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La máquina de hacer deberes

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En El malestar de la cultura, Sigmund Freud afirma que “los hombres saben que siempre podrán escapar del peso de la realidad huyendo a un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad”. A partir de la cita, Antonio Pau construye su Manual de escapología, teoría y práctica de la huida del mundo (Trotta. 2019).

Extremadamente sensible debió ser Alonso Quijano. Hidalgo manchego entrado en años y un tanto aburrido de una vida que ya comienza a reclinar (como diría Mallarmé, “la carne es  triste y he leído todos los libros”), decide huir abandonando todo cuanto ha sido y tiene para convertirse en un hombre en busca de sentido, Don Quijote de la Mancha. Huye no precisamente en pos de la quietud y el sosiego sino entrando de lleno en la aventura. Al final del libro admitirá su error y se replanteará otro tipo de huida: la contemplación de la paz y el silencio campestre. La cuestión era seguir huyendo abrumado por lo que Schopenhauer denomina voluntad de poder.

Algo parecido le sucede al narrador de Moby Dick, Ismael, alter ego de Melville: “Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda”.

Al final del libro admitirá su error y se replanteará otro tipo de huida: la contemplación de la paz y el silencio campestre

Dicho de otra forma, obligados a tomar continuas decisiones, percibimos la libertad como una condena (Sartre). Valorar antes de elegir supone renunciar a otras tantas opciones de las cuales nada sabremos una vez descartadas. Como dijo Heidegger, el hombre es un ser de lejanías, todo lo ve lejano, desdibujado e impreciso. Ante el vértigo de la libertad, podemos sentirnos aislados, temerosos e impotentes. Y en tales circunstancias y según las épocas, huir y descargar nuestra libertad en alguna forma de dependencia y sometimiento.

En La máquina de hacer deberes, Rodari lo expone de manera magistral. Un vendedor ambulante ofrece por las casas máquinas para hacer los deberes escolares. A cambio no pide dinero. Se lleva el cerebro de los niños. “¡Qué ligero me sentía sin cerebro!», afirma el protagonista tras el trueque. Tan ligero se sentía que el padre tuvo que agarrarlo como un globo para que no escapara por la ventana. Y después encerrarlo en una jaula. Finalmente logra despertar y experimenta la metamorfosis: “Os aseguro que me puse enseguida a hacer los deberes”, exclama.

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