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¿Y mi mascarilla?

Jorge Burgueño
Escritor y maestro
7 de julio de 2020
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“¡Jaime, cariño!, ¿dónde has dejado la mascarilla?”. No recuerdo con claridad el nombre del niño, sin embargo la frase que escuché la semana pasada dando un paseo por el parque en boca de una madre con verdaderos signos de preocupación, me dio que pensar.

Llevamos un tiempo dándole vueltas a la adaptación de la nueva realidad educativa que encontraremos en septiembre y de nuevo nos sumimos en la incertidumbre y en propuestas que no tienen en cuenta a los actores principales de la educación: alumnos y docentes. Y es que en situaciones excepcionales se requieren medidas extraordinarias. Se podría bajar la ratio de las aulas, contratar más profesorado, rebajar el temario y duplicar las sesiones de clase con la mitad de alumnado… Pero no interesa porque no se destina suficiente dinero a Educación. No interesa.

Se podría bajar la ratio de las aulas, contratar más profesorado, rebajar el temario y duplicar las sesiones de clase con la mitad de alumnado…

No es difícil imaginar una educación nuevamente desconcertada, desorientada, resolviendo problemas a través de parches endebles. Maestros desbordados haciendo labores de educadores, policías, psicólogos y gestores (como siempre, vaya), van a tener que pronunciar varias veces al día la frase que escuché en el parque, transformando así la educación. Debería preocuparnos el aprendizaje, el bienestar de los alumnos y su motivación. Sin embargo vamos a estar más pendientes de las normalidades, indicaciones y distancias, eso es inevitable. Pero si las personas con poder de decisión pensaran en las personas y no tanto en criterios económicos, esta transición forzosa de la educación se podría flexibilizar y dar un soplo de aire fresco a instituciones educativas, docentes y alumnos.

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