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2018-2019

Martes, 2 de octubre de 2018
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Fácilmente habrá podido comprobar el lector de estas cifras que el artículo tiene como base argumental el inicio del presente curso escolar. El hecho de ser publicado en una revista educativa especializada contribuye a no requerir grandes cualidades adivinatorias.

¿Nuevo curso escolar? Cronológicamente habrá que ser rotundos en nuestra afirmación, pero, si vamos más allá del estricto calendario, posiblemente tengamos que afirmar que nuevo, precisamente nuevo, no es; entendiendo por novedad algo diferente que aportar a la rutina de todos los meses de septiembre cuando se alude a la escuela.

El coste del inicio de las clases (la denominada “cuesta de septiembre”), la finalización de las obras de mantenimiento y la mejora de los centros y su incidencia en el comienzo de la actividad académica, la jornada continua y su efecto en la conciliación de la vida familiar/laboral, la falta de profesorado en algunos centros…

Este listado, que aún podría seguir incrementándose, se ha convertido en una letanía de lamentos que sigue sin dar respuesta a las cuestiones de fondo, no transitorias como la puesta en marcha de un nuevo ciclo académico. Cuestiones que quedarían resumidas en una única pregunta: ¿qué hacemos con nuestro sistema educativo. Son ya demasiadas las idas y venidas que sobre el particular se repiten.

Lo mismo recibimos con todo tipo de beneplácitos la posibilidad de un pacto educativo, como que optamos por certificar su defunción en un breve plazo de tiempo.

Modificaciones anecdóticas del currículo, quitando, poniendo o sustituyendo determinadas materias. Debates repetitivos en torno a la materia de Religión y el carácter laico y aconfesional reflejado en nuestra Constitución. La dinámica pendular en torno a escuela pública versus escuela privada y la obligación de la Administración educativa de apoyar o no a esta última, según los criterios de complementariedad o libertad de elección de las familias, para articular un sistema educativo plural.

La asignatura pendiente de la digitalización de las aulas y la restricción/prohibición del uso de los móviles por parte del alumnado son los últimos añadidos a este debate. La exacerbada diversidad del diseño curricular más allá de lo razonable y explicable y que pone en peligro su comprensividad y, en consecuencia, la igualdad de oportunidades de los discentes ante el éxito escolar. En estas cuestiones, ¿radica, objetivamente, el futuro institucional de la Educación en nuestro país?

Cuando lo anecdótico se convierte en central, constituye un lamentable síntoma de que se carece de propuestas válidas que nos guíen en la difícil tarea de configurar un proceso formativo de nuestros jóvenes que garanticen su desarrollo y, por añadidura, el de nuestra sociedad.

Los expertos en materia educativa, así como los profesionales del sector, son conscientes de la política errática en la que llevamos inmersos más de una década en esta cuestión y sin un horizonte que nos haga albergar alguna esperanza fundada. ¿Tan complicado es llegar a un consenso mínimo y estable que asegure una cierta estabilidad en el panorama educativo?

No hablamos ni tan siquiera de un pacto educativo que se convierta en una bandera de nuestra madurez política o, mejor dicho, de nuestros políticos actuales. Simplemente, abogamos por unos acuerdos mínimos, de índole técnica, que permitan diseñar el “andamiaje” escolar.

Hay debates ocultos, tras esta ausencia de consenso, que ya carecen de sentido. Las Ciencias de la Educación, junto a otros datos aportados por distintas disciplinas del saber, se han pronunciado en cuáles serían las líneas básicas a seguir para lograr este objetivo.

Entonces, ¿qué sucede? Posiblemente, nos encontramos ante algunas “sombras educativas”, siempre interesadas y que iremos abordando desde estas páginas, que pretenden enmascarar la realidad.

Existe un número significativo de temas excesivamente manoseados políticamente y que poco tienen de fundamentados con datos, experiencias o realidades.

Quizás haya llegado el momento de evitar intencionadamente los silencios cómplices que dejan hacer cuando no se está conforme con lo realizado. La apatía en el debate ha de dar origen a la serenidad de la reflexión y la argumentación firme de algo tan sensible y universal como es nuestro de­sarrollo personal a lo largo de la vida y que se estructura y consolida, al menos, en los tramos obligatorios de la enseñanza.

Carlos Marchena es director de la División Educativa de Grupo Anaya

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