Amor y pedagogía
La dicotomía entre herencia y medio es un debate antiguo aún no resuelto. Quizás el error se encuentre en su planteamiento maniqueo. Es difícil, no obstante, determinar el alcance de cada uno de los términos por separado, su influencia mutua y las consecuencias finales en la vida de las personas. Parece cierto que en función del dominio de un extremo u otro, desde un punto de vista social e histórico, asistimos a épocas en las que los instintos adquieren protagonismo en detrimento de posturas más moderadas o racionales (y viceversa).
La semana pasada celebramos en el colegio una carrera solidaria a favor de la investigación contra la leucemia infantil. Aunque se hizo hincapié en que no se trataba de una competición, de poco sirvió. Los chavales, naturalmente, corrieron como fieras y una vez más el profesorado asistió un tanto cariacontecido al espectáculo olvidando que el hombre no es bueno por naturaleza (Rousseau) sino más bien un lobo para sus semejantes (Hobbes). ¡Bendito olvido, por otra parte! Porque de la Educación depende en gran medida de convertir los aullidos en diálogo respetuoso y armazón de la democracia.
La Educación depende en gran medida de convertir los aullidos en diálogo respetuoso y armazón de la democracia
En Amor y pedagogía (1902, Barcelona) Unamuno plantea de manera caricaturesca la trágica ridiculez de llevar al extremo la fe ciega en la pedagogía y en sus fatuas y equivocadas pretensiones. Carrascal quiere hacer de su hijo Apolodoro nada más y nada menos que un genio. En el orden social estaríamos hablando del hombre nuevo, una construcción utópica de comprobadas consecuencias fatales. No, debajo de los adoquines no se encontraba el mar. Y Apolodoro, bajo las ruedas, alcanza el mismo final que el monstruo Frankenstein, el triunfo de la ciencia sin raíces.
El niño-genio lleva brújula cuando pasea, algún día el sextante para tomar la altura del sol, y termómetro y barómetro etc… Su preceptor le hace comer “a reló a tal hora y tantos minutos, pesando la comida que se le da (…) Y fósforo, mucho fósforo… En un momento dado: “Papá, tengo frío”. Y el padre: “El frío no existe, hijo mío”. Y así todo hasta la caída final, el enamoramiento. “¡Quién te manda enamorarte! (…) No haremos con la pedagogía genios mientras no se elimine el amor…”.
Presenta Unamuno la Pedagogía como la enfermedad del siglo XX. “Todo han querido convertirlo en sustancia sin dejar nada al accidente. Hasta cuando me dejaban por mi propia cuenta –afirma el pobre Apolodoro– era por sistema (…)”. “Y así quemamos nuestra dicha para legar nuestro nombre,un vano sonido, a la posteridad”.