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“Sobran titulaciones, hay coincidencias y grados demasiado especializados”

El director de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca) afirma que “hay que dejar autonomía y libertad para que las universidades elijan grados de entre 180 y 240 créditos (tres y cuatro años)”.

Milagros AsenjoMiércoles, 9 de octubre de 2013
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“Me parece desacertado cuestionar el trabajo de las comisiones de acreditación de profesorado universitario, ya que su labor se basa en la neutralidad y la transparencia”, asegura el director de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca), Rafael van Grieken, tras las críticas vertidas contra la Agencia por la Comisión de Expertos de la reforma universitaria. Van Grieken se muestra asimismo a favor de flexibilizar la duración de los grados y permitir que tengan entre 180 y 240 créditos, es decir, una duración de entre tres y cuatro años.

Las propuestas de la Comisión de Expertos para la reforma universitaria no dejan bien parada a la Aneca hasta el extremo de verter hacia ella críticas de opacidad y secretismo, ¿qué tiene qué responder?
Me parece desacertado cuestionar el trabajo de las comisiones de acreditación de profesorado universitario, ya que su labor se basa en la neutralidad y la transparencia. El informe no refleja la realidad del trabajo que se hace aquí, ya que las normas de acreditación, reguladas por la legislación, la composición de las comisiones de evaluación y los currículos de sus miembros, todos profesores universitarios, son públicos. Además, en el proceso de acreditación existen todas las garantías jurídicas que se pueden exigir.

¿Supone la acreditación positiva, como sostienen algunos, la adjudicación simultánea de una plaza?
La acreditación persigue el establecimiento de unos mínimos para optar a una plaza, aunque durante unos años se ha identificado acreditación con la adjudicación simultánea de una plaza. Este no es el espíritu porque una cosa es la acreditación, que da seguridad y confianza académica, y otra el derecho a sacar una plaza. Será la universidad la que saque ese puesto y todos los acreditados tendrán que competir con méritos y capacidad. La carrera universitaria es dura pero las reglas de juego están en la “meritocracia”.

Cambiemos de tema, usted ha llegado a la Aneca desde el Vicerrectorado de una universidad pública, la Rey Juan Carlos, ¿cómo se ve desde esa nueva dimensión la universidad española?
La universidad española presenta sus debilidades y áreas de mejora pero nosotros tenemos una buena universidad, y eso se confirma en la buena percepción que existe del Sistema Nacional de Salud y de las grandes multinacionales españolas, que se nutren de titulados de la universidad española. No niego que un cierto porcentaje venga de otros lugares, pero no es significativo. Además, estamos en el noveno puesto dentro de la posición científica mundial y en el decimotercero o decimocuarto en cuanto a impacto.

¿Se puede echar todo a perder por los recortes derivados de la crisis económica?
El problema de la crisis es que no lo vemos de manera inmediata. Sus efectos se advierten con más intensidad a medio plazo, a los tres o cuatro años. El problema es que todas las restricciones financieras en I+D+i o en la universidad deben tener un límite temporal y ese gasto público que se ha cerrado de forma lógica, porque estaba desbordado y porque las grandes cuentas del Estado tenían problemas, debe abrirse por sectores prioritarios para amortiguar cuanto antes sus efectos.

¿Debe intensificarse la apuesta por la sociedad del conocimiento?
En efecto. Es una apuesta de supervivencia, no tenemos otras posibilidades. Podemos asumir ser un buen destino turístico, porque son cimientos que podemos aprovechar más allá de ese ámbito, pero debemos focalizarnos en ámbitos científicos donde hemos tenido un cierto liderazgo y hacer una apuesta a medio plazo.

Con los recortes aplicados, ¿cuál es la situación en los campus?
La situación de las universidades no es problemática en sí por los recortes, a veces inevitables, el problema está en ver la salida a esta situación para que no cunda el desánimo y todo se complique.

¿Considera la financiación por objetivos como una fórmula acertada para nuestra universidad?
Creo que puede ser bueno un modelo mixto de financiación básica y por objetivos.

Usted desde la Aneca debe dirigir la evolución y análisis del proceso de adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), es decir, del proceso de Bolonia. ¿cómo se está desarrollando en España?
Bolonia es una auténtica revolución en la universidad española, que ha hecho un esfuerzo muy cercano a lo titánico, que no se le ha reconocido por esa idiosincrasia de auto fustigarnos y no ver lo positivo.

¿Qué ha sucedido?
Echamos la vista atrás, y parece que ha pasado una eternidad pero esta revolución comenzó en el año 2008, y no han transcurrido más que cinco años, tiempo que ha transformado el panorama universitario español de tal forma que no tiene absolutamente nada que ver con el de hace un lustro.

Hablemos de esos cambios…
Bolonia era, supuestamente, un proceso de convergencia europea construido sobre los cimientos de la diversidad. Por tanto ofrecía las herramientas o instrumentos para favorecer el reconocimiento de la formación en unos u otros países, pero en modo alguno pretendía que las enseñanzas fueran las mismas en todos porque esto es imposible por muy diversas razones.

¿Qué ocurrió a la hora de plasmar la idea?
El principio de diversidad se tradujo mal y llenó de tensiones y distorsiones los campus, y las transformaciones de los estudios fueron malas.

¿Por qué?
Bolonia, consciente de las dificultades y para facilitar las cosas, quiso dar holgura al sistema y propuso tres tramos o niveles académicos, Grado, Posgrado y Doctorado. La duración del Grado podía oscilar entre 180 y 240 créditos europeos, la del Máster, entre 60 y 120 créditos, preferentemente entre 90 y 120, y la del Doctorado más larga e indefinida. Ocurrió que quien tomó la decisión en España optó de forma rígida por grados de 240 créditos (cuatro años), lo que exigía unas transformaciones complicadísimas. Y todo esto ha derivado en un desconocimiento preocupante de nuestro sistema universitario.

¿Hubiera sido mejor un Grado de tres años, es decir, de 180 créditos?
Hubiéramos estado más cerca de la convergencia europea porque, dependiendo de los ámbitos profesionales, en Europa hay grados de tres años y másteres de dos.

¿Dónde ve la solución?
Después de tantos problemas y tensiones, no podemos volver al 3+2. Hay que dejar autonomía y libertad para que las universidades elijan entre 180 y 240 créditos para el Grado, y de ahí acomodar la duración del Máster. Las universidades estarán encantadas de utilizar su autonomía.

¿Hay demasiados programas de Grado y de Máster?
Hay 2.700 grados y 2.800 másteres en marcha. No hay duda de que son demasiados y, necesariamente, habrá una reducción, sobre todo de los másteres, porque de forma inexplicable nacieron antes que los grados. Pero habrá una regulación y a ello contribuirá el elevado precio de los programas.

¿Pero, sobran o no titulaciones?
Creo que sobran titulaciones, que hay exageradas coincidencias y una proliferación de grados demasiado especializados, demasiado enfocados. La falta de formación generalista impide la reacción ante los cambios y la flexibilidad ante el empleo. Los grados deben ofrecer una formación generalista, los fundamentos para adaptarse. La especialización debe residir en los másteres. Además, la universidad tiene también como misión formar ciudadanos con valores, con juicio, con capacidad de reaccionar.

¿Se ha visto perjudicada la movilidad con este desarrollo de Bolonia?
Sí. En ámbitos como las ingenierías lo está perjudicando.

¿Qué solución ve?
Habría que abrir la posibilidad de programas integrados relacionados con las profesiones.

¿Hay aspectos positivos en ese proceso?
Con las disfunciones que he mencionado, el proceso ha sido muy positivo para los alumnos, que tienen perfectamente definido su compromiso y el de la Universidad con la carrera elegida. Hace diez años, un alumno tenía unas asignaturas y poco más, hoy está todo más nítido.

La universidad española se encuentra inmersa en un proceso de cambio estructural, ¿cómo entiende usted esa reforma?
En lugar de grandes revoluciones, creo que es más positivo virar 10 o 15 grados y lograr a medio plazo una universidad digna, que contribuya a la calidad. Es bueno y necesario conocer otros modelos, pero trasladarlos a nuestro sistema sería un error. Decir que nos tenemos que convertir en una universidad americana raya el ridículo, genera tensión y supone empezar algo para abandonarlo en dos años.

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