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Portugal: dilema pedagógico tras el éxito

España mira a su izquierda y siente envidia. Gira y se da de bruces con un país más pobre que, partiendo de una situación nefasta hace apenas 15 años, ya le supera en los principales indicadores de rendimiento. Le entra melancolía por lo que pudo haber sido y no fue.
Rodrigo SantodomingoMiércoles, 28 de noviembre de 2018
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El primer ministro de Portugal, António Costa, durante una reciente visita a una escuela portuguesa.

El PISA de 2015 fue la confirmación de una imparable tendencia al alza en la Educación portuguesa. Desde 2000, mejoras de en torno a 30 puntos en Ciencias y Matemáticas; de casi 40 en Lengua. El TIMSS de ese mismo año reflejó una realidad cercana al milagro: subida en Matemáticas desde 1995 que no llega a 100 puntos por un suspiro (del puesto 43 de 46 a rozar el top 10 entre los países desarrollados). Datos por los que Andreas Schleicher, director de Educación en la OCDE, reserva sus mejores halagos para nuestro vecino: “la mayor historia de éxito de Europa”, ha asegurado en varias ocasiones.

Al plantearse cómo cocinar la receta lusa, muchos ponen el foco en las pruebas de nivel de Lengua y Matemáticas que, desde 2005, realizan todos los alumnos de 9º grado (3º de ESO). Exámenes que cuentan para la nota final y que pueden decantar la moneda sobre la promoción al siguiente curso. La causa-efecto se revela aquí indudable: el mayor incremento en PISA, de alrededor de 20 puntos en los tres campos analizados, ocurrió entre las ediciones de 2006 y 2009. Si un año se antojaba  margen escaso, transcurridos cuatro la (entonces) polémica medida dio jugosos frutos.

Los estudiantes portugueses son muy buenos en la reproducción de contenidos, pero no tanto cuando se trata de extrapolar lo que saben y aplicar sus conocimientos a nuevos contextos

Clima de exigencia

Esta fórmula fue extendida en 2012 a 4º y 6º de Primaria por el anterior gobierno de centro-derecha (2011-15). Contrastados sus beneficios en Secundaria, el entonces ministro de Educación, Nuno Crato, apostó sin titubeos por un modelo global de palo y zanahoria durante la enseñanza obligatoria. Engranaje a la antigua usanza que los socialistas han ido desmantelando desde su llegada al poder en 2015. Hoy pervive la prueba de 9º grado, pero las de 4º y 6º han sido sustituidas por evaluaciones de diagnóstico sin consecuencias académicas para el pupilo.

“Es un error, nadie se las toma verdaderamente en serio; sólo conducen a una actitud más displicente por parte de alumnos, profesores y responsables de Educación”, apunta João Marôco, investigador y responsable del Instituto de Evalución Educativa (IAVE por sus siglas en portugués) entre 2014 y 2017. Marôco sostiene que la generalización de los exámenes finales había creado un “clima de exigencia” en el que “los profesores enseñaban con mayor cuidado y calidad, procurando cumplir la totalidad de los programas”. Sin olvidar una fuerte competencia entre alumnos y escuelas, ranking de centros publicado anualmente incluido. 

Portugal representa la mayor historia de éxito de Europa, según el director de PISA Andreas Schleicher

Daniela Gonçalves, coordinadora de Formación en la Escola Superior de Educaçao “Paula Frassinetti”, admite que esta política centrada en la rendición de cuentas ha aportado “rigor y una mayor reflexión sobre el proceso de enseñanza”. Pero advierte sobre sus efectos nocivos: “existe el riesgo de entrenar mecánicamente a los alumnos y de crear una atmósfera en el aula en la que ni siquiera cuenta la lógica tradicional o el aprender a pensar, no digamos ya la innovación”. El propio Schleicher admitía en una entrevista al diario Público publicada el pasado 2017 que “los estudiantes portugueses son muy buenos en la reproducción de contenidos, pero no tanto cuando se trata de extrapolar lo que saben y aplicar sus conocimientos a nuevos contextos”.            

Quizá los exámenes no hayan sido más que la punta del iceberg en una transformación estructural de mayor calado. Un giro de timón tendente a sustentar el edificio del aprendizaje sobre sólidos cimientos lingüístico-matemáticos.

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Esta política centrada en la rendición de cuentas ha aportado rigor y una mayor reflexión sobre el proceso de enseñanza

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A principios de siglo, antes de instaurar la reválida de 9º, el sistema portugués fijó el rumbo hacia la excelencia en Lengua y Matemáticas. Poco a poco fue aumentando el tiempo lectivo dedicado a ambas materias (hasta llegar, según el último TIMSS, a 275 horas para Matemáticas en 4º, récord del informe). Obvio que esto se hizo en detrimento del resto de asignaturas, en especial las humanidades.

También se marcaron objetivos curriculares para las dos troncales que los docentes habrían de cumplir sin excepción. De forma paralela, el sistema portugués empezó a tejer una sofisticada red de apoyos y refuerzos destinada al estudiante con dificultad para seguir el alto ritmo impuesto en clase.

Ruta holística
Desde la llegada de los socialistas al poder, el orden de prioridades ha ido virando hacia un mayor equilibrio en la carga lectiva. “Se busca trazar una ruta escolar holística y coherente que prime la exigencia, pero también la reflexión, la curiosidad o la noción de ciudadanía democrática. En ella concurren todas las asignaturas hacia el desarrollo humano, social, cultural, cognitivo y cívico del alumno”, señala Gonçalves. Menos entusiasta, Marôco teme que “quitar tiempo a las disciplinas con mayor fracaso” impida una óptima “alfabetización lingüística y lógico-deductiva”, y que sin ésta el aprendizaje del alumno en otros campos y “a lo largo de toda la vida” se vea seriamente comprometido.

Refulge otra medalla en el palmarés educativo luso. No tan elogiado como el despegue en las evaluaciones internacionales, con un tirón mediático más modesto, se trata de un logro acaso con mayor trascendencia para la juventud del país. Desde inicios de este siglo, el abandono escolar ha pasado de más del 40% a menos del 15%. Cientos de miles de chavales que antes hubieran tirado el lápiz con una formación exigua y que, sin embargo, han seguido estudiando para obtener una titulación tras finalizar la enseñanza básica.

El aumento de la escolarización mínima hasta los 18 años, aprobado en 2009, ha dotado al sistema de un mayor margen de maniobra a la hora de retener al alumno en riesgo de abandono. La medida fue acompañada, pocos años después, de un impulso definitivo al Programa TEIP (Territorios Educativos de Intervención Prioritaria), que existía desde 1996 y del que actualmente se benefician 137 agrupamientos de escuelas en zonas con desventaja socioeconómica. Un centro TEIP goza de mejor financiación y de más autonomía para generar proyectos educativos adaptados a su entorno. Ejemplo exitoso de discriminación positiva que, en opinión de Gonçalves, “ha contribuido decisivamente” a que el aula fije la vista –por mucho camino que aún quede por recorrer– en una igualdad de oportunidades real.

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Se busca trazar una ruta escolar holística y coherente que prime la exigencia, pero también la reflexión, la curiosidad o la noción de ciudadanía democrática

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En consonancia con la estrategia TEIP, Portugal ha apostado por la Formación Profesional como vía preferente para enderezar rumbos erráticos. Hace más de 10 años que los institutos normales pueden añadir a su oferta titulaciones de FP, un campo que antes cubrían en exclusividad las escuelas profesionales. Incremento exponencial de plazas disponibles que, acompañado de una mayor flexibilidad en el acceso y de sucesivas campañas de prestigio, ha disparado la cifra de estudiantes que optan por esta modalidad durante los últimos cursos de la Secundaria: de poco más del 30.000 a principios de la pasada década a los cerca de 110.000 actuales, un 43% del total de matriculados. “Se trata de alumnos con poco interés en la enseñanza tradicional que capacita para la Educación superior, y que encuentran en estas vías alternativas un enfoque más práctico y dirigido a sus intereses”, resume Marôco.

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Se trata de alumnos con poco interés en la enseñanza tradicional que capacita para la Educación Superior y que encuentran en estas vías alternativas un enfoque más práctico y dirigido a sus intereses

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Formación docente

No faltan voces que también vinculan el despertar educativo luso a los avances en la preparación del profesorado. “Están haciendo una fuerte apuesta por el proceso, por mejorar las experiencias de aprendizaje formando a los docentes en metodologías innovadoras, y favoreciendo así que dispongan de más herramientas para enfrentarse a la diversidad de formas de aprender”, destaca Susana Aguado, profesora de Ciencias de la Educación en la Universidad de Oviedo. Marôco añade que su país ha sabido aprovechar la inercia de Bolonia para reforzar la “capacitación pedagógica” del profesor, quien antes, recuerda, “podía enseñar sin ni siquiera haber acabado la carrera”. Sin embargo, Gonçalves niega –por mera imposibilidad cronológica– que esta mayor exigencia haya tenido un impacto significativo sobre el éxito del sistema: “la mayoría de profesionales del aula fueron formados hace mucho tiempo; pocos profesores jóvenes están consiguiendo plaza”.     

Un borrón insiste en empañar el saludable panorama de la Educación portuguesa. La muestra del PISA 2015 arrojó un dato preocupante: más del 30% de alumnos de 15 años estaban por debajo del curso que les correspondía por edad. Algunos optan por ver la botella medio llena. Plenos de esperanza, atisban un Portugal codeándose (toda vez que logre atajar su alta tasa de repetidores) con los fieros tigres orientales que rigen con zarpa de hierro la Educación mundial.

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