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Volver a los orígenes del hecho educativo

Lunes, 26 de marzo de 2012
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Esta semana quiero proponerles un sencillo ejercicio. Imaginen un niño o una niña solos en medio de un lienzo en blanco. Solos en ese gran espacio vacío o a lo sumo de la mano de su padre o de su madre o de ambos. Ahora, empecemos a completar el cuadro añadiendo personas, animales o cosas que necesitamos para contribuir a su educación, que es de lo que se trata, digo yo. Hagámoslo rápido, sin pensar, sin prejuicios, sin experiencias, sin apartar la vista del niño y de sus padres para no distraernos con nada que no tenga que ver con lo que necesitan. Aulas, tizas, ordenadores, libros, extraescolares, horarios, currículos, recreos, interinos, inspectores, ROC, escuelas concertadas o públicas, itinerarios, etapas educativas, refuerzos, tutorías, lengua, segundo idioma, tercer idioma, órdenes de admisión, instrucciones de comienzo de curso, complementos de destino, Consejo Escolar, ratios, aulas prefabricadas, Escuela 2.0, los reyes godos, etc.

Permítanme esta provocación pero creo llegado el momento de hacer limpieza. ¿Han ordenado un trastero? No se lo recomiendo. Si contiene pocas cosas se puede lograr con cierta pericia y mayor paciencia. Pero si el trastero está abarrotado, amigo, la pericia no basta y resulta más recomendable sacarlo todo y empezar de cero. Este ejercicio permite, además, detectar esas cosas que hay que tirar y que están ahí simplemente porque alguien las puso un día o porque tuvieron su sentido entonces.

He sido invitado a una sesión que lleva el sugerente título: “The change of era is now”. No arriesgo si digo que nos encontramos en los albores de una nueva era educativa. Casi todo está en cuestión y casi todo es planteable. Sin ir más lejos, esta semana pasada la OCDE se ha atrevido a cuestionar el sistema funcionarial como única garantía para ser buen educador. Los grandes mitos educativos que parecían sostener nuestros sistema parecen tambalearse y aparecen las resistencias al cambio. Por eso y para ponernos nerviosos, recomiendo el sano ejercicio del principio que es volver a los orígenes del hecho educativo en los que sólo encontramos un niño o una niña y sus padres. Nada más. Tal vez así aprendamos a diferenciar entre lo necesario, lo conveniente y lo accesorio.

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