Instituto-Escuela: pionero de la innovación sistémica
Actividad al aire libre junto a uno de los edificios racionalistas del Instituto-Escuela. INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
Hace un siglo, España lideró la vanguardia educativa mundial. Ideó un experimento sin parangón en la Europa más avanzada. No se trataba solo de plasmar los postulados de la nueva pedagogía que floreció a finales del siglo XIX y principios del XX. Ni siquiera de llevar hasta sus últimas consecuencias un vuelco escolar de radical innovación. Creado en 1918 en Madrid, el Instituto-Escuela (I-E) fue concebido como centro piloto con vistas a una perspectiva tremendamente ambiciosa: expandir el cambio a todas las aulas del país.
“Se creó un modelo para, en un futuro, exportarlo a toda la Educación pública. Al mismo tiempo, el proyecto era gradualista, sin grandes planes que luego no se pudieran cumplir”, explica Carlos Wert, comisario de la exposición Laboratorios de la Nueva Educación, que se puede visitar en la Institución Libre de Enseñanza (ILE) hasta el 12 de abril.
Con altibajos, el plan siguió vigente hasta que el franquismo echó el cierre definitivo. Sobrevivió a la dictadura de Primo de Rivera (1923-30), manteniendo un perfil bajo a pesar del entusiasmo que suscitó en círculos intelectuales. A fin de cuentas, sus detractores también eran muchos y muy poderosos. “La prudencia logró mantener incólume el proyecto cuando el momento político no era favorable y había presiones muy fuertes para cargárselo”, comenta Wert.
El primer gobierno de la Segunda República (1931-33) impulsó su extensión. Se crearon nuevos I-E en Barcelona, Valencia, Sevilla y Málaga. Aunque el afán renovador tuvo que echarse a un lado ante prioridades más acuciantes. En un país de analfabetos, la urgencia pasaba por crear escuelas, y se hizo a “un ritmo sin precedentes”, recuerda Wert. El experimento sucumbió a la dictadura franquista, si bien su legado logró colarse entre las rendijas del nacionalcatolicismo (Colegio Estudio, creado por tres profesoras del I-E) e incluso renacer en el exilio.
Vocación social
Oficialmente, el I-E fue obra de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE), un organismo dependiente del Ministerio de Instrucción Pública. Pero resultaba evidente que la ILE estaba detrás, no solo como principal inspiradora, sino aportando al proyecto personas de marcado perfil institucionista. Incluso la propia JAE –creada en 1907– se gestó en el hervidero de la ILE, que desde su fundación en 1876 por Francisco Giner de los Ríos había ejercido como una especie de lobby para inocular modernidad (no solo educativa) a la sociedad española.
Hace un siglo, España lideró la vanguardia educativa mundial. Ideó un experimento sin parangón en la Europa más avanzada
Con Giner ya muerto y Manuel Bartolomé Cossío al frente, la Institución logró persuadir a sectores políticos afines sobre la necesidad de cimentar la transformación social en la innovación escolar. Además del I-E, en 1918 cobró vida el Colegio “Cervantes”, que aún existe como CEIP y al que la exposición reserva un apartado especial.
Si el I-E escolarizó sobre todo a los hijos de la intelectualidad próxima a la JAE, el “Cervantes” nacíó con una clara vocación social. Fue muy estricto en admitir solo a los chavales del (entonces) barrio obrero de Cuatro Caminos. Wert define a su director, Ángel Llorca, como el más “institucionista de los pedagogos de la época”. Por su parte, al juntar a alumnos de colegio e instituto, el I-E sembró la semilla de lo que entonces se antojaba casi una utopía: generalizar el acceso a la Secundaria.
Sin recetas
Ambos centros pusieron en práctica un programa de largo alcance. Algunas ideas venían de Giner; otras, de la observación en la propia escuela de la ILE y de experiencias varias de renovación en España y el extranjero. El decálogo era preciso y flexible a un tiempo. “Giner insistía en que no existen recetas en Educación”, asegura Wert. Aunque sí principios nucleares que guían el devenir del aula: aprender haciendo, evaluación personalizada y formativa (con su consecuente rechazo al examen), metacognición, apertura del centro al entorno, fomento de la conciencia ciudadana, énfasis en el descubrimiento y la motivación. Listado que continúa y alcanza otros aspectos como la arquitectura escolar, la formación del profesorado o el bienestar holístico del alumno.
“Giner insistía en que no existen recetas en Educación”, asegura Carlos Wert. Aunque sí principios nucleares que guían el devenir del aula
La exposición despliega numerosos ejemplos del instrumento didáctico fetiche de la ILE: el cuaderno escolar. La oposición de los institucionistas al libro de texto fue siempre innegociable. Éste encarna las fronteras intelectuales. Aquél, la creatividad y la cristalización del conocimiento tras zambullirse el alumno en mil lecturas y diálogos. “Quizá sea lo más bonito de la exposición, esos maravillosos cuadernos elaborados por chavales de apenas 8 o 9 años”, señala Wert.
Tanto el I-E como el Cervantes gozaron de amplia libertad para seleccionar un claustro comprometido con su ideario. Autonomía de centro tan cercenada en nuestros días y que Wert reivindica para llevar a buen puerto proyectos sólidos de innovación. “Es fundamental confiar en los centros y en los profesores, sin necesidad de ponerles dos guardias civilen vigilando lo que hacen. También habría que relajar el currículum”. Apoyo instiucional que en 1918, argumenta Wert, permitió trazar una senda “para crear un sistema educativo más renovador que el más renovador, respondiendo a preguntas muy similares a las que se plantean ahora “.
Cronología de un experimento
- El Instituto-Escuela nace en 1918 en la calle Miguel Ángel de Madrid. El centro fue ocupando diversas sedes, alternando fases de coeducación con otras en las que alumnos y alumnas estudiaban separados. Su complejo más emblemático, de estilo racionalista, se erigió en los años 30 y fue obra del arquitecto Carlos Arniches Moltó (actuales CEIP e IES “Ramiro de Maeztu”).
- Apenas unos meses antes habían arrancado las clases en el Colegio “Cervantes”, otro centro piloto de renovación pedagógica, con una vertiente más social.
- Ambos se crearon por iniciativa de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, organismo público presidido por Ramón y Cajal. Las actividades de la Junta dieron origen, ya en el franquismo, al actual Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
- Durante la II República se inauguraron I-E en Barcelona, Valencia, Sevilla y Málaga. El más activo fue sin duda el de la capital catalana, que dio lugar a la creación de otros tres Instituto-Escuela en la región: dos en Barcelona y uno en Sabadell.