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Perímetro

Martes, 19 de septiembre de 2017
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Tengo por seguro que los protagonistas de esta historia jamás tuvieron conocimiento íntimo de Wittgenstein y, menos aún, de su famosa afirmación: “los límites de mi lenguaje equivalen a (bedeuten) los límites de mi mundo” (Tractatus, 5.61), pero, en lo esencial, su actitud y su radical ignorancia validan al completo la proposición del filósofo. Un ejemplo de que lo real siempre echa en falta a lo filosófico, como pronosticara el maestro Savater. Hay muchas maneras de relatar lo ocurrido a un profesor de Ingeniería en el momento de la anécdota, si bien lo correcto es comenzar por el principio. El perímetro es el contorno de una superficie o una figura, según recoge el diccionario de la RAE, un concepto fundamental en la evolución del conocimiento (ciencia) y en el de la representación (arte). Hasta aquí, nada extraño, más bien todo lo contrario. La idea perimetral, como conceptualización y como fenómeno natural, es consustancial al hombre y su comprensión de la realidad e, incluso, me atrevo a asegurar que no es posible elaborar una proyección material sin aludir al perímetro. Por lo tanto, en la Educación básica se hace imperioso definir, señalar, hablar y hasta insistir en lo que es el perímetro para que se entiendan su significado y alcance, pero también porque es un concepto, quizás una imagen, imprescindible, vale decir transversal al diseño curricular.

Según las palabras del viejo profesor, de las que no dudo en absoluto –quién se iba a inventar algo así–, varios alumnos le llegaron, desde la Secundaria y el Bachillerato, sin saber qué era eso del perímetro. Superado el impacto y los primeros recelos, el hombre no podía evadirse de la sensación de asombro, aunque, poco a poco, ésta dio paso a la incomprensión y la amargura. Por supuesto, no cargó las tintas sobre el hecho, pero advirtió que semejante ausencia en su bagaje intelectual supondría un evidente inconveniente para explicar y desarrollar los conceptos más elementales de los contenidos de la materia. Sin embargo, la anécdota le hizo reflexionar seriamente sobre la Educación, algo que, hasta ese instante, le parecía una pérdida de tiempo. Muy de tarde en tarde se acercaba a los debates sobre la temática, pero, desde aquel entonces, no hay foro en el que no deje de intervenir y hasta animar. La experiencia le abrió los ojos. Por fin, asumió su vocación, un sustantivo que, en otro tiempo, le provocaba antipatía, cuando no directamente alergia.

A menudo, los intolerantes de la Educación y los charlatanes de la pedagogía recomiendan a los que no piensan como ellos que abandonen la profesión docente porque no sienten la vocación, la llamada de la enseñanza. Curiosamente, la anécdota de nuestro profesor de Ingeniería es justo la inversa. La revelación que le supuso la simple ignorancia de un concepto básico instrumental le condujo a la recuperación de aquello que reprochan insistentemente los enemigos de la libertad educativa. El descubrimiento de una realidad que se intenta ocultar y marginar, incluso desde la propia Administración, le llevó a realizarse una serie de preguntas para las que no encontró respuesta positiva, al menos en el modo irresponsable en que lo hacen los idólatras del relativismo pedagógico. Cuestiones simples, pero que, en su cabeza, repiqueteaban sin cesar. ¿Qué hay detrás de la abierta confesión de un alumno que dice desconocer el significado del perímetro? ¿Qué ha ocurrido para que varios universitarios estén en la ignorancia de un concepto tan importante como transversal al currículo? Siendo docente de ciencias comprendió la relevancia del sentido ético de su compromiso profesional porque, de pronto, le vino a la boca el término responsabilidad. Por lo regular, los falsos pedagogos llaman “quejosos” a los que manifiestan su de­sacuerdo con la deriva educativa en España, pero, en realidad, son profesionales intensamente preocupados por la enseñanza y sus contenidos. En una palabra, responsables con lo que hacen y responsables, sobre todo, con quienes son el destino de una vocación, las generaciones de jóvenes que pasan por las aulas de los centros de enseñanza.

Lo que propone la moderna pedagogía, se quiera o no, es la eliminación de la exigencia académica, el expreso vaciamiento de los currículos escolares y la supresión de la responsabilidad individual en el interior del espacio educativo a cambio del más puro relativismo, el indefendible desprecio del conocimiento y la reconversión lúdica del rigor de los conceptos instrumentales. Me cuentan mis alumnos actuales que, años atrás, tuvieron una profesora de Matemáticas que, por satisfacer las gabelas del delirio pedagógico, sustituía los números por los objetos más absurdos. A chicos de 3º de la ESO, les hacía sumar “camiones con camiones”, físicamente hablando, puesto que iba pertrechada con una amplia gama de juguetes de sus propios hijos. Todo por evitar abstracciones y fórmulas. Hasta ahí se llega por bajar la cabeza ante la dictadura del discurso pedagógico y negar a la misma ciencia. Es una pena que alguien llegue a la universidad sin saber lo que es el contorno de una superficie, pero si esto es doloroso, todavía lo es más la ignorancia que le tiene preso. La Educación, como dijo Platón, es liberar a los hombres de sus cadenas, de aquella caverna a la que nos quieren hacer volver los enemigos del conocimiento y la propia libertad.

Juan Francisco Martín del Castillo es doctor en Historia y profesor de Filosofía en el IES “La Isleta” de Las Palmas de Gran Canaria

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