Crónica de una muerte anunciada
Muchos la sentimos llegar a lo lejos y ahora esperamos con la arena al cuello, viendo cómo sube la marea. Algunos ya se han rendido. Otros nos resistimos levantando diques. Quizás funcione.
El hecho es que hoy vivimos afectados por una epidemia de individualismo, de verdad subjetiva y de pataleta constante. Sin base, sin criterio y sin fundamento. Como por impulso.
«Nunca hubo una muerte más anunciada», decía García Márquez sobre su novela. En este caso también aplica. El amor por el conocimiento se muere y muchos tenemos la sensación de que a nadie le importa.
Quienes trabajan con jóvenes lo ven a menudo. Al principio decían: –Es una fase, algo propio de la edad.
Nada más lejos. Quizás en origen, pero hoy hablamos en términos de pandemia. Este trastorno se contagia a través de las emociones, por el aire como la peste. Y ataca igual a adultos que a menores, a hombres que a mujeres.
Hace un par de meses coincidí en el aeropuerto con dos profesores que asistían a un congreso educativo. No es que uno sea aficionado a escuchar conversaciones ajenas, pero dado que eran compañeros de profesión y charlaban sobre temas de interés resultaba difícil no prestar atención. El caso es que ambos intercambiaban experiencias e impresiones sobre el día a día, sobre el alumnado y sobre los problemas de la Administración pública. De todo ello lo que más me sorprendió fue su desprecio al mencionar «el cuento ese de la Inteligencia Emocional». No era la primera vez que lo escuchaba y tampoco será la última. Por desgracia he sentido agravios similares en otras ocasiones y ya he perdido la cuenta de las veces que los he leído en Internet.
La Inteligencia Emocional consiste en comprender y manejar nuestras propias emociones y las de los demás con versatilidad. Es muy sencillo. La mala gestión emocional es nuestra mayor fuente de problemas
La Inteligencia Emocional consiste en comprender y manejar nuestras propias emociones y las de los demás con versatilidad. Es muy sencillo. De hecho, la mala gestión emocional es nuestra mayor fuente de problemas. Tómese un minuto para pensar en ello ¿será que debemos prestarle más atención a las emociones?
La comunidad científica ya lo ha hecho. Desde mediados de la década de los 90 se han desarrollado diversos modelos con el objetivo de mejorar la gestión de las emociones desde una perspectiva educativa. Y lo hemos logrado. Se ha demostrado empíricamente que los estudiantes que entrenan sus habilidades emocionales experimentan efectos positivos en su salud mental y mejoran su nivel de desempeño académico. Es en el entorno social donde encontramos mayores dificultades, y es justo ahí donde todos los integrantes de la comunidad educativa tenemos que afrontar el reto.
Si los más críticos descubren realmente en qué consiste la Inteligencia Emocional tendrán una opinión muy diferente de su utilidad y aplicarán medidas para desarrollarla. El problema es que en el contexto social y cultural que nos ha tocado vivir se dan por sentadas demasiadas cosas.
Hoy en día da la sensación de que el discurso se construye a medida que se habla. En esta tesitura resulta cada vez más difícil cuestionar los argumentos propios, admitir que nos hemos equivocado, o que es mejor investigar antes de hablar. A veces hay que decir “no sé”.
El progreso se construye sobre la necesidad del mismo modo que nuestro sistema de razonamiento se construyó a partir de nuestro sistema emocional. Somos una máquina de sentir que piensa. Sin embargo llevamos demasiado tiempo enquistados en la idea de que el razonamiento aséptico es la quintaesencia de nuestra grandeza.
Si creemos que solamente razonamos con propiedad cuando dejamos de lado nuestras emociones incurrimos en un error, porque la realidad es que nuestros pensamientos más acertados surgen de lo que nuestro sistema emocional nos transmite. Las emociones son la clave del razonamiento.
Debemos prestarles la atención que merecen.
El autor es experto en Inteligencia Emocional y director del Colegio Bilingüe «Academia Europea» de El Salvador