Alumnos migrantes: entre la segregación y el apoyo emocional
Los alumnos migrantes se enfrentan a un desafío mayor que sus compañeros nativos en las dinámicas de integración escolar. © BOGGY
Hablamos de un “complejo proceso”, un reto mayúsculo con frentes de batalla ineludibles. En el núcleo, se trata de “ofrecer acceso a una Educación de calidad y de proporcionar el necesario apoyo lingüístico, de aprendizaje y socioemocional”. Los contornos se ensanchan para “ayudar a adaptarse” al recién llegado mientras nos aseguramos de que “progresa” académicamente. Una última capa aspira a crear un “ambiente acogedor” y a garantizar un “espacio en el que el estudiante se sienta seguro y valorado”.
Nada más y nada menos. Un reciente informe de la red continental Eurydice –que actúa bajo el paraguas de la Comisión Europea– pone el listón muy alto en el afán de, como reza su título, Integrar a Alumnos de Origen Migrante en las Escuelas de Europa. Y lo hace porque el suave aterrizaje de este perfil de alumnado requiere de un plan específico y altas dosis de energía. Si no se aborda con determinación, su vida escolar corre el riesgo de convertirse en una perversa mezcla entre carrera de fondo y obstáculos.
El punto de partida es un reconocimiento explícito, una fotografía ante la que no podemos apartar la mirada. Según el PISA de 2015, los alumnos migrantes obtienen en la práctica totalidad de países europeos peores resultados que sus compañeros nativos. También presentan porcentajes mucho más abultados de abandono temprano. Tener en cuenta el estatus socioeconómico matiza las cifras, pero en ningún caso invierte la tendencia.
Discrimación
En ocasiones, las dificultades surgen de inicio, en la misma génesis del itinerario escolar. Algunos países ni siquiera reconocen los mismos derechos de acceso a la Educación al migrante respecto al resto de chicos y chicas en edad obligatoria. Ocurre sobre todo en el este (Bulgaria, Rumanía, Hungría), aunque también en Dinamarca. Aquellos que buscan refugio y otros chavales en situación irregular son los más expuestos a discriminaciones ante su mera voluntad de acudir a clase.
Según el PISA de 2015, los alumnos migrantes obtienen en la práctica totalidad de países europeos peores resultados que sus compañeros nativos
Ya con el pupitre asegurado, llega el momento de decidir qué hacer con el alumno. La mitad de los 42 sistemas analizados recomiendan llevar a cabo una evaluación previa al estudiante para conocer su nivel lingüístico y/o su bagaje académico. Hecho el diagnóstico, surgen entonces algunas de las grandes dudas que sobrevuelan la dinámica de integración.
Si el alumno no domina el idioma, ¿se le deriva a un grupo aparte hasta que alcance un cierto nivel que le permita aprovechar una clase normal?; y en ese grupo, ¿se enseña de forma machacona, digamos, el español?, ¿o hay cabida para ciertas píldoras de otras materias? Por el contrario, ¿pasa directamente –como ocurre en Escocia o República Checa– al curso que le corresponda por edad con el fin de facilitar el contacto con compañeros nativos? Una tercera vía apuesta por que el estudiante acuda solo a algunas asignaturas normales (Educación Física o Artística, por ejemplo) mientras el resto del día lectivo se reserva para el puro aprendizaje idiomático.
Atención holística
Existen otras fórmulas y combinaciones posibles, constata el informe. Algunos países (Italia, Alemania) contratan a profesores que enseñan algunas horas en la lengua madre del migrante, normalmente fijando un mínimo de alumnos para formar grupos de este tipo. Otros exploran la inmersión lingüística en horario extraescolar. El Eurydice menciona, sin disimular una sutil predilección, otra estrategia últimamente en boga: formar a profesores de cualquier asignatura para que atiendan la dimensión lingüística en sus clases, y así favorecer una rápida adaptación entre sus alumnos migrantes. En Finlandia y Suecia, este “enfoque transversal” ha evolucionado hasta consolidarse plenamente como parte integral del curriculum.
Algunos países (Italia, Alemania) contratan a profesores que enseñan algunas horas en la lengua madre del migrante
El estudio otorga igual o mayor importancia a la atención holística (académica y socioemocional) del migrante que a la condición sine que non de garantizar unos mínimos comunicativos. En esta vertiente, primero se fija en cómo la escuela europea allana el terreno para transitar la senda de la diversidad. Y certifica que la gran mayoría de países han hecho un hueco a la “Educación intercultural”, ya sea dentro de una asignatura ad hoc (normalmente Ciudadanía) o como principio que inspira el devenir del aula.
Equipo multidisciplinar
Los autores citan varias investigaciones que demuestran la dificultad de lograr el pleno “desarrollo académico del estudiante (…) sin apoyar sus necesidades sociales y emocionales”. Aunque dicha certeza “es aplicable a todo el alumnado”, adquiere especial relevancia entre los migrantes, ya que estos “pueden enfrentarse a desafíos adicionales tales como obstáculos culturales, barreras para su plena participación u hostilidad en el seno de la sociedad que acoge”. Sin descartar, claro, posibles experiencias traumáticas que acarreen en la maleta.
Aunque son minoría, existen países con una perspectiva integradora que mira al migrante desde –según la expresión que utiliza el informe– un whole-child approach (algo así como “enfoque del niño en su totalidad”). Por ejemplo Portugal, que ha tejido una red de apoyo multidisciplinar con psicólogos, trabajadores sociales o mediadores interculturales. Austria o Finlandia también proporcionan “ayuda psicosocial” concebida teniendo presente la idiosincrasia del recién llegado. El Eurydice concluye, no obstante, que aún existe un espacio inmenso para “explorar la necesidad de asesoramiento y apoyos que aborden los problemas específicos” del migrante.