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La autoridad del profesor: ni déspotas ni colegas

El modelo anterior, basado en el autoritarismo, no ha dado lugar al ejercicio de una autoridad flexible y dialogante. Frente al modelo del “funcionario” el ejemplo ahora –para algunos padres– es el especialista de empresa privada.
Diego FranceschMartes, 10 de mayo de 2011
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Se debe evitar el autoritarismo o el igualitarismo entre docentes y alumnos. ISTOCKPHOTO

“Las relaciones dentro del hogar –y también en la escuela– han experimentado profundos cambios y están evolucionando desde el modelo patriarcal que prevalecía en el pasado hacia otro de relaciones más igualitarias entre los cónyuges y entre las personas adultas y de autoridad flexible y dialogante hacia la infancia y la juventud”. Así se expresa un estudio de reciente publicación del Instituto de Formación del Profesorado titulado Posiciones y expectativas de las familias en relación al sistema educativo.

“La antigua sumisión a la autoridad (“acojonados por la mirada del padre…”; “la letra con sangre entra”) ha dado paso a actitudes opuestas, de sobreprotección y falta de autoridad por parte de los adultos, y de autosuficiencia por parte de los menores, hasta el punto de volverse en ocasiones ‘verdaderos tiranos’ dentro del hogar o en la relación con el profesorado”, añade el estudio.

Además, el modelo anterior no ha dado lugar al ejercicio de una autoridad flexible y dialogante con las personas de menos edad. “Más bien, se producen con frecuencia tensiones y conflictos que complican el proceso educativo”, reconoce el informe.

El profesor se encuentra en medio de este proceso sin saber muy bien cómo ejercer su autoridad. En los padres que han participado en el informe, la opinión que prevalece es que la autoridad del profesorado, actualmente muy cuestionada en la práctica escolar, debe ser repuesta (“porque siempre hay un estatus”). No obstante, se deben evitar los extremos, ya se trate del autoritarismo del pasado, que mantienen algunos profesores, o del igualitarismo entre docentes y alumnos, que implica una falta de respeto o consideración entre ambos (“tontean con los alumnos… ¡son colegas!”, dicen los padres).

Las madres con hijos en Primaria no entienden cómo la infancia ha podido perder el respeto al maestro, que antes “era Don”. Les parece “alucinante” que con 9 años reclamen su derecho a no ser “contestados” o recibir un “castigo mínimo”, mientras pueden hacer en clase lo que “les da la gana”. Evidentemente, estas actitudes no son aceptadas por los progenitores, que reclaman de sus descendientes respeto a las normas y que cumplan los castigos que les pongan.

En el marco común del respeto al profesorado –sin caer en los extremos del autoritarismo o del tuteo– caben múltiples matices que dan lugar a una tipología que los autores del informe agrupan en cuatro posiciones: docentes rigurosos, docentes funcionarios, docentes profesionales y docentes implicados.

La primera de las tipologías responde al docente que no hace concesiones a los alumnos (“no te pasa una… sólo te aprueba si sabes”) y pone castigos, o amenaza con la expulsión si es necesario, aunque se exponga a ser llamado “malo”. Psicológicamente, este tipo de docente se puede sentir reforzado si dispone de una tarima en clase de modo que pueda “mirar hacia abajo” al alumnado y no al revés, pues “ahora los niños en edades conflictivas son más altos que el profesor”, dice el estudio. En este sentido se considera una “buena noticia” que algunas administraciones educativas haya planteado recientemente otorgar a los maestros el estatus de autoridad correspondiente a la policía.

El modelo de “docentes funcionarios” es defendido por ciertos padres, que los consideran “portavoces legítimos del saber y del poder socialmente establecidos”. De ellos se espera que traten al alumnado con criterios pedagógicos y que orienten correctamente a las familias para que colaboren con la escuela. El problema es que el profesorado real está con frecuencia lejos de este modelo ideal. Entre los déficits más habituales, el principal es el desinterés del funcionario “burócrata”, lo que se contrapone al docente “vocacional”, que está comprometido con su trabajo y sabe motivar.

Otra posición es la que define a los docentes como “profesionales de lo suyo”, especialistas en su tarea específica de enseñar. Lo mismo que se pide a los médicos saber de medicina o a los jardineros del cuidado de las plantas, así a los docentes se pide saber “del tema de la Educación”. Frente al modelo de funcionario, el referente son ahora los especialistas de la “empresa privada” que, “si lo hacen mal, se les echa” y tienen que “ponerse las pilas” para reciclarse continuamente. La conclusión es que el “sistema educativo” mejorará en la medida que cuente con buenos “profesionales”.

Hay incluso quienes consideran un valor importante conseguir una relación de amistad con el alumnado, de manera que se puedan abordar los problemas personales, incluso aquellos que son más delicados (sexo, drogas…) y que resultan difíciles de abordar incluso a los progenitores.

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