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Escarapelas

Martes, 20 de marzo de 2018
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Un alumno luce una escarapela en la que se reconoce abiertamente su orientación sexual. A su lado, otros compañeros, incluso de diferentes edades, exhiben la suya, no se sabe si con orgullo o con el ánimo de agradar. Todo esto ocurre en un ambiente de júbilo porque se atiende a una actividad más dentro del centro escolar, pero lo importante es que no hay clases. No hay mates, no hay lengua, sino charla y, por lo tanto, reina la distracción y el compadreo. Al parecer, entre tanto juego y etiqueta, nadie advierte que solo unos pocos no portan el símbolo que los identifica, y que únicamente estos chicos reciben el oportuno premio de los conferenciantes. Es más, los señalan ante el resto como ejemplos de conducta y recto comportamiento. Sin embargo, lo que más duele, lo que perturba a cualquiera con un mínimo de moral en sus venas es el señalamiento alternativo, lacerante en todos los sentidos.

Los portadores de escarapelas ignoran lo que les espera, ignoran lo que les deparará el futuro porque ya no es suyo, como en la canción Qué será, será. Desconocen qué hay detrás de esas charlas de género, aparentemente ingenuas; desconocen las oscuras intenciones que se ciernen sobre ellos porque quién se atrevería a afirmar que los que vienen al colegio o al instituto lo hacen con maldad. Pero, el adoctrinamiento está ahí, ante nuestros ojos y nadie quiere verlo, salvo unos cuantos, no menos señalados y apartados. Por eso, hay que alzar la voz y denunciarlo ante la opinión pública. Por supuesto, lo que se cuenta y describe no sucede al otro lado del mundo, sino aquí, en las escuelas públicas de España.

Entre esas voces, la de una compañera de profesión, alertada por uno mismo, pero que solamente salió de dudas cuando fue testigo presencial de la brutal estrategia de discriminación. “A las chicas, tengan cuidado al salir de noche, porque pueden ser violadas”, insistía la ponente, puesto que “los hombres son, por naturaleza, potenciales violadores”. “Pero, yo le digo a mi hijo, que tenga cuidado también, porque él puede ser igualmente violado”, razonó la madre que también era la profesora de Filosofía, tras concedérsele el turno de palabra. No obtuvo más respuesta que el mohín de desaprobación de la conferenciante. La verdad era una, y solo una, no había discusión posible, ni siquiera la opción de la libertad de expresión.

Aquellos alumnos, nuestros alumnos, el futuro de la sociedad, estaba siendo sometido a una dura ley, una ley ya escrita y promulgada en 1935, que decía, textualmente, que los judíos “quedan autorizados a exhibir sus colores”, es decir, a identificarse como los diferentes y los insanos. No olvidemos que las leyes de Nuremberg tenían por finalidad “asegurar el futuro para todos los tiempos”. Y uno reflexiona, transformando en pregunta el último verso del poema del padre Niemöller, falsamente atribuido al dramaturgo Bertolch Brecht, ¿quién vendrá en nuestra ayuda, quién protestará llegado el momento, cuando el adoctrinamiento ahogue las conciencias y cuando no haya más libertad en nuestras aulas que las de las escarapelas?

Juan Francisco Martín del Castillo es doctor en Historia y profesor de Filosofía en el IES “La Isleta” de Las Palmas

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