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Máster con prácticas, libertad en el aula y respeto social

Paloma Díaz SoteroMartes, 23 de octubre de 2012
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Siempre son el lejano ejemplo del éxito educativo. Su liderazgo en PISA pone a Finlandia en boca de todos, sobre todo de los políticos. Pero ¿cuánto conocemos de ellos? ¿Encajaría aquí su sistema educativo?¿Hasta dónde estarían dispuestas las autoridades a financiar una red educativa plenamente pública –sólo un 4% de los colegios son privados–, desde Infantil hasta la Secundaria Superior, y a dar a todos los alumnos el comedor, el transporte y el material escolar gratis.

Claro que ellos son sólo cinco millones de habitantes y rondan el millón de estudiantes no universitarios, pero también han decicido dedicar un 6,2% de su PIB a la enseñanza (España destina el 4,7%).

Desde el punto de vista del Gobierno finés, “la Educación es la clave para una economía sostenible en el tiempo”, acuñó el secretario de Estado de Educación, Harri Skog, recientemente en Madrid, en un seminario organizado por el Instituto Iberoamericano de Finlandia, donde destacó que esa apuesta pasa por un profesorado de calidad.

A su lado Jari Lavonen, habla de esto mismo desde su conocimiento como jefe del Departamento de Formación del Profesorado de la Universidad de Helsinki. Admite la dificultad para definir en qué consiste y como fomentar la calidad en los docentes. Pero subraya la importancia que, en cualquier caso, dan al profesorado los países que lideran el ránking de PISA: Corea del Sur, Finlandia y Singapur.

Estos tres estados coinciden en una exigente selección de estudiantes de Magisterio; que el Gobierno se encarga de proporcionar a las escuelas los docentes que necesitan –lo que, en el caso de Finlandia, viene precedido de una restringida oferta de plazas en la carrera de Magisterio–; que la enseñanza está diseñada y concebida como una carrera profesional, y un respeto social y cultural hacia la enseñanza.

La formación del profesorado son cinco años de estudios, dos de los cuales son con grado de máster, lo que ha contribuido a fortalecer la imagen social del profesor como un profesional altamente cualificado, igual que un médico.

Antes, para ser admitidos en la carrera, los estudiantes han tenido que pasar un examen de la facultad y una entrevista personal que supone un filtro demoledor –de 3.000 aspirantes, sólo acceden unos 120 al año–.

La tercera pata de la formación docente son las prácticas en las aulas en los últimos dos años de la carrera.

Allí, los estudiantes tienen la oportunidad de constatar la libertad y la independencia del trabajo en el aula. El currículum lo marca el Gobierno, pero los planes pedagógicos los diseñan las escuelas junto a los ayuntamientos, que son los responsables de la gestión educativa y de casi la mitad de la financiación de las escuelas (el 55% del dinero lo pone el Gobierno central). De esta manera, la escuela está muy pegada a la comunidad y, en consecuencia, a las familias.
“Cuando Finlandia se independizó, fueron los pueblos los que construyeron los colegios; entonces llegó la pareja de profesores y de su mano llegaron la biblioteca, el primer periódico, la primera emisora de radio… La escuela era del pueblo y para el pueblo, independientemente del nivel económico de sus habitantes”. Así explica el profesor Jarkko Hautamäki, catedrático de Pedagogía Especial en la Universidad de Helsinki, los orígenes de esa comunión de la sociedad con sus escuelas y sus docentes.

La docencia es una dedicación de prestigio. La escuela es una institución básica para la sociedad, y las familias priorizan la Educación por encima de todo y se implican en ella.

Todo eso se traduce en respeto hacia los profesores y hacia todos los profesionales del colegio, a los que también se otorga una responsabilidad educativa.

Lo llaman “cultura de la confianza” y la practica hasta el propio Gobierno, que no tiene Inspección educativa ni practica evaluaciones censales al alumnado. Al fin y al cabo, cada dos años, la OCDE les sitúa como los mejores de Europa y del mundo occidental. El Gobierno hace pruebas muestrales (a unos 3.000 alumnos) y la última, practicada la primavera pasada, tuvo una alta correlación con la evaluación que los profesores hicieron de sus estudiantes, cuenta Lavonen.
“La Administración de la Educación se basa en la confianza en los profesores. Se co nsidera que ellos y las escuelas tienen capacidad para solucionar los problemas que puedan surgir”, explica.

La evaluación educativa es interna y cooperativa: entre todos discuten los logros, los problemas y los objetivos, y ello se comparte con el Ayuntamiento. Ante la adversidad, el apoyo profesional al docente es pleno. Éste siempre se siente respaldado.

Respecto a la “libertad”, los profesores hacen gala de su independencia de trabajo en el aula. Se les considera expertos y se saben tales.

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