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Ni mejor ni peor, sino todo lo contrario

Jueves, 16 de diciembre de 2010
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Las pruebas de Lectura de este cuarto estudio de 2009 son estrictamente comparables con las de 2000. De modo que por fin podemos responder con alta certeza a la pregunta de si nuestros alumnos de 15 años leen mejor o peor de lo que leían a su misma edad los que ahora tienen 24.

La respuesta es que igual. La media española en 2000 fue de 493 puntos, la de 2009 ha sido de 481 puntos. Hemos bajado 12 puntos. Ahora bien, la mitad de ese descenso se debe a que en 2000 apenas había alumnos inmigrantes, y en 2009 llegan casi al 10% del total. Si comparamos nativos con nativos, la puntuación fue 494 puntos en 2000 y ha sido de 488 en 2009. De estos seis puntos de descenso los compartimos con el conjunto de los países que participaron en la prueba del 2000, cuya puntuación ha pasado de 500 a 497; bien podrían deberse a que la prueba se hubiera hecho algo más difícil (un 0,6%, ni siquiera la OCDE es perfecta). Los tres puntos restantes, o sea, otro 0,6% de descenso, no son estadísticamente significativos (el error típico de la muestra española es de 2,1 puntos). Así que ni hemos mejorado, como parece si miramos los resultados de 2006, ni hemos empeorado, como parece indicar el descenso ‘bruto’ de 12 puntos respecto a 2000.

De las comunidades autónomas nada puede decirse, pues ninguna tuvo muestra separada en 2000. Entre las que la tuvieron en 2006, el aumento de las puntuaciones es un espejismo. De las que tres tuvieron muestra propia en 2003, Cataluña puede haber mejorado realmente (pero, como sabiamente ha aconsejado Joaquín Prats, es mejor no echar las campanas al vuelo).

Los descontentos con la mediocridad pueden conformarse considerando que tampoco ha progresado el conjunto de la OCDE, de manera que si en el año 2000 estábamos un poco por debajo de su media (ni mucho menos a la cola, como se exageró), un poco por debajo de su media seguimos en 2009. Y también les puede consolar que la mayor parte de los países de 2000 (15 de 26) tampoco hayan subido ni bajado. Es decir, lo normal es la constancia. Con todo lo que hemos reformado e innovado, con todo lo que hemos aumentado el gasto, ¿debemos contentarnos con seguir igual? Bueno, casi todos lo países han reformado e innovado en materia de enseñanza tanto o más que España en los últimos 50 años. Por ejemplo, los de la OCDE han aumentado el gasto en sus escuelas por término medio en un 43% entre 1995 y 2007.

Es verdad que algunos países han mejorado, y no son tan pocos, un total de ocho. Por orden de magnitud en el progreso son Chile, Luxemburgo, Polonia, Israel, Portugal, Corea, Hungría y Alemania. Si Portugal mejora, ¿por qué no nosotros? O, por lo menos, ¿por qué no mejoran al menos las comunidades autónomas que estaban a su nivel? Conviene tener en cuenta, sin embargo, que también hay países que han empeorado. Si damos a España por excluida de este grupo, son un total de seis, Australia, República Checa, Suecia, Reino Unido, Irlanda y Austria (en este país parece que la aplicación de las pruebas resultó perturbada). Quizás merece la pena resaltar que empeoran más bien los países con resultados muy buenos en 2000 (la República Checa es la excepción) y mejoran más bien países con resultados bajos en ese año, de modo que la dispersión entre los países disminuye.
¿No podemos aprender, tanto de los unos como de los otros? Sin duda, pero la tarea no parece fácil. La prueba es que nadie ha conseguido mucho hasta ahora, ni siquiera la OCDE a petición del presidente Obama (Cf. OECD (2010), Strong Performers and Successful Reformers in Education: Lessons from PISA for the United States, si se tienen dudas). Habría que ser muy serios y muy trabajadores. No deberíamos, por ejemplo, caer en la ligereza de atribuir los malos resultados a la repetición, en lugar de la repetición a los malos resultados (aunque sólo fuera por consideración a los profesores). Ni en la ofuscación de achacar la mejora de Polonia a que aumentó un año, de los 14 a los 15, el tronco común. Tampoco en el partidismo de poner en el activo de las políticas ‘neoliberales’ (privatización, autonomía de los centros, evaluación y rendición de cuentas) los avances de Chile o Cataluña, olvidando los retrocesos de Irlanda, Reino Unido, Suecia y Australia, que han hecho más o menos lo mismo. Y así sucesivamente. Mientras no encontremos el secreto, deberíamos atenernos a los consejos de Goethe y cumplir lo mejor posible con nuestro deber de cada día.

Julio Carabaña, profesor del Departamento de Sociología. Facultad de Educación, Universidad Complutense de Madrid.

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