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Enseñar a perdonar y a pedir perdón

Martes, 25 de marzo de 2014
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No hay inocentes entre los vivos, todos son culpables: tú, el acusado, tú, el fiscal, y yo, que estoy pensando en el acusado, en el fiscal y en el juez”. Quería arrancar con esta sugerente cita de Vassili Grossman porque me parece que invita a la urgencia de formar a nuestros hijos y alumnos en el sentido del perdón. Si educar es también enseñar a pasear por este mundo y en estos tiempos, habrá que repasar con frecuencia con los chicos la tabla del perdonar y, sobre todo, la del pedir perdón. No les van a faltar ocasiones para recitarla.

“No hay inocentes entre los vivos”. No hace falta irse a la valla de Melilla ni a Crimea. En el seno de las familias y de los colegios podemos encontrar innumerables ocasiones para ejercer este espléndido deporte. Podemos tomar ejemplos cercanos y cotidianos que sirvan para ilustrar, como el Valdeluz o el espeluznante vídeo de la adolescente violenta a la que grabaron sus compañeras tan culpables como la primera… O basta echar un vistazo a alguno de esos realities de moda para terminar de convencerse de que “todos somos culpables”: los chavales que sirven de espectáculo (casi los que menos), los que producen el bochorno, los que lo programan, los que venden sus productos al calor de esa suculenta audiencia, los que deciden en confortables consejos de administración de reputadas cadenas… Y, por supuesto, los que lo disfrutamos con desdén pero sin perder detalle.

Pero, ¿por qué cuesta tanto pedir perdón? ¿Por qué cuesta más pedir perdón que perdonar? La psicóloga Rosario Linares nos da la clave en el último número de Padres y Colegios: “Disculparse produce una herida a nuestro ego. Sentimos que le damos poder a la otra persona, tememos que si reconocemos nuestro error estamos validando el enfado del otro y tememos las represalias”. Sin embargo, continúa, sucede justo lo contrario: “Pedir perdón es tan liberador como perdonar. Nos permite liberarnos de emociones tan desagradables como la culpa o el rencor, y es el camino hacia la reconciliación”. Y frente a los que piensan que pedir perdón a los hijos supone perder autoridad, Linares considera que, por el contrario, “es un buen modo de mostrarles que no deben tener miedo a cometer errores”.

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