La escuela en 2030
En el año 2009, Ján Figel, el entonces Comisario de la Unión Europea para la Educación, Formación, el Deporte y la Cultura, afirmaba que «el mayor desafío al que debemos enfrentarnos en el campo de la Educación es cómo reformar nuestros sistemas educativos, para preparar a los jóvenes para trabajos que aún no existen, en los que utilizarán tecnologías que aún no han sido inventadas, para solucionar problemas que aún no han surgido».
Sé que lo que estoy planteando no es fácil porque estamos acostumbrados a enseñar para lo que ya conocemos. Pero el objetivo de la Administración debe ser, y es, que el alumnado alcance el mayor éxito posible, personal y profesional. Por ello, debemos plantearnos si el debate educativo que se desarrolla en nuestro país, está orientado a alcanzar un modelo que permita enseñar a nuestro estudiantes a desenvolverse en un mundo complejo.
En octubre de 2014, un medio de comunicación de ámbito nacional publicaba los resultados de una encuesta sobre las aulas del futuro, realizada a 645 expertos internacionales. En cuanto a la metodología, las conclusiones apuntaban hacia una escuela en 2030 en la que desaparecerá la clase magistral, y la enseñanza se basará en un aprendizaje personalizado donde el profesor se convertirá en un guía para el alumno. Un faro que le ayudará a formar un pensamiento crítico y selectivo, frente al innegable liderazgo de los contenidos on line como masiva fuente de conocimiento. De la misma forma, se destacaba la apuesta clara por la formación permanente, que se desarrollará a lo largo de toda la vida, con un incremento importante del aprendizaje on line o semipresencial.
El Informe realizado por la Cumbre Mundial para la Innovación de la Educación en el año 2014 apuesta por el inglés como lengua mayoritaria en los sistemas educativos de todo el mundo. En cuanto a los contenidos, destaca la apuesta por las llamadas soft skills o habilidades sociales (capacidad de hablar en público, de trabajar en equipo, de adaptarse a los imprevistos, empatía, gestión del tiempo, etc.), como las cuestiones que cotizarán al alza en la escuela del futuro.
El diagnóstico del estudio es difícilmente rebatible. Eso me lleva a pensar que el debate educativo que se desarrolla en nuestro país actualmente dista en muchas ocasiones de centrarse en lo verdaderamente importante.
El permanente debate competencial sobre Estado/comunidades autónomas que fomentan los nacionalistas, aleja de forma clara una solución a la tremenda tasa de dispersión entre territorios, reflejada en todos los informes de organismos internaciones que analizan nuestro sistema educativo.
Los debates lingüísticos entre lenguas cooficiales que promueven algunos gobiernos autonómicos (algo así como elegir entre papá o mamá), nos alejan de un aprendizaje verdaderamente plurilingüe que fomente la competencia comunicativa en lengua extranjera.
Las resistencias a una reforma del Estatuto del Docente, que aborde cuestiones básicas como la selección del profesorado, la formación permanente, la carrera docente y la dirección escolar personalizada, nos aleja de elevar la calidad de nuestro sistema educativo.
Los debates interesados sobre cuestiones superadas, tales como los conciertos educativos, la enseñanza de la religión, etc., nos alejan del deseable objetivo de dirigir el currículo, la metodología y la necesaria innovación educativa hacia el verdadero debate sobre conocimientos y habilidades.
La pregunta, entonces, sería: ¿estamos verdaderamente interesados en mejorar la calidad educativa de nuestro país dejando de lado intereses corporativos, ideológicos y partidistas? Sería interesante plantearnos estas cuestiones, para afrontar de forma sincera un Pacto por la Educación, que lleve a España, en condiciones de éxito, a la escuela del 2030.