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Todos los niños son científicos

Estudios recientes prueban que la mente infantil es muy permeable al conocimiento y al método científico. Frente a la vieja escuela, las nuevas metodologías fomentan la creatividad y la curiosidad. Somos curiosos desde que venimos al mundo, y eso es lo que nos permite aprender.
MagisnetMartes, 23 de septiembre de 2014
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Cuenta el divulgador Bill Bryson en su obra Una breve historia de casi todo que, cuando era niño, en los años 50, contempló con asombro una ilustración de su libro de ciencias, un libro “maltratado, detestado, un mamotreto deprimente”. La imagen era una representación de la Tierra con un corte transversal que permitía diferenciar las distintas capas del planeta y la esfera central de hierro y níquel, “tan caliente como la superficie del Sol”, tal y como indicaba el pie del diagrama.

La pregunta que se hizo Bryson al ver eso, según él mismo relata, fue: “¿Y cómo saben eso?”. Su mente infantil, más allá de sorprenderse por todo lo que se extendía debajo del suelo, quiso saber cómo se hacía para obtener esa información tan fascinante.

El libro de texto, sin embargo, tan solo le mostraba el resultado, le contaba el final de la historia, le llevaba al destino sin permitirle disfrutar del viaje.

Somos curiosos desde que venimos al mundo, y eso es lo que nos permite aprender, pero, según el divulgador británico Phillip Ball, autor del libro Curiosidad. Por qué todo nos interesa, la escuela puede aniquilar ese espíritu explorador.

Según un estudio publicado en 2012 por investigadores de la Universidad de California, los niños piensan de forma muy similar a la que se emplea en la ciencia. Cuando se enfrentan a los problemas y deben tomar decisiones, formulan hipótesis, hacen inferencias causales y aprenden a partir de la estadística y la observación, métodos que los convierten en “pequeños científicos”.

Sin embargo, es habitual que la ciencia se enseñe dando respuestas en lugar de estimular la formulación de preguntas, y las materias científicas acaben siendo arduas y tediosas. Frente a los métodos de la vieja escuela, nuevos proyectos se abren paso en las aulas con un paradigma diferente para la enseñanza, en el que los alumnos investigan, analizan, crean, plantean hipótesis, experimentan, descubren y comunican.

Para que ese concepto pueda aplicarse dentro del aula, es fundamental la figura del profesor. El programa El CSIC y la Fundación BBVA en la escuela lleva 25 años estableciendo una colaboración entre investigadores y maestros con el fin de ofrecer a estos docentes una formación adecuada e introducir la enseñanza de la ciencia desde las primeras etapas de la Educación.

Hasta hace poco tiempo, la ciencia apenas estaba presente en Infantil y Primaria. El programa del CSIC, además de transmitir a los docentes esa cultura científica básica, aspira a que puedan aplicar en el aula una metodología en la que el alumno toma el papel de investigador a través la experimentación y el descubrimiento, de forma que el niño adquiere el saber de forma natural.
“La clave es dar herramientas a los niños para que aprendan, pero para ello es necesario que el profesorado tenga un conocimiento básico de estas materias, por eso surge esta iniciativa en la que los científicos y los maestros trabajan juntos”, explica María José Gómez, coordinadora del programa. “Enseñar ciencia es complejo, y muchas veces el maestro carece de una cultura científica adecuada, lo que no quiere decir que no quiera aprender”, añade.

De hecho, más de 4.000 maestros están directamente implicados en el proyecto. “Inicialmente la ciencia les da miedo, pero una vez que pierden ese miedo los tenemos de por vida, con grandes resultados”, apunta Gómez.

El objetivo es que los niños aprendan a aprender, ya que no se sabe lo que necesitarán dentro de diez años. “Los contenidos son muy importantes, pero sobre todo lo es la forma en que se adquieren”, señala la coordinadora.

La coordinadora de El CSIC en la escuela asegura que los niños “se enfrentan a la ciencia con pasión, se divierten buscando gases en el agua, jugando con imanes, observando la evaporación del agua en un bote, jugando con la luz… esas cosas nunca les aburren, al contrario. Eso sí, te inundan con un sinfín de preguntas y, si el maestro no está preparado, le ponen en un aprieto”.

Por eso, no solo es importante que el profesorado se forme. “La clave está en motivar a nuestros docentes: que enseñen la ciencia con las mismas ganas con que la aprendieron en las universidades”, declara Miquel Serra-Ricart, astrónomo y administrador del Observatorio del Teide, además de responsable de varios proyectos de divulgación de la astronomía.

Importa la creatividad
Estimular la creatividad es otro de los ingredientes de la receta para aumentar la motivación y mejorar el aprendizaje de la ciencia. El experto en Educación Ken Robinson asegura que estamos educando a la gente al margen de sus capacidades creativas.

Javier Mateos, especialista en Educación y creatividad científica y director de Aleen, empresa especializada en ingeniería del conocimiento, fue coordinador el pasado mes de mayo de la I Jornada de Creatividad Científica del Gobierno de Aragón, en la que 85 alumnos de 17 centros presentaron inventos que desarrollaron durante el curso en talleres de creatividad. Este proyecto se enmarca dentro del Programa de Desarrollo de Capacidades del Gobierno de Aragón
En los talleres de creatividad, “los chavales pensaban un invento y tenían que de­sarrollarlo con la ayuda de un investigador que les sirviera de mentor, pero que no dirigiera, sino que sugiriera qué cosas investigar y cuáles podrían ser utilizadas de otros campos”, comenta.

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