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Conectar mentes y conectar corazones

Martes, 16 de octubre de 2018
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En un tiempo donde todo sucede a velocidad de vértigo, donde todo es inmediato, donde se genera una gran cantidad de información, donde se buscan soluciones “mágicas” y recetas metodológicas que prometen arreglar todos los males de la Educación, en ese tiempo es más necesario que nunca reflexionar sobre la Educación. Y es que lo que estamos viviendo en nuestros centros educativos, en particular, y en la sociedad, en general, es tan apasionante como peligroso.

Desde que la neurociencia nos ha permitido entender que nuestras habilidades personales pueden desarrollarse a lo largo de toda la vida y las TIC nos han facilitado personalizar el aprendizaje, a la Educación formal se le han abierto un abanico de posibilidades que, aunque conocidas desde hace mucho tiempo, no se daban las condiciones adecuadas para su implementación en la realidad de nuestras escuelas.

Lo que nos propusieron hace muchos años pedagogos como Montessori, Freinet, Dewey, Decroly y otros muchos, hoy, al fin, puede ser realidad en nuestros centros educativos.

Dice José Antonio Marina que el talento no está antes, sino después de la Educación. Eso supone que no solo podemos y debemos aprender ciencias, matemáticas o literatura, sino que también podemos y debemos aprender capacidades como la creatividad, el emprendimiento, el agradecimiento, la perseverancia o la resiliencia. A pesar de ello seguimos enseñando y evaluando como si el aprendizaje solo pudiera alcanzarse de forma individual, memorística, repetitiva y competitiva.

Sin duda el aprendizaje necesita de la memoria, pero aprender no es memorizar. Aprender es conectar, relacionar, comparar, analizar, intercambiar y colaborar. Para aprender es necesario conectar mentes y conectar corazones, compartir conocimiento y compartir emociones. Para aprender es necesario conectar ideas y hechos, saberes y valores, conceptos y sentimientos.

La escuela no es un simulacro de la vida, la escuela es la vida… y, en ella, los alumnos y las alumnas deben adquirir y manejar los conocimientos, las habilidades, las destrezas y las capacidades que necesitan para dar respuesta a los retos, desafíos y necesidades que les plantea la vida. Debatir sobre si en la escuela debemos trabajar contenidos o competencias no tiene ningún sentido, ambos son igualmente importantes y se complementan.

Por este motivo, el “docente instructor”, aquel que enseña exclusivamente conceptos y datos de una materia o asignatura, es una reliquia del pasado. Pero, el “docente emocional”, el que solo trabaja lo emocional, el ser, es una falacia bienintencionada del presente. Todo docente debe ser a la vez “instructor” y “emocional” porque, como dice el maestro Francisco Mora, solo se aprende lo que se ama.

La verdadera innovación de la Educación del siglo XXI es entender que debe hacer personas más competentes que competitivas, más colaboradoras que individualistas, más críticas que sumisas, más autónomas que dependientes, capaces de aprender por sí mismas a lo largo de toda la vida y eso solo se consigue si conectamos mentes y conectamos corazones.

Nuestra sociedad es enormemente competitiva y en un momento de descuido, en una mala decisión, puedes quedar fuera de juego. Bauman lo compara con una especie de cruel juego de las sillas, en el que si no estás atento y aprovechas tus oportunidades puedes quedar fuera del sistema. Y esa exclusión nunca debe iniciarse en la escuela.

La escuela debería perseguir que cada persona pueda desplegar al máximo su potencial, sea este cual sea, para que se desarrolle como individuo y participe activa y responsablemente de la sociedad en la que vive. En cambio, el sistema educativo actual promueve la competición entre individuos, el enfrentamiento entre rivales (como si de una competición deportiva se tratase). Tienes que ser mejor que los demás para tener mejores oportunidades.

Pero, en realidad, es cuando trabajamos con otros, cuando colaboramos, cuando nos convertimos en verdaderamente competitivos, porque la suma de individualidades tiene un efecto amplificador en los resultados que se obtienen. Y este es un valor, una habilidad, cada vez más importante en el mundo actual.

Como ya se ha comentado, más que educar para ser competitivos, debemos educar para ser competentes… y eso implica no dejar a nadie abandonado a su suerte por el camino de la Educación.

Salvador Rodríguez Ojaos es pedagogo, formador y autor de El blog de Salvaroj 

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