fbpx

Superdotados

A raíz del caso Asunta, la escritora reflexiona "sobre la enorme tolerancia que tiene la sociedad con un maltrato legitimado y socialmente aceptado: la sobreexigencia en los niños".
Martes, 3 de noviembre de 2015
0

Estos días he seguido a través de los medios el juicio por el asesinato de Asunta Basterra, una niña de altas capacidades. Una niña que además de seguir el ritmo de clases habitual de niños mayores ( se le había adelantado un curso) recibía, fuera del horario escolar, clases de (¡atención!): piano, violín, danza, inglés, francés, alemán y chino. Se ha discutido hasta la saciedad si su madre le daba Orfidal o no, si la sedaba, si le hacía fotos dormida o en poses poco adecuadas, se han cotejado tiempos y barajado teorías. Pero nadie se ha sorprendido de que la niña, un sábado, tuviera dos clases, de chino y de francés por la mañana y estuviera obligada a quedarse haciendo deberes por la tarde. Nadie ha considerado maltrato el hecho de que además de las 40 horas semanales que la niña pasaba en el colegio, y los deberes que tenía que hacer impuestos desde la escuela, se le pautara el tiempo con otro tipo de actividades más propias de adulto, y se le negara el tiempo libre necesario para jugar, para tener amigos o simplemente para no hacer absolutamente nada, un placer que a todos a veces nos gusta disfrutar. A nadie le ha sorprendido que la niña estuviera sometida a una sobreexigencia semejante.

Me llamo Lucía Etxebarria. Soy superdotada y madre de una niña superdotada y el caso de Asunta Basterra me ha hecho reflexionar.

En primer lugar, sobre la escasa o nula información que tiene la sociedad sobre lo que es ser superdotado. Y, en segundo lugar, sobre la enorme tolerancia que tiene la sociedad con un maltrato legitimado y socialmente aceptado: la sobreexigencia en los niños.

¿Ustedes que me leen creen que podrían soportar, amén de las 40 horas semanales que le requiere su trabajo normal (si se cuentan ustedes entre los afortunados que solo trabajan 40 horas por semana), el cúmulo de actividades que se le impusieron a Asunta? No, ¿verdad? Enfermarían de surménage poco después.

Pero los profesores que me leen saben que el de Asunta no es precisamente un caso excepcional. Los casos de niños sobreexigidos con un cúmulo exagerado y absurdo de actividades extraescolares están a la orden del día. Actividades extraescolares que no responden a los deseos del niño, sino a las ambiciones de sus padres.

Esas madres y padres narcisistas que quieren que sus hijos cumplan los sueños que ellos no pudieron cumplir se ven a menudo en las Asociaciones de Padres y Madres de Niños ACI ( Altas Capacidades Intelectuales). No siempre, gracias a Dios, también hay otro tipo de personas. Pero se ven.

Porque representan a un tipo de padre y madre que prolifera cada vez más en nuestra sociedad. El que quiere brillar a través de su hijo o hija. Los padres o madres que insultan al árbitro, o a los profesores, los padres o madres que ahora mismo ustedes tienen en mente. Porque todos conocemos casos así. Cuando un padre o madre de ese tipo (narcisista) descubre que tiene un hijo superdotado, esa proyección (esos deseos y ambiciones que se proyectan sobre el niño como una pantalla) se exagera más aún.

A la hora de tener que bregar con niños superdotados, el interlocutor a veces no es directamente el niño, sino el padre o la madre de un niño superdotado. Padre o madre que si no es superdotado en muchas ocasiones ni siquiera comprende bien lo que le pasa a su propio hijo. A veces, no les entienden. A veces, esperan demasiado de ellos. En algunos casos extremos (como en el caso de la madre de Asunta Basterra), el niño demasiado brillante les molesta, les estorba.

Nosotros, los superdotados, no sacamos siempre las mejores notas. Yo suspendía, mi hija también suspende. Y puntuamos 140 en el Test WAIS, es decir, poseemos un nivel de inteligencia que solo alcanzan el 1% de los mortales. Pero el sistema educativo no está diseñado para atender nuestras necesidades, y nos excluye.

Los superdotados no suspendemos porque “nos aburramos”. No, es que utilizamos un proceso cognitivo diferente que funciona por asociación. Un ejemplo: Yo cuando multiplico o divido, visualizo un ábaco en la cabeza y trabajo con ese ábaco. Por eso no podía seguir el método que me imponían en el colegio. Para mí no tenía lógica. Además, solo podemos integrar un dato si lo asociamos en red a otro dato haciendo un “mapa mental” (Por ejemplo, Austria-Viena- Klimt-La Dama de Oro-Helen Mirren-Nazis-Anschluss… y así hasta el infinito”). Obligarnos a aprender las cosas de memoria, sin asociación o razonamiento lógico, nos “bloquea el sistema”. Sabemos aprender si nosotros mismos investigamos y razonamos, pero nunca simplemente leyendo y memorizando textos que nos aburren. Por eso, cuando llegué a la universidad, yo obtuve matrículas en las asignaturas en las que se premiaba el esfuerzo de investigación. Nosotros somos como ordenadores Pentium 4. Pero se nos trata como a Celeron 2.

Pero los superdotados necesitamos ayuda para los estudios, no lo aprendemos todo solos. Los superdotados tenemos un ritmo de aprendizaje más rápido y complejo y un funcionamiento cognitivo diferente. Necesitamos personas que nos ayuden y guíen, y que entiendan nuestra diferencia. El sistema educativo español no nos entiende, y nos maltrata. Lo digo claramente. Nos maltrata, porque no atiende a nuestra diferencia.

Los superdotados no nos consideramos superiores. Yo me he pasado años en terapia por mis problemas de autoestima y mi hija ha sufrido tanto o más que yo.

Ser superdotado no es un trastorno pero implica ser muy diferente. Cuando para colmo ni siquiera sabes que lo eres te sientes rara, asocial, enferma o loca. No comprendes por qué no compartes gustos con nadie, por qué te hacen gracia cosas que a nadie se la hacen o por qué no te hacen gracia cosas con las que todo el mundo se parte la caja. Cenar en un grupo de amigos o en familia es una tortura. No compartes ningún interés, y muchas veces a los demás les cuesta seguirte la conversación. Te percibes como rara, aburrida y difícil.

Ustedes ni imaginan lo que se puede llegar a sufrir por eso. Lo que se sufre cuando tienes que vivir ocultando quién eres.

La historia se ha repetido con mi hija. Ella lee el National Geographic, ve películas de Woody Allen, habla inglés y francés con soltura. En su clase las niñas escuchan reguetón y ven Sálvame. No es raro que la niña no encuentre amigas. Una vez en clase hizo una exposición sobre la Guerra de la Independencia. La profesora la felicitó. Las niñas la empujaron en las escaleras. Desde entonces no volvió a hacer una sola exposición en clase. Yo no sabía nada de esto, los profesores tampoco. Todo salió a la luz cuando tuvo que pasar una evaluación psicológica, y acabó hablando. No participa en clase, no ha querido ser delegada, detesta el colegio, se aburre. Lo pasa francamente mal. Habla inglés perfectamente, pero falseó la prueba de inglés este año aposta, porque si sacaba dieces las otras niñas iban a por ella. Yo hacía exactamente lo mismo. Jamás hablaba en público en clase porque lo siguiente era que te iban a llamar “pitagorina”, “enciclopedia”, etc. Así que me sentaba en la última fila y dibujaba, y procuraba llamar la atención lo menos posible.

El 68% de los niños superdotados fracasa o abandona los estudios. Este fracaso tiene que ver con el tratamiento que se le da al talento en nuestro sistema educativo. En lugar de animarle y cultivarle se lleva en muchos casos a los alumnos más dotados a la falta de motivación y el abandono.

Si bien el sistema educativo se vuelca en los chicos con necesidades educativas especiales ignora absolutamente al colectivo de los más dotados, que también tienen necesidades educativas especiales, según recoge la Ley de Educación.

Yo no he conseguido que a mi hija la aceleren de curso, debido a las dificultades de organización y de rigidez del sistema. Y hasta el momento no me he encontrado con un solo profesor o profesora que hubiera leído sobre el tema o que pudiera entender lo que le sucedía a mi hija. De la misma manera que hace 30 años nadie supo ver lo que me pasaba a mí.

Es triste que en 30 años no hayamos avanzado nada. Y que sigamos con la misma idea de que a los niños hay que exigirles. A los niños hay que amarles. Y amarles implica entenderles y atender a sus necesidades.

Lucía Etxebarria es escritora

0