Derecho a equivocarse
Unas semanas antes de que se aprobara el estado de alarma, cuando el coronavirus se hacía fuerte en Italia, yo fui uno de los que trataban de minimizar las consecuencias, lo reconozco. En clase, los alumnos me preguntaban y yo insistía que no era para tanto, que se trataba de un virus sin importancia, ¿tan malo es reconocer las equivocaciones?
Es normal que el Gobierno, el Ministerio de Educación, las instituciones educativas, equipos directivos, profesores… se equivoquen. Creo que es totalmente lícito, y más en circunstancias en las que nos encontramos. Pero, ¿no creéis en el valor que tiene el hecho de pedir perdón? Disculparse implica humanidad, cercanía, que la persona a la que tengo enfrente también se equivoca, ¡qué alivio, igual que yo! Es más, cuando todo el mundo se da cuenta de que se ha errado y se continúa como si no hubiera pasado nada, la gente empieza a perder la confianza en la persona de referencia.
En clase, física o virtual, considero necesario mostrar mi humanidad ante los alumnos. Reconozco cuando me equivoco, pido disculpas y continuamos. Es uno de los aspectos que más miedo suele producir en los futuros maestros, y así me lo suelen transmitir cuando hablamos de sus prácticas en los centros educativos: “¿Y si me equivoco?, ya no solo por los niños, pero mi tutora me estará observando…¿y si me corta y me corrige?”; a lo que yo les contesto: “Confiad en vosotros mismos y, si os equivocáis (algo muy probable, ya que estáis aprendiendo), aprovechad precisamente eso, ¡que os corrijan! Los niños se darán cuenta de que os equivocáis como ellos, y el maestro tendrá la oportunidad de mostraros su conocimiento, el error, es oportunidad de mejora”.