La falacia de la brecha digital
En la actualidad, cuando se habla de “brecha digital”, muchas personas lo utilizan de manera incorrecta –y a veces de manera absolutamente demagógica– como sinónimo de pobreza digital. Sin embargo, esto no es así. Cuando hoy en día se habla de brecha digital en España no se hace referencia a que los ciudadanos no puedan acceder a la tecnología, sino a que no la utilizan para su trabajo o para realizar gestiones administrativas. No se trata, por tanto, de un problema de “acceso” sino de un problema de “uso”.
En el año 2016, España se convirtió en el país con más smartphones por habitante del mundo. Repito: del mundo. En la actualidad, en nuestro país los usuarios de Internet superan ya el 85% de la población. Además, casi el 60% de los ciudadanos utiliza las redes sociales de manera habitual. De hecho, España es un país puntero en infraestructuras de telecomunicaciones, con la red de fibra óptica más capilar y voluminosa de Europa y la quinta del mundo. Esto hace que en nuestro país el 99,5% de la población española pueda conectarse a la banda ancha móvil 4G y el 81% puede acceder a Internet a una velocidad superior a los 100 Mbps.
Según un detallado estudio de UGT, de aquellas personas que no tienen acceso a Internet, sólo un 5,2% alega que carece de infraestructuras para acceder a Internet. Sin embargo, 3 de cada 4 personas afirman que no disponen de acceso a Internet porque no lo consideran interesante. Otro 51% alega falta de conocimientos para no acceder a Internet y, finalmente, solo un 28% de la mínima población no conectada responde que no puede costearse la conexión.
En otro estudio de Hootsuite, se señala que un 96% de ciudadanos españoles (9 de cada 10 ciudadanos) tiene al menos un teléfono móvil y de ellos, un 87% son smartphones. Además, 35,8 millones de usuarios en nuestro país se conectan a Internet mediante su teléfono móvil. A este análisis, se añade otro estudio que nos indica que los equipamientos con mayor presencia en el hogar son la televisión de pantalla plana y el ordenador, disponibles en casi el 85% de las casas, y que más de la mitad de los hogares tiene reproductor de medios (DVD/Blue Ray) o tablet (52,4% y 52,8% respectivamente).
Cuando hoy en día se habla de brecha digital en España no se hace referencia a que los ciudadanos no puedan acceder a la tecnología, sino a que no la utilizan para su trabajo o para realizar gestiones administrativas
Todos estos datos no solo se refieren al uso de Internet y telefonía móvil por parte de los adultos. Según el INE, el 88,4% de los niños de 10 años utiliza ordenadores y el 88,8% usa Internet, unos datos que sugieren que su uso es ya mayoritario antes de esa edad. En cuanto al teléfono móvil, a los diez años sólo un 25% de los niños de esa edad lo usa, aunque a los 11 años pasan a tenerlo un 45,2%; a los 12, un 75%; a los 13, un 83,2%; a los 14, un 92,8%, y a los 15, un 94%, de forma que desde los 14 años nueve de cada diez niños disponen de móvil. Por último, el INE señala que el 95,1% de los menores de edad que residen en España navega por Internet y el 92,4% hace uso del ordenador. Sin ir más lejos, el teléfono móvil es el regalo estrella de la comunión y de la navidad y –aunque tienen dificultades para utilizarlo como herramienta de aprendizaje– saben utilizarlo perfectamente para jugar, para whatsappear o para subir vídeos a TikTok o imágenes con filtros a Instagram. En este punto habría que recordar que el año pasado más de 500.000 menores realizaron apuestas online.
Por tanto, si tenemos en cuenta todos estos estudios señalados y otros semejantes, lo que queda claro –como decía al principio– es que el concepto de “brecha digital” no está asociado a la imposibilidad de acceso, sino a la falta de formación en su uso más allá del ocio. En este sentido, España va muy por detrás de otros países de Europa, donde –por ejemplo– el uso de certificados digitales y la realización de trámites online está muy normalizado entre la ciudadanía. En España, en cambio, se calcula –según los datos de UGT– que el 45% de los trabajadores tiene dificultades con la informática. Sin embargo, es frecuente que en una casa con dos niños haya Play, PSP, Wii, un ordenador o tablet y cuatro teléfonos móviles.
Esto no quiere decir –lo digo por los demagogos– que no existan familias pasando dificultades económicas, que obviamente las hay y, tras esta brutal y dramática crisis, habrá muchas más. Además, como es lógico, en aquellas zonas o centros educativos deprimidos afirmarán que existe tal brecha, pero será porque es precisamente en dichos lugares donde se acumula la mayor parte de esa brecha digital. Lo que, en cambio, sí se ha producido con la crisis del coronavirus es un colapso digital, ya que los medios digitales y el uso de datos o de Wifi que hay en una casa no son suficientes durante el confinamiento para que puedan trabajar los cuatro o cinco miembros de la familia.
Lo que, en cambio, sí se ha producido con la crisis del coronavirus es un colapso digital, ya que los medios digitales y el uso de datos o de Wifi que hay en una casa no son suficientes durante el confinamiento
Por consiguiente, si bien es cierto que, en lo que se refiere a la competencia digital de los alumnos, los centros educativos tienen una parte de responsabilidad, en lo que se refiere a los adultos, evidentemente, no. Mi padre, por ejemplo, que trabajaba de 7 de la mañana a 8 de la noche, aprendió por su cuenta a usar el editor de textos, el correo electrónico e Internet a los 68 años, así que si él –que desde luego no era nativo digital– fue capaz de aprender, no veo por qué los demás no.
Hoy por hoy, es absolutamente inconcebible que el 99% del proceso de admisión de alumnos se realice de manera física pudiéndose realizar de manear telemáticas. Y, a pesar de ello, el Estado sigue manteniendo prioritariamente este proceso de manera física en vez de animar y “obligar” a realizarlo en línea para horrar en tiempo, papel y en recursos. No creo que sea mucho más complejo rellenar un formulario para la admisión de alumnos que hacerlo para abrir una cuenta de bingo online o para pedir una beca o una subvención donde está en juego un dinero. Por eso, creo que estamos generando –y consintiendo– una sociedad donde muchas personas se justifican y buscan culpables en aspectos que, en muchas ocasiones, están en nuestras manos y son responsabilidad nuestra.