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“Compartir el aprendizaje implica un razonamiento más elevado”

El pionero de la enseñanza cooperativa, David W. Johnson, fundador del Cooperative Learning Institute explica, desde una óptica científica, las ventajas de este enfoque pedagógico frente a la competición o el aprendizaje individual.
Rodrigo SantodomingoViernes, 24 de julio de 2015
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David W. Johnson habla siempre en plural. Durante la conversación, la presencia de su hermano Roger se revela implícita. Ambos son pioneros en la defensa del aprendizaje cooperativo. Su apuesta por este enfoque pedagógico se remonta a los años 60, y no surge de una creencia o ideología favorable a la interacción entre alumnos desde presupuestos teóricos. En su extensa obra, un sólido armazón investigador refrenda los beneficios de la cooperación en el aula frente a la enseñanza competitiva o individualista. Johnson acudirá la próxima semana a Bilbao para dar a conocer su propuesta pedagógica al público de la International Conference on Thinking (ICOT) 2015, la gran cita del año sobre pensamiento y Educación a nivel global.

No dejamos de escuchar que el mundo es cada vez más competitivo y que los jóvenes tendrán que enfrentarse a esa dura realidad. ¿Era el contexto social en los 60 más proclive a ideas como la cooperación en el aula?
No, más bien el contrario. El darwinismo social y su visión del mundo como un lugar hostil solo apto para los más fuertes, esa noción de “perro come perro”, estaban mucho más asentados en los 60. También prevalecía la opinión de que los alumnos tienen que trabajar solos en el aula en una atmósfera que promueva el individualismo. Casi no existía nadie a favor del aprendizaje cooperativo, la gente nos ignoraba. Ahora, sin embargo, la mayoría de empresas orientan su modus operandi hacia el trabajo en equipo, una tendencia que empezó en los 70 con compañías como Sony o IBM. Una persona que solo sepa trabajar de manera competitiva tiene en la actualidad pocas posibilidades de conservar su empleo.

Supongo, en cualquier caso, que todavía habrá gente que siga oponiéndose a su enfoque con el argumento de que no prepara para el mundo real.

Cada vez menos. Como le decía, la resistencia era muy grande en los 60 y ha ido decreciendo a lo largo de los años a medida que el mundo adulto, sobre todo en entornos laborales, empezaba a ver con buenos ojos el trabajo en equipo. El principal problema ahora es que todo el mundo parece saber cómo organizar el aprendizaje cooperativo, cómo estructurar las clases, cuando lo cierto es que tantas propuestas son bastante mediocres.

¿Le molesta, a usted que siempre ha basado su pedagogía en la investigación y el rigor, la proliferación de supuestos gurús en Educación?
La gente puede decir lo que quiera. Lo que me molesta es que algunos pretendan hacernos creer que sus recomendaciones están apoyadas por la investigación, cuando en la mayoría de los casos ésta sea muy escasa o incluso ine-xistente.

Parece ser que, desde una óptica científica, en cuanto a resultados y cálculos de coste-beneficio, la cooperación suele ser la mejor opción para que los seres humanos interactúen, no solo en la esfera educativa.
No hay duda de que así es para las empresas privadas y también para otras organizaciones que no deberían moverse por el beneficio económico, como son los hospitales. En las familias, las comunidades de vecinos…, en casi todos sitios existen mayores ventajas en la cooperación.

¿Y en qué situaciones resulta preferible la competición?
Solo cuando uno quiere divertirse. Siempre decimos que el alumno ha de saber cómo cooperar bien, cómo competir para su propio disfrute y cómo trabajar de manera individualista cuando llega el momento. Hay ciertamente un lugar para la competición (cuando jugamos al tenis o echamos una partida de ajedrez), pero casi siempre bajo la premisa de pasarlo bien sin importar quién gane o pierda.

¿Me puede resumir la explicación científica que sustenta su enfoque?
Hay muchas razones, le daré solo algunas de las más relevantes. Cuando uno comparte lo que está aprendiendo, está demostrado que ese aprendizaje queda conceptualizado a un nivel mucho más profundo que si uno se lo queda para sí mismo. El mismo hecho de explicárselo a otro implica la utilización de estrategias de razonamiento más elevadas. Otra razón es que, durante la cooperación, la creatividad y la innovación tienden a aumentar, por eso las empresas punteras suelen ser las primeras en poner el énfasis en esta forma de interacción. Además, al cooperar, todos logran algo, todos avanzan, aunque sea a ritmos diferentes, de manera que se consigue que más estudiantes aprendan al mismo tiempo, algo que no ocurre durante la competición o el trabajo individual.

Muchos países han aplicado su modelo, en ocasiones como estrategia para la prevención y resolución de conflictos, otra de sus áreas de trabajo predilectas. ¿Son los países con un historial de violencia más abiertos a este tipo de aprendizaje, o más bien al contrario?
No sé… (piensa unos segundos). La verdad es que no hay un patrón común. Estados muy diferentes han acogido mis ideas con entusiasmo y propósitos variados: No-ruega, un país muy pacífico que recoge en su legislación nacional la importancia de la cooperación en el aula; Armenia, donde ponen el foco en la asimilación de conceptos ciudadanos en un marco democrático; Nigeria, que tiene regiones francamente problemáticas. No importa tanto el contexto sino el interés de los líderes con influencia en la enseñanza.

¿Es más fácil convencer a los responsables educativos de que implanten un modelo cooperativo durante los primeros cursos frente a etapas más avanzadas, cuando la exigencia es más alta? Parece que, cuando empiezan a primar los resultados, algunos se sienten tentados de volver a la enseñanza tradicional.
Así ha sido históricamente, en buena medida porque en Infantil o en los primeros años de Primaria se otorga mucha importancia a la parte social de la enseñanza: cómo tratar bien al prójimo, cómo relacionarse con respeto, etc., objetivos que casan muy bien con el aprendizaje cooperativo. Sin embargo, ahora nuestro mayor campo de acción se sitúa en la universidad, que es donde yo percibo un mayor interés por desarrollar un tipo de enseñanza bien fundamentada en argumentos científicos. Por otra parte, está claro que, cuanto antes se acostumbren los alumnos a cooperar en clase, mejor. Si un chaval solo ha visto competición y trabajo individual, será más difícil enseñarle algo completamente distinto a los 15 años.

¿Facilitan las nuevas tecnologías la cooperación entre alumnos? Uno ve esas aulas con un ordenador para cada alumno y escucha hablar una y otra vez de enseñanza personalizada digital, y parece que la interacción (real) en clase corra el riesgo de quedar relegada.
Ya en los 80, cuando los primeros ordenadores empezaban a llegar al aula, hicimos un estudio que demostraba que los alumnos sacan más provecho a la tecnología cuando trabajan por parejas o de tres en tres. Sin negar la dimensión social de los entornos digitales (redes, juegos virtuales con contrincantes siempre disponibles, etc…), sí diría que, cuanta más tecnología haya en clase, más debe el profesor procurar que sus alumnos trabajen en pequeños grupos, ya que el riesgo que usted menciona es, sin duda, real.

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