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El triunfo de la clase on line

¿Máquinas ultrasofisticadas para enseñar según un modelo añejo que sólo precisa de oratoria docente y escucha silenciosa? ¿Infinitas sendas hacia el conocimiento en un sistema de aprendizaje uniforme? Para muchos, la revolución tecnológico-educativa no acaba de calar en las aulas por un problema de método. Si los ordenadores se siguen utilizando como mero atrezo de la clásica lección magistral, a nadie puede extrañar que con frecuencia acaben olvidados en un rincón de la clase como perfecto ejemplo de gasto inútil.

Rodrigo SantodomingoJueves, 28 de octubre de 2010
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(Foto: Istockphoto)

Los autores de Clase disruptiva se inscriben en esta tendencia que apuesta por un profundo cambio pedagógico como requisito para que las nuevas tecnologías puedan desplegar su verdadero potencial. Y lo hacen hasta sus últimas consecuencias, proponiendo un constructivismo (cada alumno traza su camino) extremo a través de una progresiva implantación de la enseñanza on line. En unos 15-20 años, vislumbran un tipo de aprendizaje customizado (adaptado a las necesidades de cada cliente u usuario) y “estudiante-céntrico” en el que el profesor oriente pero no imponga, opine pero no dicte.

Innovaciones disruptivas
La tesis de Clayton M. Christensen, Michael B. Horn y Curtis W. Johnson resulta especialmente novedosa porque trata de aplicar una teoría empresarial al ámbito educativo. Las innovaciones disruptivas –según la expresión acuñada por el propio Christensen– ocurren cuando una nueva tecnología irrumpe en un sector o industria y agita sus cimientos hasta producir una transformación radical.

No al principio, cuando dicha tecnología genera productos o servicios inferiores en calidad a los ya existentes, por lo que intenta abrirse mercado entre los llamados no-consumidores, es decir, aquellos que por una u otra razón no acceden a la oferta tradicional. Sin embargo, pasado un tiempo la innovación provoca mejoras tales que atraen a todo tipo de consumidores, obligando a las empresas que se sirven de la tecnología anterior a renovarse a morir.

Desde una óptica educativa, la vieja tecnología sería la transmisión unidireccional de contenidos homogéneos. La nueva, el aprendizaje on line en sentido estricto (y no cualquier uso de los ordenadores para fines didácticos). La ventaja comparativa de una sobre otra se revela, ante todo, en la capacidad de la segunda para personalizar ritmos y enfoques a las necesidades de cada alumno.
¿Y quiénes son los no-consumidores en una industria gratuita, universal y obligatoria? Alumnos que no pueden asistir a la escuela por cualquier motivo, chavales educados desde casa por voluntad de sus padres, víctimas del fracaso escolar buscando una segunda oportunidad. También estudiantes que quieren cursar una asignatura que su centro no ofrece en formato clásico. Cada vez son más, y su crecimiento exponencial (en EEUU, de 45.000 en el año 2000 a un millón en 2007) ha animado a crear soluciones educativas on line más personalizadas, ágiles, flexibles y efectivas.

Propósitos sociales
La innovación, piensan los autores de Clase disruptiva, “ha enraizado” entre los no-consumidores y ya está madura para empezar a imponer su ley en las escuelas de Primaria y Secundaria. Christensen y compañía pronostican que en 10 años la mitad de los cursos de la enseñanza obligatoria en EEUU se impartirán on line. En 2024, la cifra habrá aumentado hasta el 80%. El panorama: todos los alumnos atendiendo a sus pantallas mientras el profesor se pasea por la clase ofreciendo servicios de asesoramiento.

Algunas interpretaciones de la obra hablan de una drástica reducción del colectivo docente o incluso de la desaparición de la escuela como espacio físico. Johnson (ver entrevista) reconoce que son posibilidades factibles. Si esto ocurriese, muchos se preguntan cuánto perdería la enseñanza si privásemos a los niños del contacto humano en favor de un supuesto aumento en la eficiencia de los procesos de aprendizaje.

En un artículo publicado en E-learning Magazine, el analista John Sener explica que aplicar modelos empresariales a la Educación resulta en “soluciones poco realistas, ingenuas y de consecuencias desastrosas”. El motivo, que la enseñanza no sólo persigue el beneficio, sino “también propósitos sociales como el cuidado de los más pequeños, el equilibrio de las desigualdades sociales o la creación del mejor capital humano posible”.

Otras críticas se centran en el protagonismo que los autores conceden al aprendizaje on line sobre otros usos educativos de la informática, los cuales desdeñan en bloque por partir de enfoques equivocados. “Hasta ahora”, aseguran, “los ordenadores se han utilizado siempre de forma predecible y errónea”.

Tampoco faltan voces que tachan de utópicos a Christensen y sus colegas por confiar en la capacidad y madurez de alumnos de 10 años o menos a la hora de dibujar una trayectoria curricular personal a partir de sus propios intereses.

La enseñanza: una industria muy particular

  • Al aplicar la teoría de la innovación disruptiva a la enseñanza, los autores se toparon con particularidades que distinguen a la Educación de otras organizaciones que habían analizado antes, la mayoría empresas tecnológicas. Según Curtis W. Johnson, “muchos piensan en ella más como una parte vital de la infraestructura –como los tendidos eléctricos o una autoridad portuaria– y no como algo que posee todas las características y elementos de cualquier industria: grupos de interés, competencia, contextos que cambian y a los que hay que adaptar los productos o servicios…”. La segunda diferencia “procede del hecho de que todo el mundo opina sobre ella, se entiende que es un asunto universal que atañe a todos. Por ello está más expuesta a un exceso de politización, sobre todo cuando los distintos poderes nacionales y locales actúan en direcciones opuestas”. Ambos factores se conjugan para producir inmovilismo entre padres, profesores, la empresa privada a la hora de proponer soluciones “ante las disrupciones que ocurren en Educación como en cualquier otra industria”.  
    En cuanto al tipo de evaluación que conlleva un aprendizaje en el que cada alumno diseña su propio currículum, Johnson afirma que “habrá que definir de nuevo qué entendemos por rendimiento, por éxito escolar”. Y añade que “los sistemas educativos actuales son muy rígidos a este respecto: mismo currículum para todos, mismos exámenes el mismo día…”. Por lo tanto, tenemos que repensar por completo todas las dimensiones que implica el aprender. “Si conseguimos entender que la definición de rendimiento puede ser flexible, que puede reflejar diversidad y no ser igual para todo el mundo, habremos abierto la puerta a nuevos enfoques de evaluación creativa”. El co-autor de Clase disruptiva admite que estas formas de evaluación aún por definir “serán más caras” ya que “resulta mucho más fácil que todos los alumnos completen el mismo examen”. Johnson lanza un guiño a las “empresas de evaluación” ante “la gran oportunidad” que supone para todos una nueva forma de concebir la enseñanza.

     

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