Alguien vulnerable y abierta
“Que lo principios de Aristóteles no sean para él principios”, aconseja Montaigne en La formación de los hijos. Y añade: “Regurgitar la comida tal y como se ha tragado es prueba de mala digestión”.
Dicho así –y por seguir con el símil–, los alumnos necesitarían seguir una dieta equilibrada, un cuerpo de conocimientos bien seleccionado y vertebrado en una adecuada estructura curricular. Para ello hay que memorizar ineludiblemente. El significado se nos escapa al principio en gran medida y lo extraño prevalece, pero el sentido nos alcanza una vez confrontados y asimilados los conocimientos habiéndolos hecho ya nuestros. Las lecturas y las experiencias se encuentran en fermentación y engendran continuamente nueva riqueza: es como el hombre que abre una cuenta con interés o como “las abejas, que liban aquí y allá las flores pero después elaboran la miel, que es suya por completo, no es ya tomillo ni mejorana” (Montaigne).
En el fondo la clave latente es la noción de libertad. Porque lo que en principio parece muy obvio, por la misma razón se nos escapa, a saber: lo dicho de una cosa no es la cosa misma. Las palabras no pertenecen a la sustancia aunque la nombren. Por la misma razón el conocimiento no es algo dado, inmutable e inamovible. Dice la bailarina Meg Stuart que lo que muestra al público no son sus destrezas y habilidades, no lo que es capaz de hacer y para lo que se ha preparado: “Me gusta ser vista como alguien vulnerable y abierta”.
Los alumnos necesitarían seguir una dieta equilibrada, un cuerpo de conocimientos bien seleccionado y vertebrado en una adecuada estructura curricular
El objetivo es sortear la solemnidad y la cursilería. Es en el mercado y no en la academia donde el sabio se distingue del farsante. Lo que se aprende en la escuela ha de servir para entender mejor la realidad, que es ancha y ajena. Las cosas no surgen de manera espontánea y azarosa, sin relación con fenómenos y circunstancias concomitantes. Son estas causas y circunstancias precisamente las que los alumnos deben conocer como condición ineludible para poder pensar. De no ser así, incurrimos en la anomia más irrelevante o en la simplificadora doctrina tribal. Y entonces la regurgitación abrasa nuestro esófago y nuestra mente –véanse si no las onomatopeyas racistas emitidas este fin de semana contra el futbolista Iñaki Williams; ejemplo de los que creíamos extirpado de los terrenos de juego–.
En el fondo de la polémica suscitada la semana pasada por el pin parental, subyace lo que Enrich Fromm definió como miedo a la libertad, a la capacidad humana de abrir caminos entre relatos diferentes a sabiendas de que en muchas ocasiones tales caminos puedan hacer tambalear los nuestros. Pero solo es posible entender nuestra identidad si la confrontamos con otras identidades. Es el otro quien me cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo. Atreverse a pensar sigue siendo el fundamento. Aunque también cabe la posibilidad –mucho más acorde con los tiempos– de que el problema no sea otro que saber quién es el que manda.