El Estatuto del Docente: La reforma necesaria
¿Cómo enseñamos?
Mucho se habla en nuestro país sobre la necesidad de asumir un cambio metodológico en el ámbito educativo que nos permita trabajar valores como el aprendizaje colaborativo, las autoevaluaciones, los porfolios, las comunidades de aprendizaje y un largo etcétera.
No obstante, parece poco probable alcanzar este cambio metodológico sin profundizar previamente en la figura del docente y, concretamente, en tres aspectos fundamentales: La selección del profesorado, la formación permanente y la carrera docente y, en tercer lugar, la dirección escolar profesionalizada.
En cuanto a la selección del profesorado, hay que garantizar que en el sistema educativo ingresan los mejores. “El techo de un sistema educativo es el techo de sus docentes”. Ni más ni menos.
Los estudios internacionales acreditan que los excelentes sistemas educativos van eligiendo a su profesorado con mucha antelación entre los mejores, preparándoles concienzudamente en competencias didácticas con periodos de prácticas mentorizados por profesorado con amplia experiencia. Un proceso académico de acceso exigente, un acceso a postgrado encaminado a la docencia que permita seleccionar a aquellos que alcancen excelencia y dominio de las materias, así como un correcto dominio de idiomas extranjeros, y, finalmente un periodo de prácticas intensas y rigurosas permitiría contar con los mejores profesionales para ser incorporados a la función docente. Es decir, la selección del profesorado se inicia mucho antes y garantiza que entren los mejores, que son quienes más dominan las materias y los que han adquirido mejor formación didáctica, en idiomas, nuevas tecnologías y actitudes personales y motivación suficiente.
Otro aspecto a abordar debería ser la formación permanente, la carrera docente e incentivos vinculados a la mejora de los resultados. En este sentido, orientar todo el sistema educativo a la mejora de los resultados sería garantía de éxito. Para ello es necesario contextualizar los planes de formación permanente en contenidos y competencias necesarias para mejorar resultados; vincular incentivos económicos y de reconocimiento a aquellos profesores que mejoren realmente la Educación mediante itinerarios que conformen una auténtica carrera profesional horizontal y vertical; así como establecer planes rigurosos de evaluación al profesorado y a los centros que muestren los resultados de los aprendizajes del alumnado. Un modelo de evaluación cuantitativa y objetiva centrada en la mejora de las tasas de excelencia, de repetición, mejorando las tasas de fracaso, de abandono temprano, etc.
En tercer lugar, debería respaldarse un nuevo modelo de dirección escolar personalizada. Este es uno de los aspectos más obsoletos de nuestro sistema educativo, una auténtica anomalía en el conjunto de los países avanzados (a excepción de Portugal) que impide el ejercicio de la autonomía, la implantación de proyectos educativos significativos y que sea muy difícil orientar la mejora a los resultados.
Necesitamos una dirección con amplias atribuciones que pueda diseñar, ejecutar y evaluar proyectos educativos y sus resultados. Esta dirección debe ser sometida a su vez a una evaluación exhaustiva donde demuestre que sus competencias amplias se ejerzan para la mejora.
En definitiva, una reforma pendiente que debemos abordar con urgencia y que debe ir acompañada de un compromiso social: el reconocimiento a la figura del docente, a su autoridad y a su necesaria función social. Son las personas en cuyas manos dejamos a nuestros hijos, nada más importante y valioso.