El espectáculo de los niños Covid
Estos días no paran de circular por la red vídeos y más vídeos con niña o niño incorporado. Los hay para todos los gustos. El de la niña al borde de un ataque porque sus padres no le permiten salir. El del niño al que se le ha hecho aprender una frase ocurrente sobre el confinamiento. Una muestra infinita de esos niños y niñas de dos o tres años que nos hablan con media lengua, pero con razonamientos impecables propios de nonagenario. Parece que el confinamiento agudiza el ingenio y pone en valor a toda una camada de futuros youtubers. ¿Pero lo saben ellas y ellos?
Parece que el confinamiento agudiza el ingenio y pone en valor a toda una camada de futuros 'youtubers'. ¿Pero lo saben ellas y ellos?
En estos vídeos las familias nos abren su casa. Vemos el cuarto de los niños, su salón, su terraza, su balcón. A veces si eres de la zona no te resulta nada complicado identificar la calle, el piso y casi la puerta. Nunca antes, ni en los mejores momentos de las redes sociales, habíamos expuesto tanto nuestra intimidad. Y resulta paradójico que esta cuestión no haya depertado curiosidad en una sociedad cuyos opinadores están tan preocupados por la pérdida de intimidad con las aplicaciones móviles sanitarias. Es más, en las televisiones se reproducen a todas horas estos encantadores vídeos con niño puesto.
Resulta paradójico que esta cuestión no haya depertado curiosidad en una sociedad cuyos opinadores están tan preocupados por la pérdida de intimidad con las aplicaciones móviles sanitarias.
Y ciertamente, ¿qué tiene de malo compartir ese momento feliz y gracioso de ocurrencia infantil que nos mueve a una sonrisa tierna? Al fin y al cabo, como en alguna ocasión hemos oído: son nuestros hijos. Expresión en la que “nuestros” es un pronombre posesivo aplicable al menor, al inmueble o al coche que tenemos en el garaje. Y si nuestros hijos e hijas son de nuestra propiedad, ¿por qué no compartirlos?
Y, para ser honestos, se trata de una actividad que a estas alturas uno ya no puede criticar. Son los tiempos y al parecer hay que aceptarlo. Parece evidente que hoy el interés superior del menor al que se refiere una Ley Orgánica consiste en la exhibición. Y seguramente los padres comparten estos breves instantes de intimidad de la niña o el niño plenamente conscientes de que están generando una identidad digital compartida potencialmente con millones de personas y que acompañará al menor el resto de su vida.
A estas alturas de partido sería realmente grave que los padres y las madres que comparten un vídeo en WhatsApp con sus amistades desconozcan que estos a su vez lo compartirán con otras personas. Es una cuestión de orden puramente matemático: compartimos el vídeo con veinte amigos, que tienen veinte amigos, que tienen veinte amigos. Y esta multiplicación es generosa, en algunos de mis grupos hay no menos de 200 personas.
Personalmente me causa un pudor infinito ver a menores sobreexpuestos. Es un hecho conocido, así que recibo pocos o ningún video y no los reenvío jamás. Pero soy una persona anticuada. Pienso que lo que ocurre en el seno de una familia es íntimo y no se expone a los cuatro vientos. Y creo firmemente que a lo largo de la conformación de su personalidad el menor debería poder decidir sobre su identidad digital.
Y, sí, soy también de pensar en lo peor. ¿Algún extraño habrá deducido dónde vivo y tiene a mi hija o hijo en su punto de mira? ¿Es posible que con el tiempo ese vídeo tan tierno sea usado en redes sociales por futuros compañeros o compañeras de clase en un caso de acoso en redes? Pero no me hagan caso, son imaginaciones de conspiranoico sobre cosas que nunca han sucedido y nunca sucederán. Compartamos, compartamos estos tiernos vídeos que nos alegran el confinamiento, lo hacemos en aras del bien común.
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[…] El espectáculo de los niños Covid. Artículo de Ricard Martinez aparecido en la Revista Magisterio. […]