El zorro y las uvas
Aquella mañana el maestro había estado hablando de la astucia como cualidad asociada al zorro y que aparece descrita en muchas fábulas y cuentos infantiles. Y había hablado también de la ocasión en que un zorro hambriento vio una parra de hermosas uvas colgando de una tapia. El zorro tenía hambre y las deseaba. El problema era que tras intentar escalar, sus uñas resbalaban en las piedras del muro y el animal caía al suelo sin su preciado alimento. La tapia era demasiado alta y no encontró la forma de trepar y hacerse con las apetitosas uvas. Al final, cansado, desistió y de vuelta a su guarida se le oía decir entre dientes:
– ¡Qué más da! ¡Si estaban verdes!
Cuando no conseguimos los objetivos planteados tendemos a poner excusas que nos tranquilizan y evitan que nos desanimemos, un mecanismo básico éste de defensa psicológico. Suele decirse por lo mismo que quien no se consuela es porque no quiere. Y es bueno que así sea. La vida no sería posible sin interrupción. Sin embargo, no dejan de ser explicaciones que en la mayoría de los casos poco tienen que ver con la verdad: en el fondo sabemos de sobra que las uvas están buenísimas.
Cuando no conseguimos los objetivos planteados tendemos a poner excusas que nos tranquilizan y evitan que nos desanimemos, un mecanismo básico éste de defensa psicológico
Pero atreverse a pensar conlleva señalar nuestros propios límites, saber hasta qué punto esas uvas no están verdes sino todo lo contrario. Y medir cuándo es recomendable no mirar para otro lado. En el terreno educativo estaríamos hablando de un exceso de condescendencia, una almibarada candidez que nos lleva a descubrir Mediterráneos cada día. El eje instrucción-educación se desequilibra en favor del segundo de los términos y los razonamientos objetivos –la literatura, el arte, la ciencia– quedan socavados en aras del protagonismo de lo afectivo y lo moral.
Asumimos estar predicando en el desierto cuando se reivindica para la escuela cierto estoicismo y sobriedad, un regreso a las rutinas sencillas, la austeridad como vía para desaprender cuestiones que nos permitan clarificar objetivos sin confundir éstos con los medios para alcanzarlos.
Considerar –por ejemplo– el juego como estrategia didáctica válida no debe extrapolarse y convertir el colegio en una gran ludoteca. Un niño feliz y contento aprende más y mejor y nadie lo pone en duda. Pero su consecuencia no ha de ser una escuela cuyo objetivo tácito sea hacer felices a los niños. Ocurre precisamente al revés: es la ignorancia y la falta de conocimientos lo que entristece y apena al individuo. O mejor dicho, la conciencia de esa falta. Como la cabeza de la Hidra, la lucidez suele venir acompañada de sombras.