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Menos ruido, por favor

En un aula se puede llegar a 65 dB, en el patio o el comedor, a 90. La OMS sitúa el nivel idóneo en un centro escolar en 40. Cada vez son más los que ven este umbral como reto. Los beneficios son inmediatos.
Saray MarquésMartes, 4 de junio de 2019
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La sensibilización sobre este problema se expande día a día. TENO

Hace 10 años, Cesca Rodríguez-Arias, hoy tutora de 3º de Primaria en la Escola «Rosella» de Viladecavalls (Barcelona), escuchaba la radio antes de ir al colegio una mañana del 24 de abril, Día Internacional de Concienciación sobre el ruido. El locutor alertaba: «España es el segundo país más ruidoso del mundo, tras Japón». Y a la maestra le pareció un tema interesante para abrir un debate en su aula.

Lejos de quedarse en una inquietud puntual, el confort acústico forma parte desde entonces del proyecto vertebrador de la escuela. Los alumnos se turnan como ecodelegados y como auxiliares de silencio. Unas orejas sonómetro elaboradas para la escuela por un familiar (Daniel Troya), se encienden cuando se sobrepasan los 55/60 decibelios (dB). Un cuadro acústico indica el nivel de ruido de distintas actividades (trabajar en silencio, susurrar, conversar…). Y en un árbol se van colocando distintivos según se van cumpliendo los retos (eliminación del aluminio en el desayuno, confort acústico, etc)

En un árbol se van colocando distintivos según se van cumpliendo los retos (eliminación del aluminio en el desayuno, confort acústico, etc)

La sensibilización no solo se queda en la escuela, pues en este tiempo los niños han elaborado mapas del ruido en sus casas y en el pueblo.
La escuela también ha tenido que luchar contra los elementos. Por un lado, técnicos, debido a la estructura del edificio con más de dos décadas que fomentaba la reverberación, sobre todo en espacios grandes como el comedor y el gimnasio –el primero se insonorizó hace cinco cursos a cargo del Ayuntamiento y la empresa de comedor; el segundo, el verano pasado, por el Ayuntamiento–. Por otro, estructurales: «La ratio de alumnos por aula, 27 o 28, no es la más adecuada para el confort acústico ni el aprendizaje», señala Rodríguez-Arias. Con todo, siguen intentando mejorar –en los desplazamientos entre aulas; en las excursiones, con iniciativas como el cuentacuentos en los autocares; en las entradas, con consignas por megafonía elaboradas por los alumnos desde la radio escuela, y las salidas, procurando que sean calmadas–.

Cesca Rodríguez-Arias: "

La ratio de alumnos por aula, 27 o 28, no es la más adecuada para el confort acústico ni el aprendizaje

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La Escola «Rosella» era reconocida en 2017 con el Premi Escoles Verdes entre otros por su batalla contra el ruido. Poco a poco, sin embargo, esta lucha está traspasando las paredes de aulas de docentes como Cesca Rodríguez-Arias, con un interés de siempre por el movimiento slow y la Educación serena, y los muros de centros como la Escola «Rosella» que, de repente, convierten en colectiva la sensibilización de una de sus maestras.

Así lo pretenden también desde la Administración. Carles López es el responsable de Evaluación y Gestión de la Contaminación Acústica de la Generalitat, que ha recopilado distintos recursos para trabajar en torno a ella desde la escuela y que desde hace dos cursos ofrece talleres de 1º de Primaria a 2º de ESO. «Es complicado introducir una nueva actividad, pues los centros siempre están ocupados. Al principio costó, ahora tenemos lista de espera», señala. «El centro educativo es un importante receptor de ruidos –los hay donde los niveles de ruido del tráfico alcanza los 60 dB, lo que puede afectar a la inteligibilidad– y también emisor, pues en el recreo, las salidas o extraescolares se puede llegar a los 80 dB, con las consiguientes quejas de los vecinos con fachadas colindantes», comienza, «y se nota que los chavales que han pasado por los talleres tienen en cuenta este aspecto, no gritan tanto, ponen más cuidado».

Construcción

Román Almonacid es arquitecto de la Consejería de Educación de Castilla y León. Hoy jubilado, ha trabajado más de 40 años en la construcción y remodelación de centros educativos. Asegura que el problema del ruido –aéreo o de la calle, de impacto o de una planta a otra– siempre ha estado presente, «entre otras cosas porque una de las enfermedades profesionales más comunes en los docentes es la de las cuerdas vocales».

Recuerda cómo los recursos escasos obligaban en sus inicios a priorizar: «Hasta 1973 no se empieza a aislar térmicamente las edificaciones y muchos colegios, aun en zonas muy frías, se construyeron sin calefacción». Sin embargo, prosigue, de siempre se crearon barreras con árboles frente al ruido de calles con mucho tránsito, y, poco a poco, colegios e institutos fueron adecuando su acústica. «Hemos invertido mucho en mejoras graduales. Por ejemplo, primero, el aula de música; después, el gimnasio; la sala de usos múltiples; la planta de arriba, donde el aislamiento acústico ejercía a la vez de aislamiento térmico… Si cambiábamos luminarias de los 60 instalábamos de paso un falso techo acústico», rememora.

Aunque la norma básica del ruido data de 1981 (modificada en 1988), Almonacid habla del hito que supuso en 2006 el Código Técnico de la Edificación DB-HR de protección contra el ruido, «muy exigente y caro, las nuevas construcciones la cumplen hasta donde se puede».

El Código Técnico de la Edificación DB-HR de protección contra el ruido supuso un hito en 2006.

En edificaciones anteriores, los técnicos saben los factores que penalizan –suelos de terrazo, paredes alicatadas hasta cierta altura o pintadas, techos muy altos, vidrios… pues al ser superficies lisas reflejan la palabra– y, también, las soluciones: suelos de linóleo o orcho, paredes de Eraclit o arpillera, falsos techos de fibra de vidrio, cortinas… Toda ayuda es poca para absorber el ruido, y los mismos abrigos de los niños colgados en las perchas juegan un impacto positivo.

«El listón de la ley está muy alto, pero es mucho lo que se puede lograr con poco dinero. Se amortiza rapidísimo», asevera Almonacid. De nuevo recuerda cómo con los exiguos recursos de sus inicios y los recortes que vendrían después había que optimizar: «Si teníamos un caso extremo de ruido había que ser práctico y en lugar de medir las transmitancias exactas, muy costoso, invertíamos ese dinero en soluciones de eficacia probada».

¿Tienen orejas los arquitectos?

Como subraya el experto en Comunicación Julian Treasure en una charla TED, citando un estudio relizado en Essex (Reino Unido), con 2.500 libras puede reducirse el tiempo de resonancia en un aula a 0,4 segundos, lo que no solo la convierte en un ambiente idóneo para niños con problemas auditivos sino que logra que el comportamiento y el rendimiento general mejoren. Treasure, que se pregunta en su conferencia «¿Tienen oídos los arquitectos?», señala otro estudio en 600 aulas de Florida según el cual a partir de la cuarta fila los alumnos reciben un 50% del discurso del profesor, esto es, por la mala acústica se pierden una palabra de cada dos.

Efectos adversos en alumnos y docentes

  • El estudio La seguridad integral en los centros de enseñanza obligatoria de España (Fundación Mapfre y Universidad Autónoma de Barcelona) mostraba en 2012 cómo el 60% de los 300 centros analizados suspendían en ruido. Joaquín Gairín, decano de la Facultad de Ciencias de la Educación, es su autor: «En los años 30 y 40 del siglo pasado surge una corriente higiénico-biológica que se preocupa de la iluminación, climatización, acústica… pero décadas después se obvió. En educación todo influye y no siempre se tiene en cuenta que sin una buena acústica los estudiantes desconectan, que la mala iluminación aumenta la fatiga, que ciertos colores pueden generar tensión, que aulas mal ventiladas dificultan la concentración…». Incluso en los procesos de innovación en que muchos centros se embarcan, hacia espacios más diáfanos, echa en falta un análisis de las repercusiones en el intercambio acústico.
  • Los primeros afectados de una mala acústica son los alumnos. Los más vulnerables, aquellos con problemas de audición, con una lengua de origen distinta y los introvertidos, según Julian Treasure.
  • Los profesores también sufren los efectos. La primera enfermedad profesional reconocida fueron los nódulos en las cuerdas vocales por esfuerzos sostenidos de la voz. Los problemas del aparato respiratorio y fonador suponen el 30% de las patologías que sufre el profesorado durante su vida profesional. Además, estar expuesto a 65 dB durante toda la jornada aumenta el riesgo de infarto de miocardio.

 

Sonómetros en el entorno escolar para lograr una mayor concienciación

Francisco Javier Gómez, responsable de Salud Laboral de STEs, apuesta por la instalación de sonómetros en los centros, reduciendo paulatinamente el umbral de dB hasta lograr 33/35 en sesiones de clase y 50/55 en los pasillos. “Sobre todo a partir de 50 dB, un incremento de un par de dB es como multiplicar el ruido por 20”, asevera. En el País Vasco la Agenda 21 escolar incluye esta medida que, a su juicio, es clave para la concienciación: “Más de 55 dB en clase pueden provocar disfunciones en el oído y, respecto a los docentes, además de los problemas foniátricos, tener que forzar la voz porque no te hacen caso cansa y carga mentalmente”.

Un estudio de Ecologistas en Acción, sin embargo, detectó cómo el 40% de los colegios en Madrid soportaban niveles superiores a 60 dB.
Peor aún era la situación en la Escola «Colònia Güell» de Santa Coloma de Cervelló (Barcelona) hasta hace tres cursos. En el comedor, con turnos de 100 comensales, se alcanzaban los 90 dB, «un nivel casi de fábrica, de forma que los niños más sensibles no querían quedarse a comer por el ruido y que, de cumplirse la normativa de seguridad y salud en el trabajo, los monitores tendrían que trabajar con protección acústica», explica Alejandra Prieto, del AMPA (que gestiona el comedor). A ello se unía un tiempo de reverberación de más de tres segundos.

Alejandra Prieto: "

Se alcanzaban los 90 dB, un nivel casi de fábrica

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Sustituyendo las placas del techo por un proyectado de celulosa (con financiación a cargo del AMPA y del Ayuntamiento, con una subvención para mejoras de la acústica) han logrado reducirlo a 0,6. Además, la empresa Teno está trabajando en la formación de monitores para concienciarles de este problema y se han instalado sonómetros que se ponen en rojo ante el exceso de ruido. «El colegio no es viejo, pero es de 2006, previo al código técnico de edificación», explica Prieto, arquitecta, que participó como técnica en el comité de remodelación del comedor. «Y todavía quedan frentes abiertos. En en gimnasio, con techos altísimos, nadie oye nada», reconoce.

Cambios en el aula, pero también en el patio y el comedor

«Un niño no tiene por qué ser una cosa chillona, no lo lleva en los genes, aprende del contexto», plantea Heike Freire, experta en Pedagogía verde. Lo que llama el «efecto cava», el estrépito con que salen del colegio tras horas en un espacio cerrado –el ruido va a más con las horas–, no tiene por qué darse. Muchos factores pueden evitarlo. Por ejemplo, cómo arranca el día –que sus padres no le hayan metido en el coche gritando y de mal humor–. O cómo es el patio y si puede trabajar parte de las asignaturas en él.

 

Heike Freire: "

Un niño no tiene por qué ser una cosa chillona, y el efecto cava no tiene por qué darse

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Lo sabe la arquitecta paisajista Inara Hassanova, que convierte patios 100% cementados en patios naturalizados: «En superficies duras el ruido rebota, si salen todos los alummos a la vez al recreo no se oye nada». Con árboles, parterres, plantas de suelo y trepadoras o jardineras si el patio está en la parte superior, este se absorbe.

Lo saben en la Escola «Josep Maria Jujol», en una antigua fábrica barcelonesa con un patio interior, donde se mejoró la acústica a base de plantas y guirnaldas de banderolas de fieltro.

Y en la empresa de comedores Teno, que lanzó en 2018 la campaña Sense soroll, somrius (Sin ruido, sonríes). El impacto de insonorizar suelos, paredes y techos, colocar tapas de goma en las patas de las sillas, usar hules o prescindir de bandejas de metal no es menor, como no lo es el de la formación y sensibilización. «Creemos que el comedor también educa a escala social y medioambiental –lucha contra el despilfarro alimentario, reciclaje de aceites, etcétera–», explica Eduard Terrades, director de Teno, «y vemos cómo en muchos centros la iniciativa se extiende a otros ámbitos. Pasará como con el reciclaje, del que hace unos años nadie hablaba», pronostica.

«Al cambiar pequeños gestos que tenemos incorporados vemos que estar con niños y niñas puede ser enriquecedor en vez de dejarte agotada al cabo del día», zanja Freire.

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