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Faltan maestros que vayan más allá

Martes, 1 de abril de 2014
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La semana pasada celebramos un nuevo Diálogo Magisterio sobre la transformación de la Educación, los nuevos modelos de aprendizaje, etc. En plena discusión acerca de si debíamos dar por muertas y enterradas las clases magistrales, que si contenidos o competencias, que si las evaluaciones miden lo que hay que medir, etc., etc. ocurrió algo inesperado. Son esos momentos capaces de cortar en seco una conversación acalorada e invitan al silencio y a la reflexión más sosegada. Uno de los participantes tomó la palabra: “Cuando entro en clase, me planteo: ¿qué va a ser de este chico dentro de 50 años? Que aprenda Matemáticas es bueno, pero también me propongo que ese chico sea feliz, que sea capaz de sacar a su familia adelante, que cambie el país, que cambie el mundo… Todo eso, las evaluación externas no lo miden. Me parece que la Educación va más allá de los contenidos y de las herramientas (…). La formación va más abajo que las habilidades y competencias. A mí me gusta hablar de virtudes”.

Este país, estos tiempos y este sector –el de la Educación– son extremadamente pendulares. Pasamos de un extremo a otro en cuestión de décadas. Memoria a largo plazo nunca hemos tenido, pero es que últimamente nos falla la memoria a medio plazo y nos dejamos encandilar por propuestas que son “de antes de ayer”. Ahora el podio lo ocupa el aprendizaje por competencias, mañana será desplazado por la formación en valores, pasado por la formación de la conducta, etc.

Es difícil mantener el equilibrio que exige una formación integral de la persona. No descuidar la faceta intelectual del alumno o del hijo, pero tampoco su formación humana, ni espiritual para quienes compartan una visión trascendente del hombre. Se echan en falta educadores valientes capaces de ir más allá, más a fondo, que no se dejen llevar de una supuesta neutralidad que con frecuencia esconde falta de compromiso personal. Educar es darse al otro.

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