Tu conocimiento vale más que mi ignorancia

He de reconocer que empiezo a ser de otra época. Parafraseando al poeta José Emilio Pacheco, me estoy convirtiendo en todo aquello contra lo que luché a los 20 años. Percibo no obstante cierto grado de estupefacción al pensar que me puedo estar equivocando. Uno sospecha que el correr del tiempo no siempre es directamente proporcional a la sabiduría.

Fui –declaro– un entusiasta de la Logse. Anduve encandilado con todo aquello que en su último libro Sánchez Tortosa denomina peyorativamente el culto pedagógico: la Educación integral, el aprender a aprender, el respeto de los intereses del alumno, de su libertad y espontaneidad etc… Es decir, todo el proceso de subordinación de los contenidos académicos a los procedimientos formales y a la subjetividad emocional. El resultado último –según el autor– es el nihilismo de la escuela basura, una escuela cuya función principal sería la de guardar y entretener a los infantes en edad prelaboral.

Todo ello, claro, a base de metodologías lúdicas que mantienen al alumnado en un  constante estado de infantilización y puro espectáculo. Lo intelectual es aquí aburrido y segregador. Se promueve la falsa idea de que la democracia consiste en que “mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”. Se privilegia lo afectivo y de ahí que Tortosa hable con acierto de populismo educativo. Ante todo, la felicidad de los niños. El objetivo no es otro que crear sujetos débiles y manejables, sin capacidad de elección razonada (crítica) y, por tanto, mucho menos libres.

Como todas las historias, sabemos que la historia de la Educación es el relato continuo de una crisis permanente. Y los cambios de paradigma comienzan con cambios en las formas de narrar, en la predilección de unas palabras por otras, en el uso del lenguaje. Orwell lo explicó de maravilla. Propongo al próximo Gobierno que al Ministerio de Educación se le llame a partir de ahora Ministerio de Instrucción Pública.