Coherencia, respeto y cariño: catapultas de la Educación
Cuando hablamos de adolescentes o jóvenes en desamparo o conflicto social no estamos etiquetando y marcando diferencias. Estamos reconociendo unos estados emocionales que pueden producirse durante la pubertad (10 a 14 años), la adolescencia (15 a 19 años) o la juventud (20 a 24 años) y que debemos considerar si defendemos y perseguimos una Educación igualitaria y de calidad.
Esta etapa puede representar en torno al 11,62% de nuestra vida independientemente de nuestra clase socioeconómica o régimen político, a diferencia de lo que se tiende a pensar asociando marginalidad o pobreza a inadaptación o conflicto social.
En consecuencia tendremos que ocuparnos de ofrecer respuestas en tanto que tales circunstancias nos preocupen como padres, madres, tutores/as, maestras/os o vecinos/as.
Ninguna familia opta voluntariamente por generar ambientes hostiles, irresponsables o tóxicos en su seno
La respuesta familiar
Ninguna familia opta voluntariamente por generar ambientes hostiles, irresponsables o tóxicos en su seno. La dificultad estriba en que cada familia se encuentra influenciada por las circunstancias sociales, emocionales, jurídicas, etc. que las rodean. Cada familia transmite una información (normas, pautas de comportamiento, habilidades, temores…) producto de su capacidad de adaptación al medio.
Hay familias que no sienten la necesidad de cooperar para sacar adelante a sus hijos e hijas o no tienen una idea clara de lo que se espera de ellos/as cuando esos hijos e hijas requieren de una supervisión, un límite o un acompañamiento emocional.
Y por si no fuese suficiente, nuestras dinámicas de vida actuales (las demandas sociales y exigencias laborales) nos sumergen en unos ritmos tan frenéticos que convierten la conciliación en una misión imposible. Por eso la coordinación entre familias y centros escolares resulta fundamental.
A medida que los tiempos cambian, los roles, las exigencias y expectativas educativas también lo hacen
La respuesta escolar
A medida que los tiempos cambian, los roles, las exigencias y expectativas educativas también lo hacen. De ahí la necesidad de ofrecer a las familias momentos de encuentro que nos permitan guiarles en su labor educativa. Buscaremos por tanto establecer una relación cordial con ellas y mantener contactos periódicos para informarles de las dificultades, pero sobre todo de los avances, que sus hijos e hijas consiguen de manera progresiva.
Por otra parte, nuestro alumnado necesita ser protagonista de sus procesos de enseñanza-aprendizaje, requiere de una atención personalizada, respetuosa con sus ritmos, reflexiva hacia sus errores y, sobre todo, enfocada en las emociones, además de precisar de una Educación en valores que les permitan reponerse o enfrentarse a los avatares que han sufrido o sufren diariamente en la vida.
Todo ello puede lograrse gracias a una herramienta, el contrato educativo, que nos va a permitir abordar la diversidad de niveles y ritmos de aprendizaje y, sobre todo, potenciar el desarrollo de aquellas habilidades sociales que favorezcan la convivencia grupal además de un desarrollo individual que les proporcione bienestar emocional y maduración personal.
El contrato educativo nos va a permitir abordar la diversidad de niveles y ritmos de aprendizaje
La respuesta social
Si la respuesta educativa aborda esta dimensión social, las y los profesionales de este ámbito debemos estar preparadas/os para actuar con rigor, criterio y responsabilidad.
“Ser educadoras/es-tutoras/es nos convierte en maestras/os competentes que se ocupan de las actividades relacionadas con las enseñanzas que imparta la institución a la que pertenecemos pero también nos convierte en guías, orientadoras/es, compañeras/os de viaje” (Palacios, 2018)
Esta pedagogía del acompañamiento exige una preparación específica y un análisis de competencias según los matices, las características de cada proceso educativo y su intencionalidad, que hacen referencia a cuatro dimensiones: la dimensión personal o saber ser, la dimensión académica o saber conocer, la dimensión social o saber relacionarse y la dimensión profesional o saber hacer.
Nuestro alumnado nos necesita en tanto que necesitan de modelos adultos que les acompañen en su proceso de crecimiento personal. Aunque quieran demostrar autosuficiencia y control, crecer en ambientes carentes de equilibrio emocional, afectividad, vitalidad, etc. provoca sensación de pérdida e incomprensión hacia el mundo adulto; o lo que es lo mismo, sensación de desamparo y conflicto personal y social.
Esta pedagogía del acompañamiento exige una preparación específica y un análisis de competencias
Necesitamos ser plenamente conscientes de que nos convertimos en modelos en el mismo momento que arrancan las intervenciones educativas. Esto nos obliga a cuidar mucho lo que hacemos y decimos. Si nuestros actos se corresponden con nuestros discursos estaremos generando respeto, autoridad, confianza y aceptación.
La coherencia nos concede los permisos necesarios para adentrarnos en el apasionante mundo adolescente. La suma de dicha coherencia, con el respeto y el cariño nos convertirá en compañeras/os de tan fascinante viaje.
Rebeca Palacios es autora de Intervención Socioeducativa con adolescentes en conflicto (Madrid, Narcea, 2018)