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¿Para qué queremos docentes?

Martes, 15 de marzo de 2016
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S e ha celebrado en Madrid la Semana de la Educación. En el recinto de Ifema hemos podido conocer las ofertas de estudios universitarios, observar a multitud de estudiantes en busca de orientación para el desarrollo de sus estudios para una profesión “de futuro”, y también conocer las posibilidades de estudios de posgrado.

Como docente, me ha interesado especialmente el salón dedicado a los nuevos materiales y recursos para la Educación. En esta parte de la feria, me he maravillado al contemplar impresoras 3D, clases impartidas a través de una pizarra digital que interactuaba con las tabletas usadas por el alumnado, sistemas y programas de e-learning… Y ante esta visión, he tenido una creciente angustia existencial que quiero compartir: ¿para qué necesitamos docentes?, ¿cuál va a ser nuestra función?, ¿somos necesarios o más bien prescindibles y sustituibles por máquinas?

La pregunta puede parecer exagerada, pero si reflexionamos sobre los cambios que está introduciendo internet en nuestros sistemas de enseñanza, ¿hacia dónde vamos? Si enseñar es dar a conocer una información seleccionada y facilitar su conocimiento y memorización por parte de los que aprenden, ¿qué diferencia hay entre un profesor/a de carne y hueso y un asistente de estudios virtual? A la vista de los adelantos tecnológicos, el asistente virtual es más eficiente y más barato. Y no solo eso, la máquina se acerca más al ideal de enseñanza personalizada que el docente humano, en el sentido de que un programa puede procesar simultáneamente mucha más información y dar respuestas específicas y diferenciadas a cada usuario en función de las necesidades e intereses previamente detectados y continuamente escaneados por el artilugio. Un docente humano simplemente no puede hacer eso mejor.

Como comprenderéis, mi angustia iba en aumento a medida que paseaba y observaba. Presentía el final, mi profesión condenada a la extinción sin remedio. Un rayo de luz se abrió en mi conciencia al recordar una frase que comencé a repetir como un mantra: “ya no enseñamos conocimientos, ayudamos a desarrollar competencias”, una máquina no puede hacer eso… ¿O sí?

Veamos: competencia en comunicación lingüística, competencia matemática, en ciencia y tecnología, digital, aprender a aprender… ¡Uy!, acababa de presenciar una clase de muestra en la que las niñas y niños identificaban, resolvían y comprobaban problemas de matemáticas, aprendían a ordenar los términos de una oración, a pronunciar correctamente una conversación en inglés… ¡Ay! Resulta que la puñetera maquinita también permite que el alumnado de-sarrolle competencias por sí mismo. Entonces, dele con lo mismo otra vez, ¿¡somos prescindibles!?

Necesitaba respirar, poner aquello en orden. Tenía que haber una solución, no me entraba en la cabeza que pudiéramos llegar a la situación de que una generación de humanos fuera educada exclusivamente por medios tecnológicos, sin la intervención de personas de verdad. Busqué asiento y lo encontré, en la ponencia de Carmen Guaita.

Sentado junto a una decena y media de colegas escuché a Carmen con creciente alegría. La autora de Cronos va a mi clase, comenzó a destilar humanidad mientras hablaba del tiempo en términos de oportunidad, de tiempo paladeado, disfrutado, de tiempo vivido. Contó experiencias entrañables de su propia carrera profesional… ¡Eureka! Eso no lo puede hacer un programa. Los ordenadores podrían fingir sentimientos, ofrecer un output en función de un input, pero no pueden sentir, ¿cómo podrían ayudar en la Educación emocional? Hoy por hoy, y confío en que siga así por mucho tiempo: no pueden.

Esta esperanza parece más sólida. Hacemos falta seres humanos en Educación, al menos mientras los sentimientos sean privativos de nuestra biología. Pero…

(Sí, siempre hay un pero). ¿Qué ocurre con todos esos procesos de enseñanza que no implican relación emocional?, ¿qué ocurre con las clases que no son más que asépticas transmisiones informativas? Esas sí son enteramente sustituibles. Entonces los cuerpos docentes sobrevivirán pero verán mermados sus activos significativamente. Más allá de redactores/as y editores/as de contenidos de enseñanza, una vez que el programa está implementado, solo requerirá un mínimo esfuerzo de actualización. Y los niños/as y jóvenes y todo el que quiera aprender algo accederá por sí mismo, sea conocimiento o competencia, ¿o no?

¿Hay alguna razón por la que sea necesario mantener las plantillas de maestros/as y profesores/as? Estamos en el sistema en el que estamos. Oferta y demanda, dicen que dice la ley. Si es más barato enseñar sin docentes…

Profundamente preocupado, llegué a través de mi smartphone al vídeo de César Bona para la Semana de la Educación en la propia web de Ifema. Y una frase en su discurso me dio otra pista, me insufló un nuevo hálito de esperanza “el factor humano” del que habla. El factor humano es necesario para, como dice César en el vídeo, “dejarnos de tantas programaciones y escuchar al niño”. Las máquinas no escuchan, y a los que defienden que sí, les recomiendo una conversación con la agradable voz del asistente de cualquier operador de telefonía o un navegador GPS.

Salí del recinto con la sensación de que no todo estaba perdido. Sin embargo, me seguía pesando la enorme desproporción entre los recursos y tiempo destinados en Educación al desarrollo e implementación de las nuevas tecnologías en contrapartida del tiempo y recursos destinados al factor humano. Y esa preocupación es creciente cuando problemáticas como la violencia escolar y de género, o la pérdida de valores tienen claramente su solución en el trabajo de ese factor humano.

Dicen que las casualidades no existen, los físicos cuánticos hablan de multicausalidad, y algunos “románticos” de serendipity. Yo simplemente constato la sincronía del hecho: este fin de semana se ha celebrado en Buitrago de Lozoya (Madrid) el V Encuentro de Educación, con el subtítulo: “Más allá de las humanidades, la humanidad y lo humano”, organizado por la Fundación Claudio Naranjo. Yo buscaba factor humano… dos tazas.

Basta mirar la web de este V Encuentro de Educación para entender que el eje fundamental del trabajo gira en torno a ese “escuchar al niño” (y a sí mismo), alrededor de recuperar nuestra humanidad en una función docente en proceso de tecnificación. Y no puedo dejar de preguntarme, por qué no hay más encuentros de este tipo, más formación del profesorado para aprender y recuperar eso que nos hace insustituibles, eso que nunca podrá hacer una máquina.

Considero que es necesario más seguimiento y acompañamiento de las personas encargadas de velar por que las siguientes generaciones reciban la mejor atención educativa posible. Y sé que no soy el único. Son muchas/os compañeras/os de profesión los que se dan cuenta de esta carencia, de este desfase formativo que sigue preparando docentes para la transmisión de información y no para el desarrollo de competencias esencialmente humanas. Competencias que nos se aprenden memorizando, ni mirando pantallas, sino relacionándose con seres humanos equilibrados.

Javier Farfán es docente

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