La lucha por sacar lo mejor de sí mismo a través de la música
El francés Ludovic Bernard escribe y dirige La clase de piano, una de esas películas que indaga en el potencial oculto en tantas personas, en su capacidad excepcional de generar belleza. En este caso narra la historia de Mathieu Malinski, un joven de clase baja que entrará en el conservatorio de música de París de rebote, cuando se topa con el director de esa prestigiosa institución, que queda asombrado al verle interpretar una pieza de Bach en un piano de la estación.
Aunque en un primer momento Mathieu es reacio a dar clases en la escuela, una rocambolesca situación le empujará a aceptar.
Mathieu (meritorio Jules Benchetrit) es un virtuoso del piano, un joven que sin una Educación especial posee un talento casi innato para trasladar un volcán de emociones a las teclas. Prácticamente se transporta cuando fluye la música hacia sus dedos.
Criado en una familia sin padre, con escasos recursos económicos y con amistades poco deseables, Malinski no ha tenido oportunidades para hacer brillar su don y su humilde procedencia ha hecho mella en su carácter, se ha vuelto desconfiado, orgulloso y arisco, de modo que carece de confianza en sí mismo, esa misma confianza que rebosa en Pierre y en su estricta profesora, la Condesa. En el campo docente estará la paciencia, la autoridad, la mano izquierda para ir guiando al aprendiz hasta la explosión de su talento.
La clase de piano es una película optimista y la emoción que genera en algunas de sus escenas es genuina, especialmente cuando están de por medio Liszt o Rachmaninoff. Sigue un esquema clásico (chaval desfavorecido, profesor, conflicto, triunfo) y ofrece escenas formidables como la primera interpretación de Mathieu ante el profesor.
Además empuja a buscar lo mejor de sí mismo, a perseverar en el intento ante las dificultades y a aceptar la ayuda que se nos presta. Y los veteranos Lambert Wilson y Kristin Scott Thomas están muy bien.
Buena película, con un buen fondo, estupenda música,