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A vueltas con los datos

Martes, 4 de febrero de 2014
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Se han publicado los resultados del estudio sobre comprensión lectora y matemáticas reflejados en el informe Piaac (Programa Internacional para la Evaluación de Competencias de la Población Adulta) de la OCDE, paralelo al ya famoso Informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Alumnos) y realizado recientemente en 24 países sobre una muestra de población adulta con franjas de edad comprendidas entre los 16 y 65 años. Y han sonado las alarmas –como sonaron con respecto al último estudio sobre alumnos– en referencia al caso español, el cual nos afecta en sí mismo y en relación con el resto de participantes en un ejercicio comparativo donde casi cualquier otro sale mejor parado, pues es difícil encontrar un país en peor situación que el nuestro, de no ser Italia y sólo en el ámbito de la comprensión lectora (de donde se deduce que los resultados en Matemáticas son aun peores).

De los 23 países participantes con datos publicados en el informe, España queda en el puesto número 22 en comprensión lectora, con 252 puntos sobre un total de 500, exactamente 21 puntos por debajo del promedio de la OCDE y 19 por debajo del promedio de la UE. Si bien los datos absolutos son indiscutibles y nos sitúan prácticamente en el último lugar, poseen una relatividad que debe analizarse con arreglo a cada concepto y parámetro involucrado en el estudio. Para decir las cosas como son, nos hemos medido con países que nos aventajan en una muestra que de haber sido más amplia (no todos los países de la OCDE han tomado parte en el estudio) habrían variado los posicionamientos resultantes para señalar, quizás, a más de un país situado por debajo de España. Hecha esta observación, que no cambia en absoluto nuestra realidad final, debemos asumir el resultado con el objetivo de mejorar: medimos para tomar decisiones y resolver.

El aspecto más interesante del estudio estriba en analizar la proporción de sujetos localizados en los llamados niveles de rendimiento definidos. En el caso de España, los tantos por ciento se distribuyen de la siguiente manera en relación con los de la UE y la OCDE respectivamente: 7% en el nivel -1 frente al 3% en ambos casos; 20% en el nivel 1 frente al 13% y 12%; 39% en el nivel 2 frente al 35% y 34%; 28% en el nivel 3 frente al 38% y 39%; 5% en el nivel 4 frente al 10% y 11%; 0% en el nivel 5 frente al 1% en ambos casos. En el análisis de estos porcentajes suena la alarma que señala las significativas diferencias entre estos tres sujetos de estudio, posicionando negativamente a España con respecto a los otros dos promedios, de donde resulta que casi un 40% de la población española de 16 a 65 años puede manejarse, como mucho, con actividades clasificadas en el nivel 2 de rendimiento.

Se han puesto en relación con estos datos –dado el amplio segmento de población analizado en el estudio– las distintas leyes de Educación vigentes en España desde la década de los 60, tratando de hacer alguna lectura política mediante su identificación con los gobiernos que las aplicaron. La realidad, más allá de estadísticas e indicadores, sugiere que si bien tales leyes han podido materializar resultados decepcionantes, la interpretación puede resultar parcial, y sería preciso estudiar las distintas condiciones, en el tiempo y el espacio, de la historia de la España más contemporánea –la de nuestro tiempo presente– que afectaron a la heterogénea masa de individuos que conforman tan amplia muestra. El periodo de tiempo analizado resulta, en esa historia reciente, demasiado cambiante y diverso para esperar unos resultados menos convulsos y felizmente comparables. La realidad ha variado mucho en los últimos decenios: arrastramos las consecuencias de nuestra historia y juzgar con severidad –que no identificar– el presente con tales datos no sería justo. Esta visión no nos ha de impedir, sin embargo, admitir los malos resultados, y el objetivo de estas reflexiones no es justificarlos. Con todo, y siendo realidades diferentes y diferenciadas, parecerían más preocupantes los resultados de los informes PISA, pues éstos apuntan a generaciones a las que muchos de los analizados en el estudio sobre adultos debemos ir cediendo las riendas y que, no tardando demasiado, pasarán a ser también objeto de análisis de este último estudio. Pasado y presente indican de dónde venimos y quiénes somos, pero el futuro, para cuya construcción deben atenderse las lecciones del pasado y el remedio de los problemas presentes, está condicionado por el vuelco que consigamos darle a los nefastos datos que, informe tras informe, nos viene ofreciendo el informe PISA. Y ese esperado viraje podría traducirse, con algo de suerte, mucho esfuerzo y voluntad, no sólo en resultados oficiales, sino también, y así, en reflexiones de artículos como éste que anhelan celebrar el rumbo tomado y no preguntarse, a vueltas con los datos, qué ha ocurrido por el camino.

Rafael Jiménez Pascual, Nebrija Universidad

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