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“La fiabilidad de un ranking depende de la calidad de la información que recoge”

El sociólogo Juan Carlos Rodríguez, de Analistas Socio-Políticos, afirma sobre los rankings: “Son una iniciativa loable, pues, si no existen, es mucho más difícil comparar unas universidades con otras y emitir juicios acerca del rendimiento relativo de cada una de ellas y del sistema en su conjunto”.
Milagros AsenjoMartes, 9 de junio de 2015
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Los rankings educativos, especialmente los universitarios, han sido objeto de polémica desde que surgieron en la década de los 80. Unos piensan que no se puede valorar una institución con unos criterios de evaluación tan limitados. Otros consideran que, bien utilizados, pueden ser una herramienta útil. Juan Carlos Rodríguez, sociólogo e investigador de Analistas Socio-Políticos, ha elaborado junto con Víctor Pérez-Díaz, presidente de dicho gabinete, el documento de trabajo inicial del Congreso Building Universities’ Reputation, organizado por la Universidad de Navarra. Sostiene que “los rankings, lejos de estar perdiendo prestigio, están afinando sus criterios para mejorar”.

¿Para qué sirven los rankings?
Los rankings tienen un doble componente. Por un lado, ayudan a los ciudadanos a conocer mejor el sistema universitario y a los demandantes de enseñanza universitaria les ayudan a elegir mejor. Por otro, contribuyen a mejorar o empeorar la reputación de las universidades. Estas compiten por atraer a profesores y estudiantes, así como por atraer otros recursos; en esa competición les viene mejor contar con una buena reputación. El objetivo de mejorar la puntuación en un ranking para mejorar la reputación puede tener consecuencias positivas, si se aspira a ello haciendo mejor las cosas y no buscando atajos para incrementar las puntuaciones sin que haya una base sólida debajo.

En el comportamiento de las universidades españolas en relación con los rankings, ¿qué pesa más, su aspiración a mejorar la calidad o una mera competición por el estatus?
Todavía no puede estar muy claro, porque esos rankings tienen una vida muy reciente. Las universidades se están planteando qué sentido tiene para ellas el ocupar una u otra posición en los rankings, y qué significan, en realidad, los indicadores. En todo caso, es improbable que esos datos hayan tenido ya efectos sustantivos: muchas universidades son maquinarias relativamente lentas, por lo que cuesta imaginar algún tipo de reacción, que se verá con el tiempo. Para el resto de los públicos interesados, los primeros rankings están bien para echar a andar en un debate más rico sobre la universidad, y para mejorar los procesos de elección de universidad. Serán más útiles en la medida en que la información se publique por áreas de conocimiento. En cualquier caso, se trata de una iniciativa loable, pues, si no existen, es mucho más difícil comparar unas universidades con otras y emitir juicios acerca del rendimiento relativo de cada una de ellas y del sistema en su conjunto.

Para la elección de estudios, ¿son más útiles los rankings por áreas que los generales?
Para alumnos y profesores, sí, claramente. La cuestión es si el gran público se guía en sus juicios por la clasificación por áreas o también por un prestigio más genérico de una universidad. Un ranking vinculado a las áreas de conocimiento es más rico y útil. Pero un ranking genérico también puede proporcionar una buena pista acerca de la vida de una universidad en cada una de sus facultades. Es difícil imaginar que haya grandes diferencias de calidad o de experiencia universitaria en los distintos centros de una misma universidad.

Se habla de la necesidad de reestructurar la universidad, de cambiar su sistema de financiación, ¿pueden ser útiles para ello los rankings?
La cuestión es si mantenemos el actual sistema de financiación o lo cambiamos. Ahora, la financiación de cada universidad pública implica, en buena medida, una negociación entre la Administración correspondiente y cada universidad, y depende solo muy indirectamente del atractivo que para los alumnos ejerza esa institución. Hoy por hoy, los rankings no influyen en la asignación de recursos, pues depende, además de las disponibilidades financieras de las comunidades autónomas, de la capacidad negociadora del rector. En cualquier caso, en la medida en que la financiación de las universidades públicas comporte una mayor, y sustantiva, aportación privada, es decir de los estudiantes y de las familias, las universidades tendrán que competir más por atraer esos fondos privados. En esa competición, y en una consiguiente elección de centro más activa, los rankings pueden llegar a tener cierto peso.

Pero al ver los resultados de los rankings, sorprende que hay universidades jóvenes mejor situadas que las antiguas, ¿por qué?
No es de extrañar. Algunas universidades jóvenes pueden obtener puntuaciones mejores que algunas de las más antiguas en determinados indicadores. Imaginemos, por ejemplo, que se trata de la empleabilidad de los egresados. Puede suceder que las universidades jóvenes estén más concentradas en carreras con más salidas profesionales o con salidas profesionales más obvias, y en las antiguas tenga un mayor peso un tipo de formación menos ligada a las supuestas demandas del mercado de trabajo, o tenga más peso la investigación y menos la formación para las profesiones.

¿Pueden las clasificaciones ayudar a reorganizar los estudios?
En la cuestión del supuesto exceso de titulaciones lo más lógico sería guiarse bastante más por la demanda de los estudios, ligando a ella la financiación. Eso no quiere decir que sea el único criterio para ofrecer unas u otras enseñanzas, pero para decidir acerca de muchas de ellas no es el peor que podríamos seguir.

¿Cómo influiría el peso de la demanda?
Si pesase más la demanda de los estudiantes en el comportamiento de las universidades y, sobre todo, si los estudiantes se enfrentasen a una elección, por así decirlo, más activa, necesitarían información sintética y comparada mucho más rica que la actual, en la forma de rankings o, sobre todo, de guías universitarias. No olvidemos que el padre de todos los rankings, el de US News & World Report es también una guía.

¿Qué añaden las guías a los rankings?
Las familias necesitan no solo cuatro indicadores y la media ponderada de esos indicadores, sino una información todavía más rica. Está bien, por ejemplo, contar con las puntuaciones de pruebas externas, pero si esta viene acompañada de información de contexto o, incluso, si viene expresada en términos de valor añadido, mejor todavía. En Inglaterra, por ejemplo, las familias cuentan con una página web del Departamento de Educación denominada “School and college performance tables”, con decenas de datos de rendimiento y de contexto para cada centro, lo que facilita una comparación más fundamentada a la hora de elegir centro.

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