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La Educación necesita sentido común y confianza

José Mª de MoyaMartes, 5 de abril de 2011
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Una de las diferencias entre lo que puede denominarse un planteamiento ideológico y lo que no lo es radica en que aquel busca cambiar a las personas cambiando la sociedad y éste pretende lo contrario. Otra consiste en que la ideología se nutre de la desconfianza en la persona. Recuerdo un caso que luego cuento si tengo espacio.
“En un ambiente de desconfianza, todo tiende a criminalizarse. Donde hay sospecha se da inevitablemente un exceso de reglas. Donde crece la confianza en los otros, aumenta la productividad y se evita la burocracia y la mediación de miles de gestores ineficaces”. Quien así habla es Philip Blond, asesor del gobierno de Cameron y padre de la Big Society. Fue parte de su intervención en Encuentramadrid 2011 donde compartió cartel con la consejera madrileña de Educación, Lucía Figar. Ambos coincidieron en la necesidad de repensar el Estado del Bienestar y devolver el protagonismo a las personas.

Si repasamos críticamente cada una de las propuestas educativas de los años 80 y 90 observamos como casi siempre nacen de la desconfianza. De la desconfianza en la capacidad del alumno para superarse gracias a su esfuerzo personal y sin necesidad de que se le faciliten las cosas hasta el infinito. De la desconfianza en el profesor para ser capaz de entusiasmar con el único poder de seducción del conocimiento. De la desconfianza en las familias… Creo que lo he contado. La razón última que nos dieron para introducir la Educación para la Ciudadanía fue que desconfiaban de la capacidad de muchos padres para educar a sus hijos en estos tiempo difíciles. “Si los padres han tirado la toalla –recuerdo que dijeron–, desde el Estado debemos intervenir”. Ojo, esto de la desconfianza y el intervencionismo no sabe de siglas. Tiene más que ver con el presupuesto público y el coche oficial.

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