fbpx

El niño aviador

“El amor -y la bebida- son las formas permitidas en que los mayores dejan hablar al niño que llevan dentro”
Martes, 12 de abril de 2016
0

E n el cielo amenazaba una tormenta. El niño aviador sabía que él no había podido producir aquella tormenta, porque las tormentas vienen solas. Las tormentas vienen y se van, vienen y se van, pero ¡ay caray! Esta tormenta le había pillado a él volando y ahora sentía mucho miedo.

Estaba muy cansado ya de los mayores, el niño aviador pensaba que los mayores no entienden nada del mundo, no entienden nada.

Porque los mayores mandaban callar al niño aviador creyendo que estando rodeados de adultos, él no era correcto.

Y casi siempre le obligaban a estar calladito. Y él no quería estar calladito.

Algunas veces, los mayores bebían pócimas maléficas. Eran unas pócimas muy raras porque si se bebía un poquito, los mayores se quedaban mudos, no decían ni mu, y los niños entonces jugaban a su antojo. Pero si se bebía más de la cuenta de esa extraña pócima, venían unos monstruos grandes que se apoderaban de los adultos y de los niños y hacían que ambos hicieran cosas malas y feas. Y todos, los mayores y los niños, se arrepentían al día siguiente de las cosas que los monstruos habían hecho por ellos.

Pero la única manera que tenía el niño aviador de poder hablar era haciendo a los mayores beber pócima maléfica para que se callaran, así que lo hacía siempre que podía.

Cerca de por allí, había una niña inventora. Ella tampoco quería estar nunca calladita, quería jugar mucho, infinito, y quería inventar infinito de cosas. La diferencia que había entre ella y el niño aviador, era que ella, con muchíííííísimo esfuerzo a lo largo de mucho tiempo, había conseguido que los mayores que la cuidaban le permitieran salir a jugar, y hablar y emplear su tiempo en lo que a ella le gustaba, que era inventar cosas, sin necesidad de tomar pócimas maléficas –que tanto daño hacen a los niños y a los mayores–.

Cuando la niña inventora conoció al niño aviador, sintió mucha penita de que a él sólo le permitieran hablar estando acompañado de un monstruo que le hacía daño y hacer cosas feas, así que se fue a buscar ayuda a una cueva, de una montaña, donde vivían los mayores que la cuidaban a ella, pero no los de ahora, los mayores del futuro, que eran mucho más sabios.

Los mayores del futuro fabricaron un talismán que ella debía llevar siempre para que los adultos que cuidaban del niño aviador se quedaran calladitos y dejaran hablar y jugar al pequeño.

Así que el niño aviador se sentía cada día más feliz, pues la sola presencia de su amiga la niña inventora hacía que los adultos que le cuidaban se callaran y él pudiera hablar, jugar y reírse a gusto.

Pero cuando ella no estaba, recurría a la pócima maléfica y a la compañía del monstruo, que además de malo y feo, era apestoso. Y las pestes se quedaban con el niño aviador muchos días después de que el monstruo se hubiera marchado.

La niña inventora decidió librarse de aquel espantajo e inventó una máquina de fabricar tormentas a ver si con la lluvia, la peste y el monstruo se marchaban para siempre.

Con la tormenta y todo, el niño aviador salió a volar aquella noche, como el monstruo le acompañaba y era tan malo que no le dejaba pilotar, el avión en el que viajaban cometió muchas, muchas, torpezas y ¡casi se estrellan! Por eso el niño tenía mucho miedo. Las tormentas vienen y se van, vienen y se van, pero ¡ay caray! ahora sentía mucho miedo, de no poder volver a casa, de no volver a jugar con la niña inventora.

Cuando por fin aterrizó, aprendió que usar la pócima maléfica y su maldito monstruo para que los adultos que cuidan de él le dejen hablar no era tan buena idea, y decidió no volver a hacerlo nunca más, en su lugar, pediría consejo a la niña inventora para que ella le enseñara cómo hacer para que los mayores le escucharan con la ayuda de su talismán.
“El amor (talismán) -y la bebida (pócima maléfica)- son las formas permitidas en que los mayores dejan hablar al niño que llevan dentro”.

0