qué. En este sentido manifiestan las ventajas del libro de texto sobre el ordenador, con afirmaciones como “vamos muy lentos” o “el ordenador quita mucho tiempo”.

En definitiva, si cambia el sistema de enseñanza ha de cambiar el de evaluación. Porque, ¿cómo evaluar ritmos de aprendizaje diferentes o el trabajo en equipo? O ¿cómo evaluar distintas materias?
Otro de los elementos que se constata en un aula con tecnología es que los docentes creen que se aprende más en el aula tradicional, pero al mismo tiempo en ella los alumnos tienen menos interés, se mantiene peor el orden, las relaciones entre los alumnos son más limitadas, hay menos ambiente de trabajo y más dificultades para adaptar la enseñanza a las necesidades de cada uno de los alumnos.

Por este motivo hay estudios que relacionan el uso del ordenador con un menor rendimiento que se explicaría no tanto por la tecnología en sí misma como por su mal uso. Pero no es un problema sólo de España. En los demás países de Europa occidental tiene el mismo efecto o no tiene ninguno, salvo Bélgica o Italia, donde consiguen un resultado positivo y significativo como consecuencia del aumento de la ratio de ordenadores por aula. Holanda e Irlanda, en cambio, obtienen los peores rendimientos. Los responsables de las compañías tecnológicas lo advierten en algunos casos. El presidente de IBM España, Juan Antonio Zufiria, afirmaba en enero pasado que “el problema de que las escuelas españolas integren la tecnología en las aulas no radica en los dispositivos. El planteamiento de fondo debe sostenerse en unos contenidos de calidad”.

De lo contrario, tendremos que hacer caso a Marta, nuestra alumna de 5º de Primaria sobre su experiencia con los ordenadores: “El primer día no hicimos nada con ellos porque tiene un sistema que es diferente al que tenemos en casa, un tal Linux, y que el maestro no conoce. En realidad no sabe nada de informática. Dijo que ya miraría algo, pero María, otra empollona, le contestó que ella podía enseñarle, pues en su casa tiene un ordenador y sabe manejarlo. Todos nos reímos, pero el maestro no”.

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