Decepciona por el bajo nivel de análisis que ofrece

Es un informe decepcionante. No en cuanto a resultados –que eran más o menos previsibles– ni en cuanto a calidad técnica de la evaluación, sino por el bajo nivel del análisis ofrecido. Es un informe muy sesgado, que ofrece muy poca información sobre qué tenemos que cambiar en nuestro sistema educativo, mientras que incide de forma abusiva en páginas –y, sin embargo, con muy escasa profundidad– en lo que el sistema educativo no puede cambiar.

La mayor parte del informe se dedica a analizar la influencia de factores externos a la escuela, que tienen su importancia, pero que en una evaluación de este tipo debería ser tan sólo un punto de partida, no el punto final. El punto final debería ser el análisis de políticas educativas, intentar saber por qué los centros buenos se concentran en algunas comunidades y por qué están casi ausentes de otras. También en los usos e ideas de la comunidad educativa, especialmente directores y docentes por un lado, padres y alumnos por otro. Todo ello está prácticamente ausente.

Desde el punto de vista técnico, el análisis que ofrece el informe es muy superficial, y no aprovecha los datos que tiene a su disposición al no utilizar todo el potencial de las técnicas estadísticas disponibles. Este punto no tendría tanta importancia si el Instituto de Evaluación hiciera públicos los microdatos de la encuesta para que los investigadores, los periodistas y los ciudadanos interesados pudieran analizarlos. Sin embargo, sigue pesando un veto político sobre los datos heredado del patrimonialismo de nuestros políticos y la falta de transparencia del sistema.

Esta ocultación permanente también tiene efectos perjudiciales para el propio sistema educativo y para los que lo administran: muchas consejerías no saben a qué se deben sus resultados, y tendrán que encargar informes ad hoc que se lo indiquen.