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El uso de las tecnologías no es inocuo

Martes, 29 de marzo de 2016
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Cada vez que discuto con algún colega sobre las nuevas tecnologías y su relación con la Educación, solemos acabar encontrándonos en tres lugares comunes:

1.-La tecnología es una realidad social, su uso por parte de los niños y adolescentes es un hecho incuestionable e inevitable.

2.-La tecnología, como toda herramienta, es inocua en sí misma, sus efectos dependerán del uso que le demos.

3.-La tecnología no crea problemas, potencia problemas preexistentes. A lo dicho se suele añadir como corolario: “Dado que es inevitable su uso, más vale que le demos un tratamiento educativo en las aulas para evitar males mayores”.

Puesto que me propongo desarrollar una actitud crítica y fomentar el debate, voy ha empezar negando la mayor: el uso de las nuevas tecnologías no es inevitable ni mucho menos inocuo.

Resulta muy significativo y paradójico que ejecutivos y trabajadores de las más representativas empresas de Silicon Valley (Google, Apple, Hewlett-Packard) elijan para sus hijos escuelas y propuestas educativas en las que hay una llamativa ausencia de las nuevas tecnologías.

Es posible encontrar multitud de artículos al respecto desde noviembre de 2011 en medios poco sospechosos de anti-tech como la BBC o Le Monde.

¿Por qué muchos responsables de la creación y desarrollo del hardware y el software que inunda nuestras vidas eligen para los suyos una infancia sin móvil ni computadoras? La respuesta es sencilla, el uso de las tecnologías no es inocuo. La exposición a las pantallas genera un estrés visual. El cerebro humano tiene la capacidad de procesar mucha información de input visual. Y no solo eso, la plasticidad cerebral permite desarrollar cada vez más determinadas capacidades de procesamiento.

Pero, como seres biológicos, tenemos ritmos y límites de adaptación y de desarrollo de competencias. A nadie se le ocurre obligar a un ser humano a beber 10 litros de agua al día. Sí, el agua es buena, pero en su adecuada proporción; sí, el organismo tiene la capacidad de procesar el agua, pero hasta un límite.

Entonces, si nos resulta tan evidente que es necesaria la mesura en cuestiones tan básicas como la hidratación, la nutrición y la higiene corporal, ¿como es que vemos con total normalidad que nuestros niños y adolescentes consuman gigas y gigas de contenidos informático sin concebir que esto tiene consecuencias perniciosas en su organismo? Nótese que no estoy refiriéndome aún a la naturaleza de los contenidos, sino simplemente al uso de la herramienta.

Además del estrés visual, existen otros efectos colaterales no menos importantes. Por ejemplo, el uso de móvil, tablets, PDI… implica un trabajo enorme de coordinación visomotriz y psicomotricidad fina.

Sabemos desde los estudios de Jean Piaget que existen unos límites que establecen las etapas del desarrollo humano, por encima de los cuales forzar el desarrollo de determinadas competencias no solo genera estrés, sino que puede producir paralizaciones del desarrollo e incluso regresiones. Sin embargo, niños de 2 años juegan con tablets, ven dibujos animados, etc. ¿Esto lo hacemos porque las nuevas tecnologías son imprescindibles, son inevitables, o hay otros motivo sobre los que no hemos reflexionado suficientemente?

Más allá de las consecuencias fisiopsicológicas, sobre las que se han hecho pocos estudios longitudinales (actitud muy poco científica por otra parte, y sí muy mercantilista), ¿cómo influye el uso de las nuevas tecnologías en los procesos de socialización?, ¿es inocuo que un adolescente tenga centenares de “amigos” en redes sociales a los que puede enviar información de manera inmediata y de los que puede recibir feedback automático? Basta con ver las noticias para darse cuenta de que no.

Evidentemente la tecnología no se creó para que los niños y jóvenes se agredieran. Pero tampoco se pensó en ello cuando se implementaron sin ningún tipo de reflexión. No defiendo una postura retrógrada antitecnológica porque sí. No creo que me roben el alma si me hacen una fotografía ni vaya a desarrollar un tumor por usar diariamente el microondas. ¿Pero, no habría que darle otra vuelta al uso de las nuevas tecnologías en relación a la infancia y los adolescentes?

Volviendo al tema que nos ocupa, el acoso escolar ha existido desde que existen las instituciones educativas masificadas. La tecnología no es responsable de ella, pero sí de su potenciación irreflexiva. Entonces, si la verdadera causa del bullying no es la tecnología, ¿por qué va a ser de naturaleza tecnológica la solución?

Mis años de experiencia como docente me han enseñado que “nadie es malo de puro feliz”, que decía Fernando Sabater. Las raíces de los comportamientos de acoso son profundas. Y ni la represión en forma de control tecnológico ni la sanción punitiva abordan el problema en toda su magnitud. Es necesario abrir espacios de diálogo entre “víctimas” y “agresores” (categorización relativa, ya que lamentablemente muchos de los primeros acaban ejerciendo el segundo papel) para poner sobre el tapete las causas reales y hacer los necesarios ejercicios de apoyo y legitimación del sufrimiento padecido y la toma de conciencia del daño causado, si verdaderamente queremos una Educación en valores de igualdad, solidaridad y justicia. Eso requiere contacto humano, miradas sinceras, tiempo y atención de docentes con formación.

Lamentablemente, parece que nuestros sistemas educativos evolucionan hacia una tecnificación que no es inocua, ya que si se le dedica tiempo y espacio a las máquinas, se deja de prestar atención (por una mera cuestión de tiempo y capacidad) al factor humano.

Ante el acoso escolar, ¿qué hacemos?: ¿compramos una app?, o ¿empezamos a recuperar y desarrollar las competencias humanas?

Javier Farfán esdocente

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