La teoría de la espiral del silencio
Han pasado 44 años desde que la politóloga alemana Elisabet Noelle-Neumann publicase en la revista Journal of Comunication su célebre teoría de la espiral del silencio que años más tarde desarrolló en el libro “La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social”. Resumidamente, la autora concibe la opinión pública como una forma de control social sobre los individuos hasta tal punto que adaptan su comportamiento y manifestaciones públicas a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no. Así, aquellos que defienden una posición aparentemente minoritaria caen en una espiral del silencio por temor a significarse públicamente. A la inversa, la corriente dominante, o sea, quienes promueven ideas populares en términos de reconocimiento social, cuenta fácilmente con adeptos. Esta teoría parte del principio psicológico de que casi todos tenemos miedo al aislamiento. “El resultado –dice Noelle-Neumann– es un proceso en espiral que incita a otros individuos a percibir los cambios de opinión y a seguirlos hasta que una opinión se establece como la actitud prevaleciente, mientras que la otra opinión la rechazarán todos, a excepción de los duros de espíritu, que todavía persisten en esa opinión. He propuesto el término espiral del silencio para describir este mecanismo psicológico”.
En mi opinión, la incapacidad hasta el ridículo que están demostrando las empresas demoscópicas para detectar fenómenos como Podemos y ahora Vox pueden encontrar su explicación en la espiral del silencio. No quiero entrar en el sesgo populista y mesiánico de estas formaciones políticas. Tampoco en el fondo de sus propuestas. Sin embargo, me parece que podemos extraer un par de lecciones educativas.
La primera es la importancia de educar en el respeto a las minorías por más que sus propuestas nos parezcan inaceptables. Recordemos que la espiral del silencio nos dice que esa minoría puede ser más aparente que real y que en todo caso puede transformarse en corriente dominante. La segunda es que es innegable que estas formaciones políticas representan valores –se compartan o no– radicalmente contrarios a los expresados casi unánimemente por la opinión pública. Representan convicciones fuertes que seducen porque contrastan con el pensamiento débil –relativismo, cultura líquida, posverdad…– de nuestra querida Europa. “No permitiremos que acaben con nuestro estilo de vida”, se escucha decir a los líderes europeos después de cada atentado yihadista. ¿Eso es todo lo que podemos contraponer? ¿Un estilo de vida? ¿Un modo de vestir o de divertirnos? Poca cosa.