Coronavirus... ¿Momento de cambio?
Retomo mi sección de opinión tras unas semanas de mucho impacto emocional. Me gustaría comenzar compartiendo con todos ustedes el último día de clase en el que se decretó el cierre de las escuelas. Todavía guardo en mi memoria ese sentimiento agridulce: agrio, por el ambiente taciturno y espeso que reinaba en la mayor parte del profesorado, mezcla de preocupación, incertidumbre y de inseguridad ante el futuro que se nos presentaba; sin embargo, también significó para mí un momento dulce, porque qué quieren que les diga, si hay un lugar privilegiado para vivir una pandemia de carácter apocalíptico, es aquel en el que se encuentren los niños.
Era evidente que ese día no era cuestión de ponerse a realizar tareas curriculares, sino aquellas de carácter más lúdico, y es que, mientras me debatía interiormente entre un sentimiento de tristeza y disimulo para que no me lo notaran mis alumnos, ellos disfrutaban de los juegos y los bailes con una alegría e inocencia que hacía que me fuera imposible no sonreír a pesar de mi malestar. Les prometo que me vino como agua de mayo. ¡Cuánto tenemos que aprender de nuestros pequeños! Viven la vida con tal inmediatez, sencillez e ingenuidad que es imposible no quedarse alucinado. Cuando se les explica las dificultades con claridad, las aceptan con una sensatez y una prudencia que supera a la de muchos adultos. Sin lugar a dudas, puedo confesarles que si había algún maestro en el aula no era precisamente yo, sino más bien ellos, y puedo afirmar con rotundidad que me dieron una enseñanza que nunca olvidaré.
Ciertamente estamos recorriendo una época objetivamente dura, tanto para aquellas familias que están sufriendo el fallecimiento de sus seres queridos en la más absoluta intimidad, como para aquellos que están ya soportando dificultades económicas. No podemos obviarlo, ni debemos hacerlo; sin embargo, quiero hacer énfasis en que es una oportunidad histórica para volver a lo más importante, a lo esencial: valorar la vida y la familia como un regalo que hay que cuidar; centrarnos en aquello que nos une y no en lo que nos divide; darnos cuenta de que en este momento en concreto que nos ha tocado vivir todos somos unos héroes, no solamente los médicos, los enfermeros, los agricultores… sino también cada uno de nosotros que nos quedamos en casa por responsabilidad social. Dentro de la maldad de la situación podemos sacar muchas enseñanzas positivas, y como maestros debemos enfatizar todas ellas y hacérselas llegar a nuestros alumnos.
Es una oportunidad histórica para volver a lo más importante, a lo esencial: valorar la vida y la familia como un regalo que hay que cuidar
Quiero finalizar, recordando a mis compañeros y a las familias que me estén leyendo, que es un momento idóneo para hacer todo aquello de lo cual no solemos disponer tiempo: aprender a realizar tareas domésticas; mirarse a los ojos y escucharnos con atención; abrazarnos como si no hubiera un mañana, etcétera. Es curioso que haya tenido que llegar un bichito microscópico para hacernos dar cuenta de que, en las crisis importantes, lo que nos queda es la amistad y la familia. Por tanto, no nos pasemos como maestros enviando tareas y vídeos en Youtube, que porque los niños no lleven el mismo ritmo que llevaban en la escuela durante cinco meses no va a suponer una hecatombe. Si juntos, padres y niños, aprendemos en este periodo de confinamiento lo que un día expresó con atino Antoine de Saint-Exupéry –“lo esencial es invisible a los ojos”– ya iremos apañados, porque el verdadero valor de las cosas no siempre es evidente y es un momento idóneo para darnos cuenta de ello.
Como bien dices, los verdaderos maestros en esta situación están siendo todos y cada uno de los niños. Ellos también se merecen un aplauso.